Rafael Solana

 El primer Revueltas de que tuve noticia, en mi extrema infancia, fue el pintor, Fermín. Tres obras suyas estaban colgadas en las paredes de mi casa: un paisaje tropical a pluma y dos acuarelas, una de las cuales representaba pescadores y otra una mujer vendedora de naranjas; más tarde, en la preparatoria, vería ya obras murales suyas que acrecentarían mi admiración por ese artista.

Sitúo entre los años de 1927 y 1928 mi conocimiento personal de José, el que más tarde sería afamado novelista. En aquella época se llamaba Maximiliano, y se había marcado por meta el llegar a ser un famoso torero, como Pepe Ortiz (estaba ya retirado Rodolfo Gaona y aún no surgía Armillita, ni mucho menos Garza). Como trabajo de fin de año en la •clase de Taller en la Secundaria Tres, a la que ambos concurríamos, se fabricó él mismo su capote de brega, que, sospecho, nunca llegó a verse delante de toro ni becerro alguno. Leíamos los Pardaillan. lectura que a nadie habría podido hacer sospechar los futuros Dios en la tierra o Los muros de agua.

Algo más tarde, ya en la preparatoria ambos, y nacientes en José inquietudes que seguirían agigantando en él con el transcurso de los años, más de una noche le acompañé (iba con nosotros Efraín Huerta) a pegar en las paredes El Machete, que era periódico prohibido. Volvíamos los ojos hacia maestros, apenas un poco mayores que nosotros, entre los cuales recuerdo a Enrique Ramírez y Ramírez. Después comencé a admirarlo como escritor publicado. Sus primeros libros siguen pareciéndome excelentes. La siguiente vez que aparece en mis recuerdos, un grupo de amigos suyos, en el que figuraba Octavio Paz, fuimos a pedir al Procurador, que era don Emilio Portes Gil, su libertad, pues había comenzado ya su larga carrera carcelaria.

A Silvestre Revueltas lo admirábamos muchísimo los jóvenes de mi generación, cuando íbamos al teatro Hidalgo a oír los estrenos de sus Esquinas, de su Janitzio, de su Cuauhnáhuac, Carlos Chávez le dejaba la batuta, era subdirector de la Orquesta Sinfónica de México; pero si en el pódium no llegó a brillar mucho, ni tampoco fue violinista mundialmente célebre, como compositor ha sido tal vez el más notable que México haya tenido nunca. La mejor prueba de ello es que sus obras están vivas y todavía constantemente se repiten en las temporadas de varias or­questas; Sensemayá y E1 renacuajo paseador o Música para charlar o el Homenaje a García Lorca están en ese caso.

Finalmente, conocí a Rosaura. Oí hablar de ella a Helene Weigel, la notable actriz viuda y heredera de Berthold Brecht, a quien entrevisté en Berlín, y que la había tenido en su Berliner Ensemble. La vi actuar en una película norteamericana, La sal de la tierra, y más tarde tuve ocasión de tratarla en México, donde, inexplicablemente, pues su talento era notorio, hizo una carrera teatral y cinematográfica más bien breve y opaca.

Fermín está desde hace muchos años muerto y casi olvidado. Silvestre murió, pero no se le olvida, y en estos días se le rinde el acto de estricta justicia de trasladar sus restos a la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde debierían estar desde hace mucho tiempo. José ha continuado tesoneramente sus dos carreras, la de escritor, ya ampliamente consagrado y por encima de cualquier discusión, y la de preso, que conoce ya muchos de los reclusorios no solamente de la ciudad capital, sino de todo el país, incluyendo las famosas Islas Marías, que le sirvieron de tema para uno de sus más importantes libros. Rosaura, casada, tal vez se encuentra retirada en su hogar. Viene una nueva generación, y ya en una orquesta sinfónica de las más brillantes del país vemos frente a su atril a un hijo de José, violinista como su tío.

Pocos serán los casos de una familia entera que haya brillado en el campo de las artes, casi sin omitir ninguna, como la ilustre familia que hoy menciono lo ha hecho, y que ha conquistado para su apellido lauros en los campos de la pintura, de la música, de las letras y del arte dramáti­co. Pienso en la de don Julián Carrillo, que es también una familia distinguidísima, que ya tiene a dos de sus miembros en esa Rotonda a la que ahora va uno de los Revueltas, el primero, pero quién sabe si no el último.

También el nombre de José ha venido a las páginas de la prensa en estos días, como el de Silvestre con motivo del traslado de sus restos. El leer estos dos nombres en distintas páginas de los mismos periódicos en estos días fue lo que trajo a mi memoria a estos cuatro hermanos pro­minentes y me dio el tema y la sustancia para este artículo.

26 de marzo de 1976