La historia oficial resolvió el debate nacional
José Elías Romero Apis
Una vez más vivimos el Día de los Muertos. Dice la canción mexicana que hay muertos que no hacen ruido, pero hay quienes dicen que hay muertos que hacen mucho ruido.
Quizá por eso durante siglo y medio vivimos en un debate silencioso sobre la consumación de la Independencia. Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero nos acosaban de manera cotidiana. Después de tanto tiempo alguien tomó la decisión y sacó la tarjeta roja. Se decretó que Iturbide no había servido para nada. Que Acatempan es sólo una pintura. La historia oficial resolvió el debate nacional. Se nos enseñó que hay muertos a los que hay que matar.
Después vino la Reforma. Juárez vive. Los liberales estamos convencidos de ello. Sin embargo, los conservadores siempre han afirmado o deseado que esté muerto. Por eso tienen un proyecto nacional para desmantelar la escuela pública, el sistema laboral, la reforma agraria, la seguridad social, el patrimonio nacional y todas las conquistas que la Reforma, a través de la Revolución, ha logrado para México. En su más íntima conciencia también están convencidos de que Juárez vive y por eso están conspirando para matarlo. En efecto, hay muertos que están vivos.
Con la Revolución Mexicana se instalaron muchos sistemas de estabilidad. Entre ellos el de la remisión de todas las disputas. Sin embargo, dentro del propio sistema, hubo una que prácticamente no fue superada. La que se generó entre Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas del Río. En casi todos los temas de disputa política los correligionarios de ambos se han afanado en lograr un empate político. Pero La Parca fue más allá de los equilibrios de partido. Calles y Cárdenas murieron en la misma fecha, aunque en diferente año. El PRI los tiene que conmemorar el mismo día y así será por todos los años. Pero, además, los dos duermen para la eternidad en el mismo mausoleo. Extraños conjuros guarda el destino para los hombres que, siendo todopoderosos en vida, dependen para el gran futuro de la voluntad, de los deseos o de los meros caprichos de los humildes mortales.
El Día de Muertos y el Halloween se parecen mucho a la política. Es atrayente y seductora pero, en algunos momentos, no deja de dar miedo. En otros, invita a la reflexión. Se presta para el disfraz. Pero, sobre todo, para ver hacia adentro. Para recordarnos que abajo de la vestimenta, el rostro, la máscara e incluso de la banda no hay más que hueso. José Guadalupe Posada vio de esa manera la política prerrevolucionaria.
Para comenzar se “calavereó” El Tapado. Esa tradición que sirvió para los fines de estabilización y pacificación para los que fue creada y que consistió en la participación determinante que el presidente en turno tenía sobre la formación, el posicionamiento y la ascensión de su sucesor.
Para proseguir se “petateó” el presidente fuerte. Ese hombre que, al mismo tiempo, usaba banda presidencial y coronal real. Que, simultáneamente, era jefe de Estado, jefe de gobierno, jefe de fuerzas armadas, jefe de política exterior, líder de partido, líder de Congreso, comando de justicia, pro hombre de los gobiernos estatales y municipales y factotum de la sociedad civil. Ese hombre que, por no tener enemigos ni oponentes “de a de veras”, se convertía en un árbitro patriarcal de los pleitos de los demás puesto que nadie se peleaba con él.
Para continuar se “calavereó” el presidente libre. Ese jefe que no se la debía a nadie porque gran parte de su éxito consistía, precisamente, en no tener compromisos. Que, por las deudas contraídas con su antecesor, era forzado por el sistema a que las pagara o las desconociera de la manera más inmediata. Pero que, gracias a ello, su palabra tenía valor supremo para nacionales y para extranjeros. Para comprometerse no tenía que consultarlo con nadie y, por ello, el “si” y el “no” presidencial tenían el valor de una escritura.
También “finó” el sistema de partido fuerte sin haber tenido heredero, legatario o descendiente natural. Un intestado político porque no ha sido y parece que no será un pluralismo fuerte el tránsito hacia nuestra democracia, sino un pluralismo débil y frágil. Quizá con esto también la democracia mexicana pueda sufrir una muerte prematura. A lo mejor hasta estamos hablando de nonatismo.
En fin, hay muchas otras cosas en nuestro sistema político que han muerto o están en riesgo de perecer. La gobernabilidad, la Revolución exicana, el sistema de partidos, el constitucionalismo y no sabemos si también las libertades, el federalismo y la soberanía.
Estamos plenos de capillas ardientes. Estamos rodeados de criptas funerarias. Estamos circundados de morgues y forenses. De ataúdes, de féretros y de catafalcos. De espectros, de zombies y de momias. Algunos hasta dirían que los muertos andan sueltos. Que hay que colocarlos en sus fosas y mandarles a decir sus misas para que, si no reviven, por lo menos descansen en paz.
