Se fue el “comandante supremo”

Félix Fuentes

Terminó la  pesadilla de seis años y la esperanza nacional es de que se abra la luz con el gobierno de Enrique Peña Nieto. El pueblo quedó agotado de la alharaca diaria, de los discursos mentirosos y promesas fallidas. Nadie en su sano juicio quiere escuchar de nuevo esa voz falsaria.

Los propios panistas están decepcionados de Felipe Calderón y rechazaron la idea de que dirigiera el partido azul en cuanto dejara el poder. Y la turba de panegiristas ha bajado la voz y a semejanza de las lapas se esmera por adherirse al nuevo mandatario.

En un diario capitalino apareció el martes pasado la lista de cifras negras y calamidades que deja Calderón en esa infinita estela de desaciertos. Mucha gente se pregunta si quedó algo rescatable del ya inhumado régimen de atrocidades.

Miles y miles de madres y esposas lloran la muerte de sus seres amados a causa de esa “guerra” estúpida que sin estrategia ni inteligencia declaró Calderón a los cárteles de las drogas.

En una actitud cínica, propia de quien carece de inteligencia y sensibilidad  para gobernar, el michoacano que ya se fue negó culpas por los más de 70 mil ejecutados durante su período nefasto. Se lavó las manos en las mafias del narcotráfico o en gobernadores y alcaldes que, a su juicio,  no cooperaron con él.

De manera intencional fue tergiversada la cuenta de los muertos. Algunos medios calculan que se llegó a la cifra  de 100 mil porque continúa el descubrimiento de cadáveres en fosas clandestinas, como los 20 del lunes pasado en Ciudad Juárez.

No se supo, entre otros hechos espeluznantes, a quiénes pertenecieron los más de 300 cuerpos inhumados clandestinamente en Durango. Esto ni conmovió a Calderón, quien en ocasiones se ufanó de “hablar en conciencia”.

Según cifras oficiales, en el Ejército se registraron 395 bajas y 137 desapariciones, lo cual tampoco inquietó al hasta ayer secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, quien en todo momento se concretó a obedecer a su “comandante supremo”, sin importar el desprestigio y el futuro de las fuerzas armadas.

Tampoco quedaron a salvo la Marina y la Armada, obligadas a abandonar los mares para perseguir a delincuentes en tierra firme. Empezaron por el capo Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, masacrado en Cuernavaca.

De ello quedó tan complacido el almirante Francisco Saynez que ya de salida manifestó: “Gracias a mi comandante supremo, las metas se cumplieron; ha sido una ardua travesía navegar con usted y reconocemos su temple y liderazgo para conducir la nave en aguas turbulentas”.

Esa clase de veneraciones absurdas a un presidente que ocasionó tantas desdichas a la nación advierten al nuevo primer mandatario, Peña Nieto, por qué más de la mitad de la población se debate en la pobreza, sin empleos y bajo el constante temor de los secuestros, las extorsiones  y las lluvias de balas. Es el camino mediático equivocado que de ninguna manera debe continuarse.

Peña Nieto dio la primera muestra de autoridad al desaparecer la Secretaría de Seguridad Pública Federal, que bajo el mando de Genaro García Luna ocasionó  desmanes incalificables.

Calderón auspició la erección de un cuerpo policiaco autoritario, con mejores armas que las del Ejército y tanto él como García Luna esperaban que el nuevo mandatario se sometiera a sus designios y continuara la “guerra” estúpida que tiene a México en una de las peores situaciones de su historia.

La herencia panista debe ser muy tomada en cuenta por cuanto pueda suceder en el futuro. Nunca más un Vicente Fox y mucho menos un Felipe Calderón.