Resquebrajamiento ideológico del magisterio

 

 

Todos los que han meditado sobre el arte de gobernar a los hombres

 se han convencido de que el destino de los imperios

depende de la educación de sus jóvenes.

Aristóteles

 

José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

 

Otra de las áreas fallidas de las administraciones de Acción Nacional al frente del gobierno federal es la seguridad educativa, componente fundamental de la seguridad nacional, toda vez que desde ella se forja cohesión histórica, patriótica y cívica, a la par de formar a los profesionistas que el Estado requiere en función a las políticas públicas de desarrollo socioeconómico de largo alcance.

A diferencia de otros Estados emergentes, para los cuales la educación es un elemento sustantivo de gobierno que permita garantizar las capacidades intelectuales, destrezas y habilidades que consoliden crecimientos económicos sostenidos —aun en situación de crisis—, como lo acreditan las potencias emergentes del BRIC: Brasil, Rusia, India y China.

Este sustento de crecimiento integral no era ajeno al Estado mexicano, y fue el motor sustantivo del desarrollo del país a partir del gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río, destacando el impulso que la administración de Adolfo López Mateos le dio a la educación durante su mandato, destacando no sólo el crecimiento de la infraestructura educativa y la determinación de establecer, como política pública, la gratuidad del libro de texto para el nivel de educación primaria, lo que ubicó a México como paradigma educativo universal para la Unesco.

El declive del proceso —cuyo objetivo pretendió alcanzar la universalización de la educación pública en todos sus niveles— empezó con el resquebrajamiento ideológico del magisterio en manos del charrismo sindical encabezado por Carlos Jonguitud Barrios, y la decisión política del autoritarismo represivo del régimen que ubicó a los estudiantes —sobre todo a los universitarios—  como factor de disolución social.

A esta mezquina visión obedecieron las retrógradas reformas educativas de los años ochenta y la inconfesada determinación neoliberal por cumplir a cabalidad el Consenso de Washington y los compromisos derivados del TLC para generar mano de obra barata, distorsionando esa exigencia a diferencia de países como China, Corea, Japón o India, en donde esa mano de obra es muy calificada en las áreas de desempeño gracias al sistema educativo y de preparación tecnológica que brinda el propio Estado, sin detrimento del desarrollo intelectual y el fomento a  la multiculturalidad social.

Mucho más grave que la descalificación de la OCDE —y la irrefutable perversión de la prueba Enlace en función de los intereses sindicales de Elba Esther Gordillo— son los resultados obtenidos de la Evaluación de las Prácticas de Lectura de los Mexicanos, cuyas cifras nos ubican en una de las sociedades más desalfabetizadas del planeta, es decir, con uno de los mayores porcentajes de analfabetos funcionales —seres que aprendieron a leer y escribir pero que al dejar de ejercer esas habilidades han perdido la capacidad de comprender lo leído, que sólo se informan a través de medios masivos, lo que los aglutina  en la masa mediatizada,  manejada por los gurús televisivos o radiofónicos que sustituyen al sacerdote y al maestro en la sociedad de consumo que los sostiene.

Como sentenció Aristóteles, sólo el gobierno convencido de su función educativa puede gobernar a sus hombres y forjarse como Estado, precepto que urge replantearnos.