Newtown: 26 víctimas; el asesino disparó más de cien balas

Bernardo González Solano

Siempre es igual. Otro viernes negro (14 de diciembre de 2012) en Estados Unidos.

La jornada comenzó como cualquier día de clases ordinario en la escuela primaria Sandy Hook —que contaba con 525 alumnos— en la pequeña ciudad de Newtown (27 mil habitantes a 128 kilómetros de distancia de Nueva York), Connecticut, que no hacía mucho tiempo se consideró la quinta ciudad más segura de la Unión Americana.

Lo sucedido en esa población estadounidense entre las 8 y las 9.50 a.m. de ese día era más que suficiente para que Stephen King tuviera todo el material necesario para escribir una más de sus exitosas novelas de horror.

Para el momento en que el joven Adam Lanza, de 20 años de edad, se suicidó pegándose un tiro (en la cabeza), ya había asesinado a 27 personas, la primera su propia madre, Nancy, a la que le disparó varias ocasiones en su domicilio con las mismas armas que había comprado y registrado legalmente usando su derecho a tener armas de acuerdo a la Segunda Enmienda Constitucional, derecho que ha causado infinidad de discusiones tanto en el Congreso como en la sociedad norteamericana.

Las otras 26 víctimas, 20 eran niños de 6 a 7 años: 12 eran niñas y ocho varones. Seis mujeres adultas, entre ellas la directora del plantel, de 56 años de edad, y la psicóloga y maestras. Una de 22 años, de origen puertorriqueño, que salvó a todos sus alumnos metiéndolos en un armario. El asesino le disparó a quemarropa. El victimario disparó más de 100 balas.

Viernes de caos y pánico

Itinerario mortal: en la mañana del viernes, Adam mató a su madre disparándole con una de las pistolas de su propiedad, en la casa donde ambos residían en la calle Yogananda de Newtown. Acto seguido tomó el automóvil materno y condujo hasta la escuela a unos ocho kilómetros de distancia. Más o menos a las 9.30 horas estacionó el vehículo y violentamente forzó su entrada en el colegio. Poco después inició el tiroteo que duró aproximadamente cinco minutos según algunos testigos. La escuela cayó en el caos y el pánico. La mayoría de las víctimas se encontraron en dos aulas. Allí mismo, el asesino se suicidó, en el plantel donde había estudiado de niño. El tirador había actuado con dramática precisión.

En este tipo de episodios, muy frecuentes en la tierra del Tío Sam, suele haber muchos heridos. En cambio, Adam Lanza, sólo dejó uno. Dos infantes aún fueron subidos con vida a las ambulancias, pero murieron en el trayecto al hospital. El asesino fue certero, infalible, con sus tres armas: una pistola semiautomática Sig Sauer de 15 balas, con alcance efectivo de 50 metros; una pistola semiautomática Glock, con cargador para 10 y 33 balas, según el modelo, con alcance efectivo de 50 metros;  un rifle M4 .233, automático, de 30 balas –5.7 mm de diámetro–  por cargador. Alcance efectivo de 360 metros.

Los peritos dicen que casi todo el ataque lo realizó con el rifle; según el forense Wayne Carver, director de la Oficina Forense de Connecticut, dijo que “no había visto nada igual en mi carrera” y que los cuerpos que inspeccionó presentaban entre tres y 11 impactos de bala, con heridas devastadoras. Simplemente brutal.

Después del shock se presenta el mismo problema: ¿qué sucedió?, ¿quién es el culpable de que cíclicamente se presenten estas horrendas matanzas que parece no tener fin? ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de la poderosa Asociación Nacional del Rifle y de la Segunda Enmienda Constitucional?

Nadie ignora que en Estados Unidos hay una adoración por las armas que se remonta al Viejo Oeste, sus legendarios pistoleros y a la Guerra de Secesión que enfrentó a los estados del Norte contra los del Sur, sin olvidar que cada matarife (jóvenes o viejos) tienen sus particulares problemas mentales y de todo tipo.

Lo cierto es que parece que en todo Estados Unidos no hay un solo santuario inmune a que se cometan estas matanzas, que cada vez parecen más absurdas y horripilantes.

De tal suerte, como escribe Yolanda Monge desde Washington: “Puede ser que la última masacre sea un punto de inflexión. No en vano es el peor tiroteo perpetrado contra niños en la historia de Estados Unidos”.

“Debemos cambiar”

Al recordar la sucesión de matanzas que se han producido recientemente en distintos puntos de la geografía del vecino país del norte, el presidente Barack Obama derramó lágrimas sinceras, y dijo: “Estos barrios son nuestros barrios, y estos niños son nuestros hijos. Nuestros corazones están rotos”.

Ahora, en la alocución de Obama —escrita por él mismo, algo inhabitual—, leída durante una vigilia interconfesional en la escuela de Newtown, sentenció: “Ya no podemos tolerar esto. Estas tragedias deben terminar y, para terminarlas, debemos cambiar. Si esta tragedia suscita debate y reflexión, como debería, hagamos lo posible por asegurar que esté a la altura de aquellos que hemos perdido”.

Obama prometió usar el poder de su cargo para hacer todo lo que pueda para prevenir otra matanza como la del viernes 14 de diciembre. Pero, ¿qué tan fuerte resulta la respuesta del mandatario estadounidense? Dijo: “Se nos dirá que las causas de esta violencia son complejas y eso es cierto. Ninguna ley, ningún conjunto de leyes puede eliminar el mal del mundo o prevenir todo acto de violencia sin sentido en nuestra sociedad. Pero eso no puede ser una excusa para la inacción. Seguro que podemos hacer algo mejor que esto”.

Aunque el domingo 16 en Newtown no se refirió directamente el espinoso tema del control de armas, ni a la poderosa Asociación Nacional del Rifle, ofreció el compromiso más fuerte que un presidente haya hecho para luchar contra el poderoso lobby de las armas, de acuerdo con el editor de la BBC para América del Norte, Mark Mardell.

Cultura del rifle

Los datos son irrefutables: Estados Unidos cuenta con una población aproximada de 315 millones de habitantes; y la misma población posee 300 millones de armas, un promedio de 88.8 armas por cada 100 habitantes. Uno de cada tres hogares tiene por lo menos una. Las armas de fuego se emplean en dos tercios de los homicidios en el país, de acuerdo con datos de la FBI.

Asimismo, las armas de fuego causan anualmente la muerte de 31 mil personas entre las cuales 18 mil son suicidios.

Que en la Unión Americana existe una adoración por las armas de fuego no es ninguna novedad. Lo saben propios y extraños. Es una realidad. Un 60% de la población reconoce haber disparado un arma por lo menos en una ocasión. La cultura de las armas de fuego, que se remonta a las más profundas raíces de esta nación, es utilizada a cabalidad por la Asociación Nacional del Rifle (National Rifle Association: NRA), el principal lobby del sector, para la defensa de un negocio muy lucrativo que en los últimos años ha crecido desmesuradamente.

La matanza de Newtown ha revivido el debate sobre el control de armas en este país con un floreciente culto por revólveres, automáticas, fusiles y carabinas de todo tipo —civiles (sic) y militares—, ametralladoras semi y automáticas, y un larguísimo etcétera, y un fuerte apoyo en el Congreso, lo que ha desalentado a la mayoría de los políticos de todos los esfuerzos importantes para abordar la fácil disponibilidad de armas.

 

Derecho a poseer armas

Right to bear arms, este derecho de posesión de armas, tiene su fuente de derecho en la Segunda Enmienda a la Constitución que curiosamente el 16 de diciembre cumplió 221 años de vigencia, sólo 15 años menos que la Declaración de Independencia de 1776.

Literalmente la Segunda Enmienda dice a la letra: “Siendo una milicia bien regulada necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no debe ser infringido”.

Sobre este texto se han hecho interpretaciones diferentes de forma constante casi desde que que se publicó. Juristas distintos explican que se refiere exclusivamente a un periodo anterior a la creación de un ejército nacional de la Unión Americana, cuando las milicias eran aún el principal cuerpo de protección de los ciudadanos, y a las rudimentarias armas de defensa personal que existían en aquellos momentos.

Este ha sido un problema debatido durante décadas sin encontrarle solución. Su defensa no sólo ha sido argumento de la derecha —representada por el Partido Republicano y no pocos políticos demócratas—, hasta Malcolm X azuzó a sus seguidores a armarse en base en la Segunda Enmienda, tal como lo recuerda la profesora de Harvard Jill Lepore en un artículo publicado en The New Yorker.

Y en la década de los 60 del siglo pasado, los Panteras Negras reclamaron el derecho a la autodefensa con la misma excusa constitucional.

Como sea, el mantra con el que se forjó la nación se repite y se repite. El redactor de la Segunda Enmienda fue James Madison, compañero de Thomas Jefferson, padre fundador: “Ningún hombre libre será excluido del uso de armas”.

Sin embargo, fue la irrupción de la NRA en la política lo que llevó el asunto hasta el punto en que hoy está. Aunque existe desde el siglo XIX —1871, fundada en Nueva York—, fue una organización de aficionados a la caza y a las armas en forma recreativa. Su transformación en lobby de la industria de las armas no tuvo lugar sino hasta 1975, y su inclusión en la política años después.

En 1980, el republicano Ronald Reagan, fue el primer candidato presidencial oficialmente apoyado por la NRA.

A partir de ese momento su ascenso fue vertiginoso. Actualmente es la organización que más dinero invierte en campañas políticas y que más influencia tiene en el Congreso, donde muchos de sus miembros le deben el escaño. Su estrategia es simple y directa: propagar el miedo para que la gente se anime a comprar armas y las use.

Pocas horas después de que un hombre mató a 12 personas en un cine de Aurora, Colorado, cuando se proyectaba la película de Batman, la NRA publicó este tweet: “Buenos días, tiradores¡ ¡Feliz viernes! ¿Planes de fin de semana?

El tweet generó crríticas de todos lados. Ahora, desde el viernes 14 de diciembre, la NRA dio de baja su cuenta en Facebook tras la matanza de Connecticut.

Algunos comentaristas dijeron que “el miedo no anda en burro”.