Cuenta conmigo para una Constitución nuevecita

Guadalupe Loaeza

Mi queridísima ciudad:

Te conozco desde que nací, es decir, hace más de seis décadas. Por lo tanto, me viste dar mis primeros pasos por una de tus avenidas más bonitas, el Paseo de la Reforma. Fuiste testigo de los primeros paseos que di en bicicleta. Juntas lloramos cuando se cayó tu Angel de la guarda, el mismo que simboliza nuestra Independencia, en el terremoto de 1957. Entonces tenía 11 años y ya te amaba con locura. En esa época, nada me gustaba más que recorrer tus calles del Centro Histórico, en compañía de mi madre.

Gracias a doña Lola, conocí tus iglesias coloniales, tus plazas, tus monumentos y parques. Una visita de rigor era ir al Monte de Piedad para descubrir maravillosos lotes de plata. Allí, mi madre compró decenas de juegos de cubiertos de plata, con sus cucharones y hasta con sus tenedores para el mango.

Ya adolescente, solía acompañar a turistas franceses al bazar del sábado, después nos íbamos a Coyoacán, a la casa de Frida Kahlo y casi siempre terminábamos con la visita de la UNAM y del Pedregal de San Angel. Los domingos, los llevaba, en primer lugar, a conocer tu maravillosa Catedral. Con qué cara de satisfacción veía su expresión de incredulidad al encontrarse en medio de tu majestuoso Zócalo.

Después, la visita obligada era La Lagunilla, donde regateaba durante horas con chacharitas. Ya muy tarde comíamos en Prendes o en la Fonda de Santo Domingo. Por la tarde-noche, se imponía un cafecito en la Zona Rosa, para después cenar un delicioso mole en la Fonda del Recuerdo.

Por lo general, estos turistas se hospedaban en el hotel Camino Real, así es que casi siempre acabábamos tomándonos un tequilita a tu salud, a la maravillosa ciudad de México, la mía, la misma que adopté desde que era niña.

Te lo juro que no me importa la contaminación, como tampoco los embotellamientos, porque como decía Carlos Monsiváis, que te adoraba con toda su alma: “Me oí en el Periférico las nueve sinfonías de Beethoven, completas. ¿Te digo lo que sentí? Que el verdadero tiempo libre es el de los embotellamientos”.

En años de juventud, quién me iba a decir que los que habíamos nacido aquí no podíamos elegir al jefe de Gobierno que más te convenía.

Ahora, afortunadamente, ya podemos elegirlo y lo hemos hecho con toda libertad. No sabía que el Congreso de la Unión decidía tu presupuesto y que, por lo tanto, no se podían planear nuevos proyectos. Todavía ahora, no podemos decidir acerca de tu presupuesto. Pero lo que entonces ignoraba, y que ahora que soy adulta lo encuentro inconcebible, es que aún no tengas una Constitución propia. Es decir, que desde el establecimiento del Ayuntamiento del cabildo en 1524, no gozas de una autonomía política.

Sé que el Distrito Federal fue creado por la Constitución de 1824, pero esto no te ha dado, hasta nuestros días, un marco jurídico, claro, ni mucho menos, definido. ¿Quiere decir que más que ciudadanos, los que vivimos aquí, somos súbditos? Querida ciudad, esto no es posible. Te urge una Constitución, una Constitución como la tienen en los otros estados de la república mexicana. Como dijo Miguel Angel Mancera, cuando presentó ante la ciudadanía la reforma política del Distrito Federal: “Estoy convencido de que esta ciudad tiene derecho a un régimen jurídico que la consolide como un espacio para la plena realización política, económica, social y cultural de las personas”.

Te he decir, mi querida ciudad, que hay consenso. Sí, hoy por hoy, partidos políticos y la mayoría de los ciudadanos estamos convencidos de que te es fundamental una reforma política. Es una espléndida oportunidad para que cuentes con una Constitución “nuevecita y sin parches”, como dice Lorenzo Meyer.

Una Constitución modelo, en la cual se incorporen los lineamientos para una política pública, legislativa y judicial en materia de derechos humanos.

Ahora que te has convertido en una de las ciudades más grandes del mundo, en donde, no te asustes por favor, habitan bajo tu cielo 8 millones, y con la población flotante somos 24, ¿te das cuenta de lo importante que eres?

No te olvides que aportas, mi querida ciudad (por eso también te quiero tanto), 34 % del Producto Interno Bruto. Con todo lo que han logrado los gobiernos de izquierda, ¿no crees que ya es tiempo de que nos gobernemos a nosotros mismos?

Necesitas tu propio Congreso y un Poder Judicial completito. Así consolidaremos: “La relación entre la ciudadanía y sus gobernantes —dijo Mancera—; la interacción de los poderes públicos; la formas concurrentes de nuestra democracia; el régimen electoral; la rendición de cuentas; la responsabilidad de servidores públicos y la inclusión de las y los ciudadanos en la gestión y evaluación de las funciones y servicios públicos”. Necesitamos mayor libertad en la toma de decisiones. Como dice María Rojo: “Ya no queremos seguir siendo ciudadanos de segunda”.

¿Verdad que tú no quieres que nos sintamos de segunda, cuando vivimos en una ciudad de primera? Para lograrlo, he aquí lo que nos sugiere Mancera: “Trabajemos, pues, todas y todos los que queremos ver el Distrito Federal pronto, muy pronto, convertido con plenitud, sin sombras de duda, en la gran ciudad de México”.

Cuenta conmigo, mi queridísima ciudad, por todos los gustos que me has dado.