Sin enconos ni discordias

Mireille Roccatti

El cambio de régimen ha recuperado para el país sobriedad republicana, simbolismos y liturgia protocolar que se habían abandonado en aras de un pragmatismo vulgar y ramplón que terminó desgastando la propia institución presidencial. El valor simbólico de los ritos republicanos debe justipreciarse por lo que representa en el ánimo colectivo.

Uno de los valores recuperados es el discurso inicial, el mensaje inaugural del nuevo gobierno, mediante el cual el nuevo presidente señalaba el nuevo rumbo, el nuevo derrotero que habría de seguir el país, preconfigurando así las prioridades del nuevo gobierno. Origen es destino, por ello, el régimen que comienza lo hace marcado por los compromisos que adquiere, los lineamientos y directrices que fija, las promesas que formula y las metas que compromete.

Reconocer nuestro pasado milenario precolombino, la riqueza de las culturas originarias, la herencia hispánica, la riqueza de nuestro mestizaje, así como el legado del liberalismo y la revolución, es muestra de que a partir del conocimiento de nuestro pasado podremos entender el presente y construir un mejor futuro para todos los mexicanos.

El llamado —que no puede desoírse— es a transformar México, a construir un futuro promisorio, hacerlo sin enconos ni discordias, a privilegiar lo que nos une y a debatir con serenidad lo que nos divide. A construir consensos, a priorizar los acuerdos, a hacer un lado las mezquindades y los intereses facciosos personales y de grupo.

La nueva etapa histórica que vive México con una democracia incipiente con instituciones solidas y procesos electorales confiables, con estabilidad macroeconómica y finanzas públicas sanas debe servir de plataforma para detonar crecimiento y desarrollo. Resulta singular y relevante el compromiso del presidente Enrique Peña Nieto de disminuir la pobreza, en especial la alimentaria; por cierto, pobreza inadmisible que no podemos permitir que subsista y debemos emprender una gran cruzada nacional para combatirla.

Otro punto destacable es el compromiso de escuchar todas las voces de la sociedad, de gobernar abiertamente, de hablar con la verdad. Un gobierno facilitador, en suma, tras escuchar la pluralidad, cercano a la gente, ejecutor de acciones que respondan a las mejores propuestas de todos los mexicanos. Lo anterior no es menor, cuando lo “normal y cotidiano” es construir gobiernos autócratas, sordos y mudos a las demandas sociales.

Al respecto, debe destacarse el anuncio del cumplimiento del compromiso contraído en los diálogos de Chapultepec por el hoy presidente de la republica con el Movimiento por la Paz y Justicia con Dignidad del poeta Javier Sicilia de desistirse de la controversia interpuesta contra la Ley de Víctimas y que ésta se publique tal y como la aprobaron diputados y senadores.

El mensaje en su parte medular generó confianza al afirmar que el proceso de transformación al que convoca el Ejecutivo es de su responsabilidad y que habrá de cumplir a cabalidad con sus deberes y obligaciones. Esto en lenguaje llano significa que se asume en timonel y guía que fija el rumbo y asume la responsabilidad del mando; en un país como México, es importante, porque aun en el inconsciente colectivo subsiste la necesidad de un líder.

Otro punto que debe resaltarse del discurso inaugural es la asunción de retomar el liderazgo internacional y regional que México ostentaba como resultado de una política exterior de Estado que, basada en principios jurídicos, valores éticos y dignidad republicana, colocó a nuestro nación como voz a escuchar en nombre de la justicia y equidad en la resolución de los conflictos internacionales.

En conclusión, el discurso inaugural del presidente Enrique Peña Nieto establece la rosa de los vientos de lo que será su gobierno. Habrá que seguirlo diseccionando y analizando.