Carlos Olivares Baró
Música y palabra confluyen en la misma plaza. La palabra sigilosa. La música en borrasca: torrente que arrastra voces en el relente de su travesía. Música y palabra dialogando en un paisaje desnudo donde helechos espectrales desencajan espinas y suscriben clemencias de asombro desmedido. Música y palabra en los tajos del deseo. Música y palabra estirando la anochecida turbulenta. Música y palabra alimentando los oscuros encuentros de una muchacha que lame el tiempo en la caricia que prodiga a un anciano pérfido que la hostiga. Música que otea, que predice, que atisba. Palabra que miente, que tiñe de granate los límites, que ronda, que silabea la muerte, que ensordece con sus entonaciones de calmas y desgarros. Música-palabra: empalme de dos aves desgarrantes que cacarean los presagios de la llovizna, del horror. Música edificada en solemne armonía. Palabra reverberante dicha siempre en el abismo. Ópera: apertura: entrada: recitación: oratorio: ceremonia. Fantasma: visión: espectros: sombra. Toda puesta en escena reclama una contemplación. La palabra asume las congregaciones: la música asiente los tornasoles. Música que labra signos: palabra que labra iconografías. El oleo se pronuncia en los resquicios del silencio. Música callada que se inflama. Soledad sonora que se bifurca. Palabra que mira el soto. Música que oye el acorde velado. Todo silencio guarda proporción con eriales de quietas inclemencias: llovizna de goterones que reblandecen las fisuras. “Entonces // cuando cae / cuando cae la noche” el tiempo presente ajusta los propósitos al dolor del paisaje. La ópera fantasma (Vaso Roto Ediciones, 2012), de Mercedes Roffé (Buenos Aires, 1954), poemario que junta albores de la palabra con fluencias de la música. Música: palabra de conformes en dicción que musita entreveros de verbos extraviados en la memoria: “labios / presencias / palabras / más : murmullos”, preludia Roffé en el poema “Barbarie de las horas”. La mañana sucumbe en la estación: “llano / tiempo velando / un decir / mar adentro / por aguas ilegibles // palabras como una ensoñación”: metafísica de cuajado bordado simbólico y reverberación quevediana. “—el tiempo anticipado / de una gesta / virtual o diaria / confesión”. Pasado, presente, futuro y eternidad apremiante. Pasado/presente: vuelta y regreso; futuro/eternidad: búsqueda y presencia. Lo intacto ordena la espiral que empalma lo que fue con lo que está siendo. Lo permanente precisa el sinuoso segmento que acerca lo que será con lo perenne. Si Quevedo proclama que “hoy se está yendo sin parar un punto”, Roffé, sin embargo, prefiere persuadir para que en “la cuesta de los años / en lo oscuro. // Llega al umbral / traspásalo / sumérgete / en la honda, estrecha, escala del olvido”. La recordación: “mar en tempestad” en el sentido de Shakespeare. Acuarela de “nubes, nubes / manada morosa”. Poemario de caligrafía bachiana (estructura en forma de Fuga: contrapunto, reiteraciones de los motivos, pluralidad…) y sugerentes rituales transpuestos en exuberantes inflexiones: orfeón de voces sumergidas en tinturas de espiritual resplandor verbal. Los colores dialogan, el ocre preside la asamblea. Odilon Redon se emboza y “el horror de los ojos / no es lo peor”: la vespertina madeja, “sangre / o fuego // o globo// o algo de Klimt”. Artaud atiza el silencio; Varo persiste en cazar astros y la noche se le escapa “insomne / a lo blanco mudo sordo”; Nyman sabe que “Alguien canta. Alguien responde / y alguien aun se empina / en lo alto de sus cuerdas”; Schöenberg viaja por cinco noches, sabe que “frágil / es / el vuelo del recuerdo”… En estos folios “Hay un aljibe que canta / con voces como lluvia fresca”: Bach se unta de añil, de mar y se refugia “en el mullido cofre del alma”. Alejandra Pizarnik y Anise Koltz desandan por estos parajes de refulgencias y soflamas. La poesía como un acto de salvación, convocatoria para romper hechizos y curar a los enfermos con “ruido, mucho ruido. mucha. mucha gente”. La ópera fantasma: salmos en inocente estado de pureza.


