Camilo José Cela Conde

Madrid.-Tengo para mí que quienes dicen que el problema catalán ha quedado en precario a causa del batacazo del presidente Mas en las urnas, se equivocan. Lo que ha quedado bien claro en España tras las elecciones catalanas es que, puesto a optar por la independencia, los votantes prefieren a los partidos independentistas de verdad. Pero los menos extremistas han ido de su mano al pedir un cambio radical en la estructura del Estado español; uno que implica la reforma de la Constitución para dar paso al federalismo o como se le quiera llamar, destrozando la fórmula del café para todos con la que se consiguió salir de la dictadura franquista. Quien va a tener un problema espinoso en las manos es el presidente español, Mariano Rajoy, quien tendrá que pactar nuevas fórmulas fiscales —el alma del federalismo, del aforamiento o de lo que se le quiera llamar— para Cataluña sin que entre en barrena el Estado de las autonomías. Nadie, en España, cree de veras que el Partido Popular —PP, en el Gobierno de Madrid, hoy— puede llegar a ser alguna vez una alternativa de gobierno en Cataluña. Si la solución que propugnan los partidos independentistas catalanes, Esquerra Republicana (ERC), Iniciativa per Catalunya Verds y los nuevos parlamentarios de la Candidatura d’Unitat Popular —afines a los “indignados” que claman contra el sistema— se da por inviable a corto plazo, queda como única alternativa una reforma a fondo del Estado, manteniéndolo como tal. Y en ese trayecto será necesario convencer a los catalanes —a los ciudadanos, más que a los partidos políticos— de que el déficit fiscal, si existe de verdad, va a resolverse.

Queda pendiente el problema nada trivial de formar un gobierno de Cataluña apto a la vez para seguir por esa senda política y para lidiar con los problemas económicos inmediatos. Tal vez cuando se publique esta cuartilla Convergència i Unió (CiU), el partido de Mas, lo haya logrado ya, pero hay para dudarlo. El pacto de la legislatura anterior entre convergentes y populares resulta hoy muy difícil. El más natural, el de CiU y ERC, supone un riesgo tremendo para Artur Mas y su gente porque lo peor que pueden hacer es dar alas a los verdaderos dueños de la bandera independentista. Lo más natural, si se quiere a la vez que Cataluña sea gobernable y que logre un nuevo reparto del pastel estatal, sería la coalición entre convergentes y socialistas, fórmula que se ha mostrado eficaz en Euskadi.

Pero el País Vasco tiene desde hace siglos el concierto foral que busca Cataluña ahora, cosa que convierte en muy difícil esa salida más suave. Y los socialistas están en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Rajoy y Mas, los presidentes de España y de Cataluña, quedan condenados a entenderse en unas condiciones que el órdago independentista ha convertido en incómodas y muy complejas. Ni el PP puede permitirse una solución que derrumbe su poder en las comunidades autónomas más reacias al cambio del status quo, ni CiU puede buscar amparo, tras los resultados electorales, en la amenaza del independentismo que llama a la puerta. Un partido socialista fuerte haría más cómoda la búsqueda de una salida al caso actual pero ésa es, hoy por hoy, la utopía más difícil de todas.