Jaime Septién

Los usos y costumbres de nuestra cultura están cambiando de forma tan acelerada que hoy nos parece “normal” que Estado, guerrilla y sociedad civil puedan sentarse a encontrar accesos de paz vía Skype. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, echó a andar una mesa de diálogo virtual (www.mesadeconversaciones.com.co) mediante la cual se mostrará el estatus de la agenda de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), al tiempo que se recibirán propuestas de la sociedad, mismas que alimentar la mesa de diálogo que se lleva a cabo, físicamente, en La Habana. Santos usó uno de sus programas radiofónicos de “En línea con el Presidente” para dar a conocer este mecanismo, inédito en la historia reciente de los procesos de pacificación en el mundo. Se trata de una medida que hace que este proceso —larguísimo y plagado de muertos— salga de la esfera del secreto para insertarse en el corazón mismo de la sociedad. Las iniciativas del público —advirtió Santos— deben ser breves, racionales y realistas. Nada de proponer que se les de a las FARC el reino de Tanzania o una ración de ácido muriático en el rancho de los miércoles. Se trata de algo muy serio: por vez primera, aunque sea de forma virtual, un pueblo es invitado a participar como actor en medio de las balas, los secuestros y las matanzas. En otras palabras, el pueblo colombiano pondrá ideas, ya no nada más muertitos. Las iniciativas pueden ser de todo tipo, más el presidente Santos fue enfático en recalcar que la sociedad puede participar con mayor profundidad en cuestiones concretas, como la del desarrollo agrícola integral de las zonas “controladas” por la guerrilla por más de cuatro décadas. Obviamente, no es éste el interés de las FARC-EP, pero tendrán que ir cediendo en temas políticos ante el empuje de la sociedad y del pueblo que dicen defender o representar. Por lo demás, la concentración de la tierra colombiana en pocas manos, uno de los grandes reclamos del inicio —en los sesenta del siglo pasado— de la guerrilla, también deberá enfrentarse con nuevos bríos. Una reforma de paz exige una reforma de justicia y otra de carácter social. Se trata de empujar hacia adelante a un país que puede ser de las grandes potencias de América Latina y que hasta ahora se ha detenido por el sangriento conflicto interno que enfrenta. Se deben sustituir cultivos ilícitos, cierto, pero también buscar un desarrollo humano integral, incluyendo los derechos políticos, de quienes —por presión o por pobreza— participaron en la guerrilla. Sin duda un asunto arduo. Pero la decisión de abrirlo a la participación de los cibernautas abre las posibilidades de superar el conflicto. En Colombia, como ejemplo, aunque podría (debería) ser copiado en cualquier otro lugar del mundo en el que haya una guerra.