Con el rango de observador no miembro de la ONU
Bernardo González Solano
El 29 de noviembre de 1947, hace 65 años, la Organización de Naciones Unidas (ONU) votó un plan que partió Palestina entre “un Estado judío” y “un Estado árabe”, con un estatuto internacional para Jerusalén. Este plan, rechazado por los Estados árabes, continúa siendo letra muerta para la comunidad palestina.
Ahora, el 29 de noviembre último, por votación mayoritaria de la Asamblea General del organismo mundial, Palestina se cataloga como “Estado observador no miembro” (sic) de la ONU.
A falta de una bandera nacional ondeando en la explanada del edificio donde tienen lugar “las batallas de papel en la casa de cristal” —sobre la Calle 42 de la ciudad de Nueva York—, los palestinos, representados por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas —cuyo alias de guerra es Abou Mazen— consideraron que en la solemne sesión se les entregó “una acta de nacimiento” gracias a esa votación “histórica”.
Quiénes votaron
De hecho, los votos de ese jueves 29 de noviembre en la Asamblea General pasarán a la historia. No hay que olvidarlos. De los 193 países miembros, votaron 138 a favor de Palestina —entre ellos México por órdenes todavía presidente Felipe Calderón Hinojosa— como “Estado observador no miembro” (como lo fue Suiza hasta el 10 de septiembre de 2002; después, únicamente la Ciudad del Vaticano gozaba de esa denominación).
La resolución usó el término en vigor desde 1988. Del Viejo Continente, 14 Estados votaron a favor de los palestinos, entre los que se cuenta Francia —que tiene veto en el Consejo de Seguridad de la ONU—, Italia y España.
Nueve países votaron en contra. Además de Eretz Israel y de Estados Unidos Canadá, la República Checa (el único país europeo), Panamá y los micro-Estados del Pacífico (las Islas Marshall, Micronesia, Nauru y Palau), votaron “no”.
Cuarenta y un países decidieron abstenerse, doce de la Unión Europea. Se trata de Albania, Andorra, Australia, Bahamas, Barbados, Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, Camerún, Colombia, Croacia, República Democrática del Congo, Estonia, Fiji, Alemania, Guatemala, Haití, Hungría, Lituania, Malawi, principado de Mónaco, Mongolia, Montenegro, Países Bajos, Papua Nueva Guinea, Paraguay, Polonia, Corea del Sur, Moldavia, Rumania, Rwanda, Samoa, San Marino, Singapur, Eslovaquia, Eslovenia, Macedonia, Togo, Tonga, Reino Unido de la Gran Bretaña y Vanuatu.
Esta votación implícitamente supone el reconocimiento, por parte de la ONU, de la soberanía de los palestinos sobre el territorio ocupado por Israel desde 1967. Después de la conquista de Cisjordania y de la Franja de Gaza por el ejército israelí, el organismo mundial votó la resolución 242 que reafirma “la inadmisibilidad de la adquisición de territorios por la guerra”.
Por tanto, esta decisión abre un nuevo capítulo en un diferendo que se alarga ya por más de seis décadas, amén que pone a Israel y a Estados Unidos en el mayor aislamiento diplomático nunca antes visto, solo comparable con la votación en contra para continuar el “embargo a Cuba” (los cubanos le llaman el “bloqueo”), dispuesto parcialmente por la Casa Blanca desde 1960 y en 1962 ya fue total.
“Certificado de nacimiento”: Abbas
Al tomar la palabra en la sesión de la Asamblea General, el presidente palestino Abbas advirtió: “La ocupación debe terminar. No necesitamos más guerras para comprender la importancia de la paz… Palestina se presenta ante la ONU porque cree que estamos en un momento decisivo, ante la última oportunidad para llegar a la solución de los dos Estados”.
Para Abbas, el espaldarazo de la Asamblea General supone el “certificado de nacimiento” de su ansiado Estado palestino. Abbas justificó el compromiso de su pueblo con la paz y el derecho internacional frente a las “agresiones” y las “amenazas”, pues, dijo, ya “ha llegado el momento de que el mundo hable claro”, el tiempo y la paciencia “se están agotando”.
Algunos analistas aseguran que esta es una de las decisiones más justas e imprescindibles que la humanidad podía y tenía que tomar desde hace ya 24 años. Desde el momento en que la Organización para la Liberación de Palestina adoptó en 1988 en Argel, la difícil e histórica decisión de reconocer la existencia del Estado israelí, como si hubiera podido hacer otra cosa. Esta desembocó, después de la primera guerra con Irak (1991), en los Acuerdos de Oslo entre los dos pueblos, gracias tanto a la sabiduría como a la lucidez de Isaac Rabin y de Yaser Arafat, el que ahora es desenterrado para utilizarlo como una supuesta víctima envenenada por los agentes de inteligencia judíos.
Los últimos lustros han demostrado que israelíes y palestinos no podrán avanzar (en el camino de la convivencia pacífica) sin un empujón de la comunidad internacional, que Barack Obama podría comenzar en su segundo mandato.
Al respecto, Europa vuelve a estar dividida por sus lastres históricos.
Fuentes diplomáticas en la ONU, señalaron, el mismo día de la votación, que “ésta es un verdadero golpe para la administración estadounidense, no obstante su intenso lobbying, Canadá es el otro gran país con Israel que fe convencido de rechazar la candidatura palestina”.
Los otros seis votos en contra fueron de países menos importantes, como la República Checa, Panamá y los micro-Estados del Pacífico.
“Reanimar el proceso de paz”: Ban Ki-moon
Apenas aparecieron los resultados de la votación en las pantallas gigantes dispuestas en la sala de la Asamblea General, los aplausos no se hicieron esperar al tiempo que los miembros de la delegación palestina enarbolaron, como señal de victoria, una bandera de varios metros de largo. Comprensible aunque muchos olvidaban la parte esencial de la historia: los propios árabes se opusieron hace seis décadas y media, día por día, a la adopción, por la misma Asamblea General del plan de división de Palestina, a la sazón bajo mandato británico, en dos Estados, uno judío y otro árabe.
La misma mañana del jueves 29 de noviembre, frente al comité de la ONU sobre los derechos inalienables del pueblo palestino, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, solemnemente llamó a los dirigentes palestinos e israelíes a “reanimar el proceso de paz”, en punto muerto desde hace dos años, reiniciando “negociaciones directas”. Llamamiento que la Gran Bretaña y Francia a su vez formularon después de que el primero se abstuvo y el segundo votó a favor de la candidatura palestina.
Ron Prosor, embajador israelí ante la ONU, rechazó la resolución, que calificó como “torcida” ante la falta de toda mención de un reconocimiento del Estado judío, estimando que “no hace progresar la paz, sino la retrocede”.
En la tribuna, enseguida del ovacionado Abbas, Prosor se dirigió a los 193 países miembros en tono desafiante. “Vengo aquí con la cabeza en alto”, interpeló a “Mahmoud Abbas” para notificarle que este voto “no cambia la situación en el terreno”.
Además, le recordó: “Usted no controla la Franja de Gaza”, que representa el 40% del territorio reivindicado por la Autoridad Palestina.
La resolución de la Asamblea General “no proporciona los términos de referencia aceptables para un eventual reinicio de las negociaciones de paz”, concluyó el diplomático israelí.
Su homólogo estadounidense, Susan Rice —que algunos analistas consideran podría ser el sucesor de Hillary Clinton, una vez que presente su renuncia tal y como lo anunció días pasados—, no se mostró receptiva a la mano extendida de Abbas, juzgando la resolución “contraproductiva… porque pone aún más obstáculos en el camino de la paz”. “Esta resolución no convierte a Palestina en un Estado”, consideró la embajadora.
Por lo demás, ni una palabra de las amenazas esgrimidas antes de la votación por el Congreso estadounidense. Entre otras, se consideraban el congelamiento de una ayuda presupuestal de 200 millones de dólares a los palestinos —ayuda suspendida desde hace un año— y, como lo demandan dos leyes federales, la suspensión de las contribuciones a las agencias de la ONU que reconocieran a Palestina como un Estado.
Derechos y obligaciones
En Israel, por su parte, se mantuvo un perfil bajo en cuanto a declaraciones periodísticas. Solo algunos comentarios del primer ministro, Benjamín Netanyahu, en el mismo sentido que su embajador en la ONU: “La resolución no va a cambiar nada sobre el terreno… no va a hacer que la creación del Estado palestino esté más cerca, al revés, lo va a alejar…”
Una vez adquirida la condición de “Estado observador no miembro de la ONU”, Palestina adquiere derechos, pero también obligaciones. El principal derecho es la posibilidad de acceso a la Corte Penal Internacional de La Haya, donde la Autoridad Palestina podría denunciar los presuntos crímenes cometidos por las autoridades israelíes.
Estas denuncias pueden ir desde la investigación del supuesto envenenamiento con polonio 210 del fallecido expresidente Yaser Arafat hasta los asentamientos judíos en territorio palestino, lo que significa que el traslado de civiles israelíes al suelo invadido se convierte en “un crimen de guerra”.
Aunque en principio no se tomarían represalias por la victoria diplomática palestina, menos de 24 más tarde el gobierno de Netanyahu dio fuerte contestación: Israel permitirá la construcción de tres mil viviendas en Jerusalén Este y en Cisjordania, según una nota del periódico Haaretz. Más de medio millón de colonos israelíes viven en los territorios palestinos ocupados; una cifra que no dejado de crecer desde 1967.
A esta medida se agregó otra de carácter económico. Netanyahu decidió confiscar 120 millones de dólares, correspondientes a la cuota mensual que transfiere a los palestinos en concepto de impuestos recaudados y que el gobierno de Ramala utiliza para pagar salarios de su burocracia. Esta suma resulta crucial para el funcionamiento de la débil economía de la Autoridad Palestina.
El larguísimo y enredado problema palestino-israelí va para mucho tiempo más. El conflicto del Oriente Medio es, por desgracia, un nudo gordiano que no encuentra la espada capaz de cortarlo. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe.


