Gerardo Yong
El desarrollo de la humanidad ha contemplado el concepto del mundo en diversos enfoques. Tal es así que no puede decirse que ha sido sólo uno el que ha sido largamente esperado, sino varios de ellos. La coincidencia es que en todos se vaticina siempre la destrucción de todo lo que el hombre ha creado en su historia como un acto de represión por su soberbia o los excesos mostrados en la vida licenciosa. De hecho, parece no haber un inicio de civilización, sin que se tenga en cuenta su propio fin. La teleología misma, doctrina filosófica que trata sobre la finalidad del ser, se refiere a los cambios que acontecen en un sujeto u objeto de estudio, así como de su realización final. Los antiguos filósofos griegos Tales, Anaxímenes y Anaximandro pusieron la primera piedra en este tipo de investigaciones sobre cómo se originó el mundo y cómo podría terminar. Se les conoció como “físicos” ya que sus investigaciones se referían al origen (Arché) de la fisis, término griego con el que se le conocía a la naturaleza. Estos tres pensadores trataban de identificar el elemento que permitió el nacimiento del mundo. El primero proponía como forma primigenia al Agua, el segundo al Aire y el tercero al Apeiron, que puede traducirse como lo “Indeterminado” o lo que no tiene una forma, una especie de sustancia infinita que da origen a todo lo demás. De un libro atribuido a él titulado “Sobre la Naturaleza”, menciona:
El principio (arché) de todas las cosas es lo indeterminado ápeiron. Ahora bien, allí mismo donde hay generación para las cosas, allí se produce también la destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan las culpas unas a otras y la reparación de la injusticia, según el orden del tiempo.
Se puede decir que desde el siglo VI a. C., Anaximandro ya vislumbraba una idea de los procesos de desarrollo de la civilización, de su interacción y de su consecuente final. Su lenguaje parece decir que todo lo que se crea lleva consigo su propio final. En resumidas cuentas, que todo lo creado por el ser humano es temporal y pasajero.
Un proceso lógico
Hablar de un fin del mundo es hasta cierto punto algo normal. La mayoría de las culturas en el planeta contemplan un fin, muchas veces trágico, ocasionado por las cosas que no se hicieron bien cuando se debió haber hecho en su momento. Este mundo de consecuencias fue determinado por Aristóteles en el siglo IV a. C. Para este filósofo griego las cosas se someten a un proceso de acto (dynamis) y potencia (en-ergeia), esto es lo que se conoce burdamente como causa y efecto. Si hay una causa, entonces, hay un efecto. Nuevamente la fórmula del fin aparece como la culminación de un proceso de conocimiento entendido como la consecuencia de algo y eso es precisamente su fin; su consumación. Hay tantos conceptos del inicio como del fin del mundo en las religiones humanas, los cuales se mencionan como temas escatológicos. Algunas de ellas reflejan un fin correcto; una consecuencia no trágica
La visión cristiana
En el Génesis, la Biblia narra cómo Dios creó la luz, las aguas, la tierra, los vegetales y los animales. Y señala: “Y vio Dios que todo lo que había creado era muy bueno. Al séptimo día, Dios descansó y bendijo el séptimo día al declararlo sagrado”. El fin de la creación no tuvo consecuencias trágicas, porque Dios lo creó con amor; hizo un diseño del mundo basado en planes de bondad.
El mundo del Paraíso en el que vivían Adán y Eva, donde todo lo tenían, llegó a su fin cuando ésta probó la fruta prohibida, instigada por el mal, y ambos fueron expulsados para vivir en un mundo de precariedades y necesidades. Este podría haber sido el primer fin del mundo del que se pueda tener idea en un documento religioso y ejemplifica claramente que todos los seres humanos tienen mundos que nacen y acaban de manera particular a cada instante y por razones muy variadas o indeterminadas, como diría Anaximandro.
El concepto también se ilustra en el pasaje donde Jesús es cuestionado por Poncio Pilatos sobre su estatus como rey. Le responde que su reino no es de este mundo, evidenciando una gran tristeza por la gente que vino a salvar y que no cree en el mundo que Él les ofrece. Hay que recordar que las Escrituras mencionan que Él salvo a la humanidad de su fin trágico al ofrecerse en sacrificio.
El budismo y la renunciación
El budismo refleja en la vida de Siddartha Gautama, mejor conocido como Buda, el concepto del fin del mundo como un rechazo a lo material, de la misma manera en que Jesús lo predicaba al pedir la renunciación a los bienes de este mundo para preferir los del Cielo. En este caso, un fin trae como consecuencia una mejor vida.
Un monje budista lo comentó de esta manera durante una visita al templo Potala, en Lasha, Tibet. “Cuando alguien decide tomar el camino de Buda, ya no hay nada que le impida llegar al Nirvana (la ausencia del dolor). Pueden hacerle lo que quieran, cortarle la cabeza, hacerle muchas pilladas, pero su espíritu no vacilará en seguir ascendiendo por el camino de la iluminación”. Esto parece entenderse como la fórmula de que: Una buena causa siempre tendrá una buena consecuencia”.
El terremoto de Alá
Para el Corán, el fin del mundo es, básicamente, el fin del mundo personal, la muerte del ego y ésta se puede llevar a cabo a lo largo de toda la vida del individuo. Se le puede traducir como “el fin de una vida egoísta para lograr una evolución espiritual”. No pone atención a los cataclismos naturales, sino a los desastres del alma. Según autores clásicos islámicos como Ibn Arabi o Ibn Ayiba, “la presencia de Alá es como un terremoto, invierte las cosas, por ello, lo que está adentro sale y lo material muere y desaparece”. Lo verdadero aparece mientras que lo ilusorio deja de existir. Eso es lo que simboliza el terremoto y la destrucción del mundo; es decir: la muerte del egoísmo.