Carlos Guevara Meza

El 11 de enero Francia decidió intervenir en Mali, el país africano asolado por una guerra civil entre el norte desértico que constituye la mitad del territorio aunque cuenta con sólo el 10 por ciento de la población, controlado por milicias fundamentalistas islámicas formadas por nómadas tuaregs y árabes incluso de otras nacionalidades, y el sur también musulmán pero con una tradición de tolerancia hacia otras religiones, cierta proclividad al Occidente desde hace algunas décadas y que incluso intentó un proyecto socialista después de su independencia en los años sesenta.

Los grupos tuaregs se fortalecieron a fines de 2011 y principios de 2012 con la llegada de mercenarios de esa etnia que trabajaban en Libia bajo las órdenes del derrocado Muamar Gadafi, que llevaron consigo además un importante material bélico saqueado de los arsenales del régimen caído.

Entraron en conflicto con otros grupos radicales islamistas hasta llegar a una tregua que les permitió apenas hace un año lanzar una gran ofensiva que el ejército regular de Mali no pudo detener, hasta lograr hacerse del control de la mayoría del territorio del norte.

Poco después, en marzo de 2012, los militares dieron un golpe del Estado contra el gobierno por su falta de apoyo en contra de los rebeldes, que aprovecharon el vacío de poder y la inestabilidad para hacer progresar su ofensiva y declarar en la zona bajo su control el Estado Islámico de Azawad, donde impusieron una interpretación rigorista de la ley islámica (sharia), con castigos como amputaciones, lapidaciones y otras. Cerca de 350 mil personas han huido de la zona por esta razón.

En diciembre del año pasado, a propuesta de Francia, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad una resolución que autorizaba formar una fuerza multinacional africana para intervenir en Mali en contra de los fundamentalistas (algunas de cuyas organizaciones son consideradas “terroristas”), cuyas acciones se extienden a otros países.

Las operaciones de esa fuerza estaban programadas para septiembre de 2013, ante lo cual los grupos islamistas iniciaron una nueva ofensiva que para el 9 de enero había tomado una importante ciudad fronteriza entre el norte y el sur, a pocos kilómetros de otra ciudad que les dejaría las puertas abiertas de la capital, Bamako. Los rebeldes estaban a días de controlar el país, cuando Francia decidió responder el llamado de ayuda del presidente de Mali y enviar tropas aéreas y terrestres.

La intervención francesa ha detenido hasta el momento el avance y se espera que incluso haga retroceder a los yihaidistas a sus posiciones previas, mientras que el Ejército regular de Mali es adecuadamente reorganizado y pertrechado, y la fuerza multinacional africana termina de organizarse y entrenarse para pasar a la ofensiva, meta adelantada para marzo (aunque se ve difícil, pues los soldados de los países participantes no tienen experiencia en combate en el desierto).

Hay que recordar que los tuaregs, como etnia nómada, tienen presencia en otros cuatro países africanos, por lo que el conflicto amenaza extenderse por el norte de África e incluso la zona subsahariana, incluyendo la inestable Libia y el dividido Sudán.