Hugo Rius 

Aupada por una amplia mayoría de sufragios que la convirtió en el verano de 2011, en primera ministra de Tailandia, Yingluck Shinawatra carga hoy sobre sus hombros el peso de disímiles y abrumadores desafíos en un país donde prevalecen múltiples diferencias políticas, étnico-culturales y religiosas de la mano de cíclicos estallidos de violencia.

Con tantos factores volátiles juntos se perfila este ya milenario reino asiático, que nunca pudieron conquistar las potencias coloniales gracias a una proverbial habilidad de sus monarcas para aprovechar las rivalidades de los invasores, franceses y británicos.

Así se forjó, a lo largo del tiempo, todo un imaginario popular que pervive hasta nuestros días en el manejo del Estado.

Los casi 66 millones de personas que habitan en los 513,120 kilómetros territoriales tienen en su inmensa mayoría al anciano rey Bhumibol Adulyadej como la figura cimera que simboliza la unidad cultural nacional, y cualquier ofensa de acción o palabra se considera delito punible, de acuerdo con la Constitución.

El grueso de cuantos votaron por el Partido Pueh Thai (para los tailandeses) de la joven estadista lo hicieron con la expectativa de que se crearan condiciones favorables a fin de que el país saliera por fin de la precedente espiral de violencia política y se encauzara hacia la reducción del abismo que separa a las élites capitalinas de las masas urbanas y rurales desfavorecidas.

Esta hermana menor de Thaksin Shinawatra, quien fuera primer ministro de 2001 a 2006 cuando fue derrocado por un golpe militar, porta de por sí una herencia ambivalente. De una parte el buen recuerdo de una década de relativa estabilidad y la aplicación de una política liberal populista que dejó dividendos. Por la otra, acusaciones de corrupción desde las filas opositoras contra quien permanece exiliado, rehuyendo comparecer ante la justicia.

Sin embargo lo primero inclinó más la balanza cuando los llamados camisas rojas, seguidores de Taksin, integrados en el Frente Unido Nacional por la Democracia y contra la Dictadura, protagonizaron un intenso movimiento de protestas, que en enfrentamiento con fuerzas policiales dejaron decenas de muertos en 2010, sin que cesara la crisis.

Ni siquiera con la elección por la Asamblea Nacional legislativa del líder del Partido Demócrata (PD), segundo en importancia entre 67 formaciones, Abhist Vejjaviva, por lo cual sólo los comicios posteriores que devolvieron el poder a Pueh Thai abrieron una pausa de relativa  tranquilidad.

Pero tampoco significa que se haya despejado el latente campo político minado, y esto parece tenerlo muy en cuenta la joven estadista, al enfrentar el principal problema de Tailandia, a saber, como poner fin a la violencia en las regiones sureñas de mayoría musulmana, atendiendo a sus reivindicaciones sin brechas al fantasma del separatismo.

Al dar sus primeros pasos en esa dirección, en septiembre pasado, Yingluck comenzó por atraer a esa causa a sus propios rivales políticos, encabezados por el PD de Vejjaviva, con quien se concentró en un intercambio de criterios sobre el camino a seguir, porque según dijo «queremos la misma cosa».

Por lo que dejan entrever los pronunciamientos oficiales, la gobernante se interesa por avanzar hacia futuras conversaciones con los movimientos insurgentes en esa parte del país, donde la virtual guerra desatada desde 2004 ha dejado un estimado de cinco mil muertos, e inclusive trascendió una propuesta de adelantar elecciones para gobernadores en tres regiones sureñas.

Ella supo aprovechar por aquellos días la celebración de un foro religioso al que asistió, y en el que se reunieron el secretario general de la Liga Mundial musulmana, Abdullah al-Turky Muhsin, junto con el miembro del Consejo Sangha, budista, Somdej Phramaharajmangklajarn, de las dos confesiones predominantes en Tailandia, por su potencial influencia.

Aún así, soplando vientos propicios, ningún gobernante civil tailandés puede ignorar el factótum ejército y menos en el caso puntual del sur, enfrascado como está en operaciones militares, bajo frecuentes estados de emergencias y reacio a cualquier eventual concesión de amnistías a los insurgentes, si llegara a entablarse a mediano plazo un diálogo con sus principales dirigentes.

De cualquier forma, y por encima de las disputas y tirones electoralistas, la necesidad de preservar el dinamismo de la economía de Tailandia, amenazada por las incertidumbres de la crisis financiera global, requiere de un entorno de cierta estabilidad social, y de relaciones de mayor entendimiento con sus países vecinos, que a la vez constituyen importantes mercados exportadores y terrenos para inversiones.

En ese contexto se inserta el acuerdo suscrito e implementado hace unos meses entre Yingluck y su par cambodiano Hun Sen, de separación de fuerzas militares en torno a un disputado territorio de escasos kilómetros, cercano al antiguo complejo monumental de Prea Vehar, cuyo inmediato resultado fue un beneficioso reflujo de turistas para Tailandia y Cambodia.

Al parecer en lugar de atizar el conflicto como solía hacerse con frecuencia para desviar la atención de los problemas internos, el actual gobierno de Bangkok prefiere encontrar avenencias de mutua conveniencia, y prueba de ello ha sido la reciente reactivación de un engavetado proyecto de explotación conjunta de cuantiosos recursos petroleros en el golfo de Tailandia.

Este reino de Indochina, con un producto interno bruto de más de 584 mil millones de dólares en 2011, una tasa de crecimiento del cuatro por ciento, cuyas exportaciones ascienden a 191 mil millones de dólares, de acuerdo con fuentes confiables, inevitablemente mira hacia el surgimiento en 2015 de la comunidad económica de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean).

Reconocida potencia turística mundial, que satisface hasta demandados cambios de sexo, exporta arroz, caña de azúcar, maíz, soya, textiles, cemento, muebles, automóviles y partes, joyas, circuitos integrados y electrónicos, principalmente a Japón, China, Hong Kong, Malasia, Singapur y Taiwán.

Con todas estas cuentas sobre la mesa, el más elemental sentido común inclinaría a las clases políticas del país a encontrar un acomodo pacífico, y de paso hacer menos pesada la carga de Yingluck. Pero por tratarse precisamente del menos común de los sentidos, los intereses de las clases privilegiadas previsiblemente seguirán dando trazos al dibujo del panorama. Tampoco se puede obviar el peso de la cultura, las tradiciones y la región como factores bullentes.

Y sobre todo que en Tailandia, según cifras oficiales, 10 millones de personas viven en extrema pobreza, lo cual sin duda alguna representa el desafío de los desafíos para cualquier gobernante, y su más explosivo campo minado.