Carlos Guevara Meza

Después de 21 meses de conflicto, la guerra civil en Siria sigue en un punto muerto. El vicepresidente Faruk el Chara reconoció, en una entrevista para un diario libanés el pasado 17 de diciembre, que el régimen no podría obtener una victoria militar, y claramente los rebeldes están en la misma situación. Mientras tanto, la represión y la guerra han arrojado un escalofriante número de 45 mil a 50 mil muertos y más de medio millón de desplazados, así como tensiones políticas y militares en las fronteras sirias con Turquía, Líbano y Jordania.

Para terminar el año con poco optimismo, el enviado especial de la ONU, Lakhdar Brahimi, resumió la situación el 31 de diciembre en una conferencia de prensa en El Cairo: “o el infierno o el proceso de negociación” y el proceso de negociación es increíblemente complicado. Aunque el plan de paz está sobre la mesa (cese al fuego, formación de un gobierno de transición con participación del régimen y de los rebeldes, convocatoria a elecciones para formar un nuevo gobierno) y, en teoría, ha sido aceptado por los contrincantes, las negociaciones siempre se atoran: los rebeldes no quieren que el presidente El Assad siga un minuto más, ni que tenga participación alguna en la transición. Y el presidente, con el apoyo de una parte significativa del régimen, así como de Rusia y China, no se quiere ir (quizá ni siquiera pueda irse, pues para propios y extraños él simboliza al sistema y su salida sería considerada como la derrota).

Las implicaciones internacionales no son pocas. Las evidencias de que las fuerzas del régimen han comenzado a utilizar misiles pesados (tipo Scud) contra los rebeldes (que además pueden transportar armas químicas) ya ha puesto a Turquía a colocar baterías antimisiles Patriot en su frontera. Considerando que ya se ha intercambiado fuego entre ambos países de manera aparentemente involuntaria, la situación se antoja peligrosa. Por otro lado, cientos de miles de personas han terminado desplazadas hacia la capital, Damasco, y han quedado atrapadas en el fuego cruzado entre el régimen y los rebeldes que sostienen prácticamente una batalla por la capital. Si la situación se complica más, esas personas (que algunas agencias internacionales calculan que llegarían a los dos millones) sólo tendrían opción de huir hacia Líbano y Jordania, que no estarían en capacidad de recibir a tantos refugiados. Por su parte, Israel ha denunciado un aumento exorbitante del gasto militar sirio (más de lo gastado en los últimos 40 años juntos), que incluyen aparentemente armas químicas, todo vendido por Rusia y China (a las que les está redituando bastante su apoyo a El Assad), con el peligro de que el régimen las utilice contra su población, contra otros países en caso de que se decida una intervención armada, que terminen en manos de la milicia libanesa Hezbollah o que caigan en manos de rebeldes yihaidistas que las utilizarían sin ningún control.

Pero ni Europa ni Estados Unidos están en capacidad por el momento (y seguro por un buen tiempo) de tener una participación diplomática más activa. Así que sólo cabe esperar a que los contrincantes, atorados en el punto muerto, no puedan sostener más el enfrentamiento y decidan negociar.