Primero la solución del hambre; luego, lo demás

 

 

 

Antes que educarlo, hay que alimentar

                                                                      a quien se está muriendo de hambre.

                                                                                  Santo Tomás de Aquino

José Fonseca

El pasado lunes, el presidente Enrique Peña Nieto puso en marcha la cruzada contra el hambre, uno de los compromisos de su mensaje de toma de posesión el uno de diciembre del año pasado.

Es cierto, el programa apenas se estructura, se organiza y se forman las brigadas que, en coordinación con los gobiernos estatales, llevarán a los cuatrocientos municipios más miserables de la república no sólo alimentos, sino los beneficios de otros programas sociales del gobierno.

La brutal estadística de la pobreza, agravada recientemente, no deja espacio para detenerse en las críticas de tantos neoliberales que consideran asistencialistas a programas de esta naturaleza.

Quizá lo son, pero ¿de qué otra manera se impedirá que hombres, mujeres y niños padezcan hambre? Sólo intentando que puedan tener una alimentación básica, sana y suficiente.

Oiremos, claro, las citas aquéllas de que “a un pobre no le regales un pescado, enséñale a pescar”, como propuesta para que en lugar de programas asistencialistas haya otros que contribuyan a elevar permanentemente el nivel de vida de las personas.

Suena bien. Sin embargo, en tanto el pobre aprende a pescar, ¿cómo se alimenta?

Tragedia nacional es que haya tantos hombres, mujeres y niños a quienes no les alcanzan sus magros ingresos ni siquiera para comer. ¿Alguien puede imaginarse alimentar a sus hijos sólo con tortillas y chile?

Ante eso nadie puede permanecer indiferente. Hará bien el gobierno peñista en ignorar las críticas. Primero está la solución inmediata del problema, luego vendrá lo demás: la educación, el impulso a la productividad en las zonas rurales, la comunicación, en fin, todos esos programas que se supone pueden mejorar permanentemente la situación en los cuatrocientos municipios más miserables de la república.

Es una prioridad, porque nada es más humillante, tan dañino a la dignidad de las personas que el no tener lo suficiente para alimentarse y alimentar a sus familias.

En 2000, tras seis años del programa Oportunidades, el Banco Mundial reconoció que había conseguido aumentar la talla y el peso de los niños de las comunidades beneficiadas.

O sea, ya se hizo una vez. ¿Por qué no hacerlo otra vez? Es una obligación no política, es obligación moral.

Los críticos del programa contra el hambre están en su derecho a tener dudas, pero no deben descalificarlo a priori.

Quizá, como dicen los que llevan el luto en el alma, el programa tiene motivaciones políticas. ¿Y…? Personalmente me importan un comino las motivaciones políticas, me importa que miles de hombres, mujeres y niños tengan la oportunidad de comer bien y comer tres veces al día.

Todo lo demás es perversa mezquindad.

                                                                      jfonseca@cafepolítico.com