El derecho a saber
Teodoro Barajas Rodríguez
La opacidad es una característica arraigada en nuestro país pese a los intentos por dotarnos de los instrumentos técnicos y jurídicos para avanzar en esa ruta tan estrechamente vinculada con la democracia.
Nuestra Carta Magna reconoce el derecho a saber, aunque muchos gobiernos no lo distinguen y la oscuridad es su escudo distintivo, los ejemplos los tenemos a granel.
En la última decena de años son muchas administraciones estatales y municipales las que se han endeudado como si fuese una actividad lúdica, porque parece divertirles, no se informa en qué se gastan los recursos, las sospechas de actos de corrupción detonan porque los referentes que tenemos así lo hacen pensar.
Muchas administraciones federales carentes de tino y responsabilidad política y financiera llevaron al despeñadero a nuestro país; en encendidos discursos que ahora resaltan por su valor anecdótico decían que no nos volverían a saquear, y la crisis recurrente regresaba cada seis años. La corrupción de sindicatos, gobiernos y el tráfico de influencias entre gobernantes e iniciativa privada fueron, y en más de un caso es en la actualidad, un bosquejo de realidad aunque pareciera ficción.
Michoacán refleja serios problemas financieros porque la deuda del estado es una pesada losa, la administración anterior se endeudó como nunca hubo registro en la historia, es un caso que se ha litigado en los medios de comunicación, cada una de las partes brinda una versión, pero el conflicto económico es latente.
La opacidad siempre despertará suspicacias porque la corrupción ha sido un problema estructural no inventado ahora, son tantos los ejemplos y muchas las historias al respecto.
Si tuviésemos un modelo de transparencia y rendición de cuentas en que los gobernantes se comprometieran en serio, los problemas financieros no serían los que padecemos; en muchos casos no se informa, se violenta nuestro derecho. La pulcritud ausente, la transparencia corrompida y la ausencia de la ley son los síntomas del padecimiento.
Discursos, promesas, escaramuzas llenan los vacíos que deja la opacidad, las promesas de aplicación de la norma son vetustas, parece un estribillo de los discursos políticos que mantienen vigentes los mismos lugares comunes, mismo molde sólo con fechas diferentes, igual coro de la misma canción.
Mucho por hacer en materia de la rendición de cuentas se requiere en nuestro país, consecuentemente es necesario vigorizar nuestra democracia que no puede ser vista sólo como el acto de emitir sufragios o fundar nuevos partidos políticos, urge cambiar nuestro paradigma porque el actual en materia de transparencia está desvencijado.
Abraham Lincoln, ahora de vuelta a la palestra por el filme llamado como su apellido, dijo en su discurso más celebrado hacer votos para que no perezca sobre la faz de la tierra el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Si tuviésemos un régimen verdaderamente democrático, la opacidad sería un fantasma cautivo y no una realidad indiscutible.
Voluntad política es clave para dar pasos a la auténtica modernidad, o entonces llegará el colapso como aviso irrefutable de una quiebra no sólo financiera sino política.
