¿Accidente?

Humberto Musacchio

En buena hora salió el gobierno federal a dar una versión oficial de los hechos, según la cual, lo ocurrido en el edificio de Pemex no fue producto de un atentado terrorista, sino de una acumulación de gas que hemos de entender como un mero accidente. Mejor todavía fue que la voz de las autoridades fuera la autorizada del procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, responsable jurídico de la investigación y abogado del gobierno federal.

De acuerdo con el titular de la Procuraduría General de la República, hubo una explosión difusa que se debió a la acumulación de gas, presumiblemente metano o natural, en el sótano 2 del edificio anexo a la Torre de Pemex. “Si sucedió de alguna otra forma… es tarea de una investigación que vamos a hacer”, prometió Murillo Karam.

De esta manera, se cuenta ya con una versión oficial de lo ocurrido, pero la autoridad anuncia que continuarán las indagaciones, y hace bien, porque la desconfianza ciudadana hacia todo lo que provenga del gobierno se ha ido acumulando en forma tanto o más peligrosa que el gas que generó el accidente.

Quedan en el aire varias preguntas: ¿por qué los lesionados y muertos no sangraron, como ocurre cuando hay una explosión? ¿Por qué no hubo intoxicados si se trataba de una acumulación de gas? ¿Por qué se acumuló el gas en un segundo sótano si los gases tienden a subir? ¿Por qué si el gas era probablemente metano, el humo que se produjo era blanco, lo que no corresponde a esa sustancia volátil?

La investigación fue avalada por científicos de la UNAM y de otras instituciones, pero las muchas preguntas que han surgido provienen de personas calificadas. Y al respecto, parece que fue un exceso llamar a técnicos extranjeros cuando los hay tan buenos en México. Tanta diligencia, más que una satisfacción a la sociedad, cobró la forma de una cura en salud, lo que se explicaría por la desconfianza que suscita toda versión oficial.

Si no fue un atentado terrorista ni tampoco un acto deliberado de los interesados en privatizar Pemex —que son muchos dentro y fuera del gobierno—, la causa de la tragedia hay que buscarla en la falta de un adecuado mantenimiento y de la necesaria vigilancia. La empresa ha sido severamente descapitalizada por una política fiscal suicida que se niega a cobrar impuestos a las personas y empresas más ricas. Como consecuencia, abundan los accidentes, la ordeña de ductos por caravanas de pipas que actúan abiertamente, el pillaje, los muertos, en una palabra, todo un desastre. Y ante todo eso no parecen reaccionar las autoridades. Algo huele mal en Pemex.