De multas y partidos
Teodoro Barajas Rodríguez
Las campañas electorales suelen ser una feria del dispendio, además de carecer de mecanismos ágiles para llegar a todos los sectores sociales; regularmente suelen ser un círculo que reitera el mismo tono, previsibles. En materia del financiamiento de la última campaña, la de 2012, Andrés Manuel López Obrador rebasó el tope establecido hasta por 62 millones, ello de acuerdo con los dictámenes de la unidad de fiscalización del Instituto Federal Electoral.
Ese presunto rebase a los topes de campaña se agrega a otros capítulos similares como aquel caso del Pemexgate o de los Amigos de Fox, contamos con un rico surtido de actos consumados en los que afloran los manejos turbios, las trampas y demás triquiñuelas que nos presentan el mundo como un país de bribones, transas.
En materia de los manejos inescrupulosos no escapa ningún partido, algunos son manejados por familias enteras a manera de una redituable franquicia, la oligarquía al máximo, unas cuantas manos expoliando recursos del erario.
Las actitudes de un amplio sector de nuestra clase política resultan entonces patéticas, y seguramente ello influye para que el desencanto de una amplia porción de nuestra juventud sea una especie de bandera arengada en lo alto para manifestar su rechazo a todo lo que se relacione con la actividad pública.
En la última contienda percibí campañas costosas, lo que me sorprende es que sólo a López Obrador, ahora gurú de Morena, le señalen el excedente en gastos, no sé si sea obra de contadores en el manejo de cifras.
Deberían reducirse los recursos de financiamiento de los partidos políticos, es un despropósito repartir millones de pesos en ese rubro cuando mucha gente desde hace años tiene el estatus de paria.
Los recursos que manejan, administran o malversan las organizaciones partidarias son, en gran medida, para el sostenimiento de una burocracia anquilosada, a todas luces onerosa e inútil.
Cada vez es más frecuente cómo la elite, la cansina oligarquía de la partidocracia se ha especializado en anular lo que Max Weber llamaría meritocracia para sustituirla por un simple y llano nepotismo, cónyuges, hijos, sobrinos, yernos y ese largo etcétera de los parentescos consanguíneos o por afinidad.
Así que los rebases en materia de gastos de campaña siguen vigentes como una práctica común, regularmente las multas son por irregularidades.
Y lo peor es que en poco tiempo tendremos más partidos políticos, más bombardeo de humo porque las ideologías hace tiempo casi se extinguieron ante el pragmatismo feroz que tiene como meta arribar al poder, así, sin matices.
Con más partidos en el escenario los problemas se multiplicarán, más gasto, menos solidez y una gran laxitud para esparcir más siglas, más discursos; es decir, más de lo mismo. No es pesimismo, simplemente lo que ocurre.
Preocupa que de acuerdo con diversas encuestas los jóvenes no se interesen por la vida política porque el futuro —y de alguna manera el presente— es de ellos, aunque las alternativas no son tan atractivas; no estaría por demás que entre ese sector nuevo se volviera a leer a Fernando Savater en las epístolas a su hijo Amador, esos tratados de política y ética.
