Conceptos emparentados, pero no equivalentes
José Elías Romero Apis
La ilusión de depositar nuestra seguridad en delincuentes disfrazados de justicieros me ha regresado a los recuerdos de mi juventud estudiantil.
En la teología helénica existían dos deidades femeninas que representaban la norma y su aplicación. Una de ellas, Themis, simbolizaba a la ley, concebida como un sistema regulatorio de la conducta de los hombres. La otra, Némesis, representaba un sistema compensatorio del comportamiento humano. Era, ésta, una figura dual. Si la consecuencia del incumplimiento era la prevista por la propia ley se estaba en presencia de una pena. Si, por el contrario, se trataba de un resultado fuera de la previsión legal entonces se estaba ante una venganza.
Sin definirlo con nuestra claridad actual, los griegos veían en ambas divas lo que la ciencia jurídica, treinta siglos después, conocería como ley positiva para distinguirla de la ley natural, y como justicia inmanente para diferenciarla de la justicia trascendente. En medio de esos tres mil años, los teólogos introdujeron una confusión al tema, cuando discriminaron entre ley humana y ley divina. Aclaro, para quienes no son juristas, que todos éstos son conceptos emparentados pero no equivalentes.
La ley de Themis, la ley positiva o humana o trascendente, ya desde aquel lejano entonces era muy vulnerable. Ya los hombres habían encontrado muchos métodos para derrotarla. La corrupción, la consigna, el abuso, la amenaza, la astucia, la trampa, la ignorancia, la pobreza, la indefensión, la componenda y hasta la política, entre muchos otros.
Pero la ley de Némesis, la ley natural o divina o inmanente, era invencible por naturaleza. Themis y Némesis no eran hermanas pero actuaban como si lo fueran. Cada vez que la primera era burlada, engañada y vencida, la otra aguardaba al licencioso para cobrárselas, por la buena o por la mala, en ésta o en otra vida, pero sin el menor descuento y, antes más, con los más usurarios réditos. Quizá por eso, muchos poetas identificaron a Némesis con dos atributos: lo invicto y lo vengativo. Atributos, ambos, ajenos a los hombres porque sólo a los dioses se les consideró invencibles y sólo a ellos se les permitía vengarse.
Todo esto, que lo creí bien comprendido desde muy joven, la vida ha tardado en mostrarme la compleja sabiduría helénica, la cual yo supuse simple y sencilla, debido a mi inexperiencia e inmadurez. Durante muchos años me consagré al servicio de Themis y menosprecié con mi olvido a Némesis. Me apliqué a entender y a defender las leyes de los hombres y consideré que la ley natural era una confusión del intelecto y la venganza era una perversión del alma.
En esos lejanos tiempos juveniles, cuando estudiábamos en la escuela de abogacía, un grupo de condiscípulos solíamos aplicar largas y numerosas horas a vehementes aunque inexpertas discusiones sobre la naturaleza filosófica de la justicia. Muchísimas ocasiones así nos sorprendió el alba.
Traigo todo esto a cuento porque uno de los temas que con mayor recurrencia se nos aparecía era el relacionado con la posible existencia de esa justicia inmanente. De esa justicia sobrehumana e infalible que nunca pasaría por alto las consecuencias del comportamiento de cada quien.
Hoy en día, muchos mexicanos consideran, con razón o sin ella, que la ley y las autoridades son las culpables de la inseguridad, de la criminalidad, de la violencia, de la impunidad y de otros pecados peores de nuestra vida colectiva.
A la justicia de los hombres he consagrado mi esfuerzo profesional y, si existe la reencarnación, lo volvería a hacer cuantas veces tenga la ocasión.
Sin embargo, debo reconocer que a veces me gustaría creer en la inmanencia de la justicia. Confiar en que todo delincuente será aniquilado por una tormenta eléctrica. Suponer que todo ladrón no podrá disfrutar de sus mal habidas riquezas lo mismo por enfermedad que por amargura. Estar seguro de que todo funcionario corrupto será despreciado, fracasará políticamente y todos le retirarán su amistad.
Bella ensoñación que promete una justicia que no se tuerce, que no se cansa, que no se asusta, que no se equivoca, que no se arrodilla y que no se vende.
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