Un juego viejo

Humberto Musacchio

Para algunos observadores, la renuncia de Joseph Ratzinger al trono papal mete a la Iglesia católica en una severa crisis. Es la primera vez en casi siete siglos que un pontífice romano cede el poder y, agregan los críticos, la dimisión introduce un factor de inestabilidad en el Vaticano.

Con todo, lo cierto es que la crisis no es de hoy ni la renuncia es causa de la desestabilización, sino en todo caso un factor más que entra en un juego viejo que ha hecho de la institución blanco de numerosas denuncias de pederastia, manejo de divisas negras, extraños manejos financieros y otros escándalos, como el protagonizado por Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo, que no embonan con la idea de santidad que pregona la propia Iglesia.

Por supuesto, algunos medios mexicanos ya salieron a cantar la candidatura del cardenal Norberto Rivera Carrera. El mayor argumento a favor del arzobispo primado de México —primado significa que tiene preminencia entre sus pares— está en la fuerza económica de su arquidiócesis, pues la Basílica de Guadalupe es, después de la de San Pedro, el templo que recibe más limosnas, y una buena parte de éstas llega al Vaticano.

Pese a tanto poderío económico, el sueño de la catolicidad mexicana de tener un papa no se ve cercano. En este país la Iglesia es, ha sido siempre, un factor de atraso, un elemento opuesto a las políticas de avanzada en todas las épocas. Hay, desde luego, un sector que está al lado de los pobres y sus esfuerzos de superación, pero son una minoría.

Sin embargo, la Iglesia romana está lejos de haber llegado a su final. Dice tener como adeptos a uno de cada cinco seres humanos y con optimismo y mucha opacidad estadística informa que las vocaciones sacerdotales, a la baja durante muchos años, han repuntado y hoy tiende a crecer el número de sacerdotes, lo que está por comprobarse.

Una muestra más de la fuerza vaticana está en la presencia de católicos militantes en muchos gobiernos de Occidente, entre otros el de México. Es bien conocido que en los dos sexenios panistas hubo una penosa relación del gobierno de la república con la jerarquía católica, nexo que ahora se mantiene con funcionarios como Juan Manuel Gómez Robledo, subsecretario de Relaciones Exteriores, quien muestra sin recato su filiación religiosa y llama a Ratzinger “su santidad” —lo que no le consta— y hasta afirma, como si fuera vocero de la curia romana, que la renuncia no fue “resultado de ningún tipo de presión o de coacción”. ¿Sí? ¿Le consta? No, pero la mochería se impone a los deberes que dicta la Constitución. Que el Señor los coja confesados.