Estallido en Pemex
Saber que no se sabe, eso es humildad.
Lao Tsé
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
Los sucesos ocurridos la tarde del pasado jueves 31 de enero en el edificio B 2 del Complejo Administrativo de Pemex, ubicado en la avenida Marina Nacional de la capital del país, sacudieron profundamente a la sociedad mexicana por la sobrecogedora dimensión de una tragedia que ensombreció el despegue del regreso del PRI a Los Pinos.
El intempestivo estallido provocó la muerte a 39 víctimas y lesiones a más de un centenar de trabajadores y visitantes que se encontraban en dicho inmueble, cuyo mezzanine y planta baja se desplomaron sobre el primer nivel del sótano, de uno de los primeros edificios inteligentes construidos en esta ciudad durante el falso espejismo de la administración de la abundancia de los años ochenta.
Es de reconocer la celeridad y dinamismo con la que los diferentes niveles de gobierno federal y capitalino, cuyas acciones generaron una obligada dinámica de coordinación y reacción oportuna.
La cautela y prudencia expresada por el propio presidente Enrique Peña Nieto desde sus primeras declaraciones públicas buscó evitar especulaciones ante la descomunal tragedia, pero la intención presidencial pronto se vio rebasada por una cuestionable decisión informativa que repitió los errores del pasado, ubicando voceros oficiales ante una catástrofe que exigía oportunidad en la información,.
Si desde un inicio el gobierno hubiese encomendado a la UNAM y al IPN coordinar las investigaciones científicas sobre las posibles causas, la certeza exigida por una sociedad —profundamente agraviada por la espiral de violencia desatada por la errática política de seguridad de los gobiernos panistas— se habría alcanzado.
Haber recurrido desde el inicio a expertos nacionales en el tema hubiese abonado a la estrategia de comunicación que demandó esfuerzos inocultables a servidores públicos que, quienes ayunos de los conocimientos técnico-científicos que requiere el complejo caso registrado, y cuyas explicaciones —en voz de personajes curtidos en las lides político-administrativas— detonaron, sin pretenderlo, una cauda de especulaciones.
En ese contexto, alguien manejó la hipótesis de que el gas que provocó la detonación podría haberse acumulado en el subsuelo del Complejo Administrativo de Pemex merced al hecho de que ahí se ubicó el depósito de la Huasteca Petroleum Company, empresa estadunidense expropiada en 1938, dando con ello pauta a una especie de extravagante trascendido, atajado oportunamente por las autoridades capitalinas.
Muy a pesar del esfuerzo de las autoridades federales por generar la urgente certidumbre en el resultado de las investigaciones, las versiones oficiales esforzadas no convencieron, al contrario, generaron dudas.
Por ello la clase política debe asumir que los tiempos de los sabelotodo deben pasar al ostracismo, para dar entrada al político humilde que —como hace milenios sentenciaba Lao Tsé— reconozca no saber en lugar de improvisar.
