Carlos Guevara Meza
Algunos datos que han salido a la luz pública con motivo de la renuncia del Papa, o que se han vuelto a hacer presentes, dan a entender un poco el tamaño de la crisis en el Vaticano y en la Iglesia Católica.
Por los procedimientos del cónclave en el que se elige al Papa, nunca sale a la luz pública cuántos ni qué cardenales apoyaron al pontífice (el famoso humo, negro o blanco, que sale de la chimenea de la Capilla Sixtina es producido por las papeletas de voto que se queman en cada ronda de votación, junto con ciertos químicos para darle el color simbólico).
La regla tradicional señala que el Papa debe ser elegido por una mayoría de dos tercios más uno, pero a partir de la ronda número 34 basta la mitad más uno. Benedicto ordenó cambiar esa regla, de manera de exigir los dos tercios sin importar el número de rondas. Algunos analistas suponen que esto se debió a la idea de que el nuevo Papa debe ser elegido por consenso y no por mayoría simple, y que esto sucedió porque en su elección Benedicto no obtuvo el consenso. Un Papa de transición, de compromiso, explicaría en parte las intrigas de que fue objeto por los grupos de poder en el Vaticano.
Benedicto encumbró al cardenal Tarsicio Bertone, un viejo amigo y colaborador suyo en el Santo Oficio, a la Secretaría de Estado del Vaticano, a pesar de la oposición del experimentado cuerpo diplomático de la Iglesia que tradicionalmente controla ese importante puesto (en muchos aspectos, el número 2 del Vaticano). Bertone parecía el mediador perfecto entre el pontífice y la Curia romana: un hombre más joven, desenvuelto, simpático, extrovertido, italiano, experto en la política eclesial y civil de Italia, en comparación con el tímido, introvertido, serio y alemán Papa Ratzinger. Pero a Bertone parece que el poder se le subió a la cabeza. Con el tiempo colocó a hombres suyos en puestos clave del Vaticano (como la Gobernación del Vaticano, la Prefectura de Asuntos Económicos, y la administración del patrimonio de la Sede Apostólica), al parecer intentó controlar la Conferencia Episcopal Italiana y el Colegio Cardenalicio (éste, dirigido por el cardenal Ángelo Sodano, Secretario de Estado durante el largo reinado de Juan Pablo II. Sodano fue nuncio apostólico en Chile en los años setenta y siempre se le criticó su cercanía personal y política con el dictador Augusto Pinochet), e incluso se enfrentó con el mismo Benedicto en relación con el nombramiento del director del Banco del Vaticano. Bertone, por lo que se ha sabido o se supone, fue quien armó el escándalo que llevó a la salida deshonrosa de Ettore Gotti Tedeschi, amigo personal del Papa. El reciente nombramiento del barón Ernst von Freyberg para ese importante puesto (un naviero alemán que, entre otras cosas, fabrica barcos de guerra), llena el hueco después de varios años de vacancia (lo que de por sí es un dato de la falta de acuerdo en el nombramiento), pero no se sabe si es, por decirlo así, un golpe de Benedicto a Bertone o lo contrario.
Aunque el 42 por ciento de los católicos del mundo vive en América Latina, ésta sólo cuenta con 19 cardenales que pueden participar en el cónclave, frente a 62 europeos (28 de ellos italianos). Y esta composición se debe en gran medida al propio Benedicto, que otorgó el manto escarlata casi exclusivamente a europeos. Algunos de los latinoamericanos suenan como candidatos interesantes, pero la mayoría son demasiado “jóvenes” (sesenta y tantos años) para el gusto del Colegio Cardenalicio.