Once millones de ilegales dejarían la sombra
Bernardo González Solano
¿Qué no se ha dicho sobre la reelección del presidente Barack Hussein Obama? La hazaña de un mandatario estadounidense enfrentado a la crisis económica, la victoria del reformador moderado sobre el combativo mormón Mitt Romney, derechista sin brillo, y la eficaz movilización —vía Internet— de una informal coalición de jóvenes-mujeres, y de negros-latinos (hispanos).
Todo salvo, puede ser, lo esencial: los estadounidenses reeligieron, sin mayores dramas, y casi sin ponerle una atención particular: a un negro o mestizo si se es muy puntilloso.
Lo que en 2008 constituyó un evento histórico planetario, tan solo medio siglo después del fin de la segregación racial, la reelección ahora pasó casi inadvertida. Simplemente como si la sociedad de Estados Unidos hubiera dado un paso hacia la desaparición del factor racial en la vida política, hacia la banalización de una elección colour blind (que no toma en cuenta el color de la piel del votante). No es tan simple.
Ni Obama ganó la primera ocasión por una serie de circunstancias ni la reelección la logró por algo parecido. Lo cierto es que ningún país del mundo, con mayoría blanca, ha alcanzado este grado de integración, ni en Europa ni en Hispanoamérica.
Tres décadas de atraso
El hecho es que el triunfo electoral de Obama —nolens volens— contribuyó a debilitar las fronteras raciales. Ahora, en su segundo mandato, Obama pretende dar el golpe definitivo si logra hacer aprobar la reforma migratoria, que desde hace casi tres décadas se ha aplazado.
Obama sabe que el tiempo apremia, que cuatro años pasan volando; que tiene que actuar en los dos primeros años de su último mandato. Después, toda la atención girará hacia su posible sucesor.
El residente de la Casa Blanca está consciente de que la sociedad de su país ha cambiado: los afroamericanos están más integrados gracias a que él ocupa la sede del Poder Ejecutivo, pero también que los hispanos son cada vez más relevantes y en ascenso social. No entenderlo costó, entre otras cosas, la derrota en los comicios presidenciales a los republicanos. Los latinos representaron el 16% del electorado en las elecciones de noviembre de 2012. Dieron a Obama un adelanto que fue fatal para el republicano Romney: 71% de los votos hispanos contra 27%. La deuda del primer presidente mulato con el voto latino es muy grande, definitiva.
Nadie ignora la gran capacidad de Estados Unidos para absorber e integrar en su seno a inmigrantes de todo los confines del mundo. Sin embargo, su modelo migratorio dejó de ser funcional hace tiempo y se encuentra empantanado en medio de infértiles debates partidistas. De tal forma, este marco presta singular relevancia al hecho de que por primera vez en varios lustros, la Cámara de Senadores y la Casa Blanca avancen hacia un cambio a fondo que abra el camino a la ciudadanía estadounidense a los más de 11 millones de ilegales que se encuentran en territorio del Tío Sam, la mayoría de ellos de origen mexicano.
El resultado de los comicios de noviembre último volvió las tornas. Reveló el peso decisivo del voto hispánico, produciendo un electrochoque en el interior de un partido conservador que se juega la supervivencia.
Llegó la hora
Una semana después de su investidura y un día más tarde del anuncio con fanfarrias de un plan senatorial bipartidista —cuatro republicanos y cuatro demócratas— para reformar la política de inmigración, Obama hizo lo propio en la Escuela Secundaria del Sol, en Las Vegas, Nevada.
Obama dijo que el asunto era “de sentido común y una necesidad económica”; que ya era tiempo de llevarlo a cabo, por lo que se comprometió a hacer todo lo posible para que en 2013 el Congreso apruebe una reforma migratoria integral.
“Estoy aquí —dijo Obama— porque la mayoría de los estadounidenses coinciden en que llegó el momento de arreglar un sistema migratorio, imperfecto desde hace mucho tiempo… Necesitamos un Congreso que legisle un mecanismo integral que finalmente aborde el asunto de los 11 millones de inmigrantes indocumentados que están en estos momentos en el país, eso es lo que necesitamos… La buena noticia es que por primera vez en muchos años, republicanos y demócratas parecen que están listos para juntos afrontar este problema… Si el Congreso no puede avanzar el proyecto de reforma migratoria en un corto tiempo, yo enviaré una legislación basada en mis propuestas e insistiré en que se someta a votación inmediatamente”.
No hay que echar las campanas en vuelo. No sería esta la primera vez que un presidente de la Unión Americana trata de lograr la reforma migratoria. Hasta el propio George W. Bush Jr, hace siete años, fracasó en sus esfuerzos por legislar sobre la materia, recibiendo una derrota por su propio campo republicano mientras trabajaba con los legisladores demócratas para lograrlo.
Asimismo, no hay que olvidar que Obama ostenta el récord de inmigrantes ilegales expulsados del territorio norteamericano, la mayoría mexicanos, en su primer mandato.
Y, desde la Patriot Act que George W. Bush consiguió aprobar pese a que, en muchos aspectos, atenta contra los (benditos) derechos humanos —la panacea del momento—, las fronteras de Estados Unidos están más cerradas de lo que han estado nunca.
En política, el pasado es historia y, como dicen algunos filósofos de la misma, “hay que dejar que la historia se cubra de polvo”.
En este sentido, el plano político del momento, dice Jean-Marie Colombani, en su artículo “El ejemplo de Obama”: “Es interesante señalar que demócratas y republicanos han formado un grupo conjunto de ocho senadores, y que diría que existe una carrera de velocidad entre las propuestas presidenciales y las de este grupo, aunque todas van en el mismo sentido: la regularización de esos once millones de trabajadores en la sombra y combinada con una modificación de las vías de acceso a la nacionalidad estadounidense. Y, entre esos senadores, se sienta dos figuras republicanas interesantes: una que encarna el pasado, John McCain, desafortunado candidato contra Barack Obama durante su primera campaña; y la otra, que tal vez encarne el futuro, es Marco Rubio, el senador por Florida, de origen cubano, susceptible de personificar un giro ideológico del partido republicano, al parecer más proclive a conceder mayores atenciones a los latinos, entre otros”.
Cuatro ramas
De acuerdo a la Casa Blanca, las propuestas de reforma migratoria se sintetizan en cuatro ramas: la continuidad de la seguridad fronteriza (obviamente con México, pues con Canadá no hay mayores problemas); el combate a la contratación de inmigrantes indocumentados, la residencia permanente para obtener la ciudadanía y el apoyo a la inmigración documentada.
En la primera, Obama apuesta por el establecimiento de una mejor cooperación entre las comunidades fronterizas y las agencias de la aplicación de la ley. Reforzar las técnicas y estrategias para erradicar las redes que falsifican documentos como pasaportes y visas. También incrementar y acelerar la deportación al país de origen de extranjeros con antecedentes criminales.
Por lo que toca a la contratación de inmigrantes indocumentados, Obama proyecta crear un sistema electrónico de verificación de empleados, bajo el cual antes de ser contratado el inmigrante tendrá que demostrar que tiene permiso de trabajo o residencia permanente.
La tercera propuesta es permitir a los indocumentados que se registren ante el gobierno federal, con status provisional de residencia y empleo. Para ello deben dar sus datos biométricos, demostrar que no tienen antecedentes penales y pagar una multa e impuestos, y el costo del proceso para poder ser elegibles al status provisional; amén de aprender inglés. Para obtener la ciudadanía los residentes permanentes esperarán cinco años.
En fin, los únicos que podrán obtener con mayor facilidad la residencia permanente en la Unión Americana serán los inmigrantes que llegaron al país siendo niños, que han estado por lo menos dos años en la universidad o en las fuerzas armadas.
Rehacer el marco inmigratorio no será fácil, pese al empuje que muestra la Casa Blanca. El camino está erizado de dificultades, sobre todo en la Cámara de Representantes, asiento del núcleo republicano más reaccionario, donde el Tea Party cuenta con más simpatizantes. La coyuntura no puede desaprovecharse por los responsables políticos de un país que ha hecho de la inmigración de todos los rincones de la Tierra uno de sus más reconocidos signos de identidad.
Para bien de todos nuestros familiares —hijos, nietos, primos, sobrinos—, ojalá y esta propuesta aterrice sin tropiezos lo más pronto posible.


