En una época de crisis
Alfredo Ríos Camarena
No hay duda de que el nuevo gobierno inició sus actividades despertando una enorme esperanza en los mexicanos y un optimismo a todas luces necesario en esta época de crisis.
El presidente Enrique Peña Nieto se ha manejado con habilidad e inteligencia; ha tocado los temas más sensibles como la pobreza y la reforma fiscal; se ha pronunciado por iniciativas de ley interesantes; y propició al inicio el llamado Pacto por México, que independientemente de su futura fragilidad, ha funcionado razonablemente bien. La crisis por el terrible accidente en el edificio de Petróleos Mexicanos fue sorteada con oportunidad y eficiencia; la inmediata presencia del presidente de México nos hizo recordar la ausencia del presidente Miguel de la Madrid, cuando el terremoto de 1985. Se atendió a las víctimas, se proporcionó una explicación creíble de las causas del accidente aun cuando falta por aclarar de dónde procedía el gas que explotó y sobre todo las responsabilidades a que se hagan acreedores quienes permitieron y propiciaron, por omisión o por acción, este grave suceso que costó la vida de cerca ya de 40 mexicanos.
Sin embargo, paralelamente, se han creado enormes incertidumbres, con razón o sin ella, sobre el funcionamiento eficaz y correcto de numerosas instituciones nacionales; la resolución que permitió la libertad de Florence Cassez, aun cuando es correcta —por tratarse de un juicio de amparo y no de la culpabilidad o inocencia de la acusada—, generó una animadversión popular en contra de la Corte, en lo particular, y en lo general, al sistema de procuración de justicia; las decisiones del IFE, aun cuando sean correctas, también han permeado en la opinión pública como algo negativo e inaceptable; la suspicacia que despertaron las multas propuestas por la Unidad de Fiscalización del IFE provocaron junto con la renuncia inesperada del doctor Sergio García Ramírez, críticas insoslayables; las contradicciones internas del IFAI, que pudieran entenderse como una expresión de democracia interna en la percepción popular, han sido terriblemente desacertadas. El accidente de Pemex, a pesar del manejo capaz de la crisis y del apoyo a las víctimas, sigue generando sospechas y dudas.
En el combate a la delincuencia no hemos avanzado y se han presentado acciones que indignan a la sociedad; en Guerrero, la creación de cuerpos comunitarios de defensa, vulnera sin duda el orden constitucional, independientemente de que a los vigilantes les asista la razón; la violación de turistas españolas sigue sin aclararse y esta entidad atraviesa por una grave crisis; en Morelos después de la decisión de crear la policía única, el atentado por policías municipales que causó la muerte de tres escoltas del procurador de Justicia del Estado refleja la podredumbre y la corrupción que priva en esa entidad federativa.
Entretanto, la presencia tan insistente en actos públicos del presidente Peña Nieto empieza a cansar al auditorio; las reuniones plenarias tan frecuentes donde aparecen muchos funcionarios, provocan suposiciones malintencionadas de que estos secretarios de Estado están dilapidando su tiempo en presentaciones públicas, en vez de atender los importantes temas para los que fueron designados.
El gobierno de la república va bien, pero la dicotomía que se da con la percepción de muchos ciudadanos, empaña la labor que pudiera realizarse. Es tiempo de reflexión para aplicar las nuevas políticas públicas con eficiencia. También es cierto que en el Congreso de la Unión se han efectuado reformas importantes; destaco la recién aprobada Ley de Amparo que, al parecer, al negar la suspensión del acto reclamado a las grandes empresas que realizan servicio público, le pone un “hasta aquí” a los poderes fácticos que han presionado e incidido, de manera más allá de lo normal, en las decisiones del Estado mexicano.
En resumen, prevalece la opinión positiva al nuevo gobierno federal. Existen avances indudables; esperemos que esta contradicción entre el optimismo y la incertidumbre se resuelva de manera eficiente y clara.