Jaime Septién

Hace casi ocho años, cuando fue elegido Benedicto XVI, na­die podría imaginar que la revolución de las comunicaciones pudiera haber llegado tan lejos que se tuviera que amenazar con excomunión a cualquiera de los cardenales participantes en el Cónclave que emitiera un tuit de lo que está pasando intramuros de la Capilla Sixtina.
Desde siempre, la norma había sido que los cardenales electores no se pudieran comunicar con el mundo durante el tiempo que durara el Cónclave. Para entonces, hasta 2005, eso se restringía al teléfono, a ver televisión, a mandar correos o a leer periódicos. Hoy, el cambio introducido por las redes sociales, y la existencia de cardenales tuiteros, se ha producido una adecuación (de palabra) a la Consti­tución Apostólica “Universi Dominici Gregis” para evitar que haya filtraciones del proceso de elección del nuevo Pontífice.
En realidad, Benedicto XVI no era nada ingenuo con respecto a las redes sociales. Sus 32 tuits y sus tres millones de seguidores de Facebook, en un periodo de menos de cuatro meses, fueron parte de una necesidad del Papa de intervenir, desde la fe católica, en un universo en constante expansión (Fa­ce­book ya es el tercer país más grande del mundo, con mil millones de “habitantes”). El propio Ratzin­ger lo dijo en uno de los mensajes para la Jornada Mundial de las Comunica­ciones Sociales: o la Iglesia conquista el continente digital, o la ola ahora sí termina por arrojarla las rocas de una playa remota.
¿Ahora sí? En efecto
—pensaba Joseph Ratzin­ger— pues la ocasión anterior, cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles y propició la universalización del conocimiento, lo que McLuhan bautizó como “la Galaxia Guten­berg” —a la Iglesia católica le pasó por encima la ola. Se guardó de participar, generó su “Índex” y desistió de moldear a favor del Evangelio (lo cual es su misión) la producción literaria, científica, poética… Muy pronto, la Ilustración tomó la imprenta por su cuenta, y la convirtió en punta de lanza para secularizar la historia.
Internet es la siguiente época. Y no hay —todavía— alguna fuerza que pueda reivindicarlo para sí. Está, como la imprenta en el siglo XV, abierta a la acción humanista del bien o a la depredadora del mal, en sus múltiples versiones. Para el que fuera Papa hasta el pasado 28 de febrero, una de esas fuerzas humanistas con mayor potencia para transformar la red —la mayor porque viene de Cristo— es la fe. Por eso tuiteaba y por eso abrió el camino, a sus 85 años, de una Iglesia que ya no convoca, sino que es convocada por el nuevo modelo de relaciones que ha abierto la era digital. Tanto así que hasta la Sixtina habrá de cuidarse de su invasión. ¿Será posible? Tal vez no. Y las normas de la elección del papado, como las normas de la renuncia, tendrán que cambiar.