“Vestir un traje, fumar un puro y manejar un Cadillac”

José Elías Romero Apis

Alguna ocasión escuché que el presidente Miguel Alemán habría afirmado que sería verdaderamente feliz el día que cada mexicano tuviera un traje hecho a mano, fumara un puro Montecristo y manejara un Cadillac, desde luego, de su propiedad.

La ensoñación era más que estimulante. Sin estadísticas sofisticadas ni análisis econometristas, Alemán estaba describiendo un país de ricos. De puros ricos, sin pobres ni endeudados ni mal alimentados. El mundo feliz de un desarrollo económico donde el más pobre viviera con lujos. El Shangri-La de cualquier economista.

Porque ésa es la verdadera medición del bienestar. No tanto la ausencia de desigualdades sino que el individuo de menor capacidad adquisitiva pueda satisfacer sus necesidades. No tanto un mundo de iguales en la pobreza como un mundo sin pobres.

Pensemos, por un momento, en Estados Unidos. Es un país con tremendas desigualdades, donde los millonarios lo son de verdad y donde hay quienes apenas completan la quincena. Pero donde todos hemos visto que la hamburguesa del rico es, también, la hamburguesa del pobre.

La pobreza y el hambre son motivos de vergüenza nacional. A muchos mexicanos nos avergüenza, con sobrada razón, que en nuestro país tenga que existir un ministerio destinado a la atención de la pobreza. A corregir o a medio atenuar lo que, a través del tiempo, ha producido nuestra imprevisión, nuestro egoísmo, nuestra indolencia, nuestra irresponsabilidad y nuestra deshonestidad. Me duele que existan pobres.

Sería muy provechoso que los partidos y las corrientes políticas que hoy son dueños de las decisiones para el futuro mexicano redujeran sus distancias sobre el asunto de la pobreza. Porque cada uno de esos partidos ve la pobreza y la riqueza con distinto posicionamiento ideológico.

El fin esencial de la economía es la generación de la riqueza, así como el logro de la justicia es el fin de la abogacía y la consecución del poder es el fin de la política. Ya la ideología de cada economista le dictará su personal criterio sobre a quiénes debe beneficiar esa riqueza generada. ¿Al individuo o a la colectividad? Si es al individuo, ¿al trabajador o al propietario? Si es a la colectividad, ¿al Estado o a la sociedad? En fin, todo esto es un segundo cantar porque el primero es generar la riqueza o no es economía, como la abogacía no sirve sin justicia ni la política sin poder.

Por eso es que nos preguntamos si los mexicanos estamos en el camino económico correcto cuando no se han generado los incrementos requeridos en la inversión pública y privada, en la exportación de bienes y servicios, en la demanda y el ahorro interno, en la tributación y en el gasto público.

Tampoco estoy diciendo que no hayamos crecido, pero ése no es el punto de discusión, sino que no hemos crecido con la velocidad y en la magnitud que lo requiere nuestro desarrollo y nuestro bienestar.

Pero, volviendo a Miguel Alemán, queda en claro que él se refirió en parábola. Desde luego sabía que la fotografía de su deseo era imaginaria e irrealizable. Pero Alemán no era un imperialista sino un nacionalista y un estadista. A lo que se refería, con su caricatura, era a que fueran ricas las instituciones mexicanas básicas del desarrollo y del bienestar: el gobierno, la empresa, el fisco, la banca, la seguridad social, la bolsa bursátil, la educación pública, la medicina estatal, la seguridad pública, el tribunal de justicia, el medio de comunicación y, ¿por qué no?, hasta nuestros espacios de recreación.

Que todos nuestros motores vistieran, por lo menos, un traje de seda Armani; que, de perdida, fumaran un habano fino Davidoff; y que poseyeran un auto de gran lujo, aunque fuera un Jaguar.

 

w989298@prodigy.net.mx

twitter: @jeromeroapis