Magdalena Galindo

 

Primer flash de la memoria: Antes de ser Ho Chi Minh

 He de confesar que conocí este recinto cuando todavía no tenía nombre, sino sólo el muy anónimo de auditorio y pertenecía a la llamada Escuela de Comercio y Administración, pues la entonces Escuela de Economía, en esos tiempos mucho más reducida, sólo ocupaba lo que hoy es el anexo, con su propio Salón de Actos, decorado ya con los murales de Benito Messeguer y cuyo nombre de Narciso Bassols, por corresponder a un hombre de izquierda, a quien se consideró el verdadero creador de la llamada educación socialista, y cuya honestidad y congruencia le ganó el respeto de tirios y troyanos, nunca ha cambiado de nombre. Allá, en el Bassols se realizaron las tumultuarias y muy turbulentas asambleas del movimiento estudiantil popular de 1968. De allá lograron escapar varios de los integrantes del Comité de lucha de la Escuela de Economía, cuando la toma de Ciudad Universitaria por el Ejército. Allí fueron aprehendidos los estudiantes que no reaccionaron con la suficiente rapidez al aviso de ahí vienen los tanques y ahí la entonces Directora, Ifigenia Martínez, decidió subir por su propia voluntad al camión de redilas en que se los llevaron, porque, como declaró, no quería dejar solos a sus estudiantes. Fue ya después de la terrible noche de Tlatelolco, después, también del reflujo del movimiento en los meses que seguirían al regreso a clases, cuando la demanda más importante era la libertad de nuestros compañeros presos políticos en Lecumberri y cuando levantar una asamblea era tarea casi imposible, pues la represión había sido una de las más graves en la historia del país, fue después, digo, de esos largos meses de profundo reflujo, cuando Contadores y administradores fueron exiliados al circuito exterior y la Escuela de Economía se mudaría a este local.

 

Segundo Flash: los sesentas y

el internacionalismo proletario

El movimiento estudiantil-popular de 68, fue estudiantil sólo por sus contingentes mayoritarios, pero no en su contenido que fue esencialmente político, como lo prueban los seis puntos de su pliego petitorio. No obstante, aunque siempre tuvo esa orientación política, sería absurdo no reconocer que la incorporación de miles de jóvenes a la militancia política tuvo mucho que ver con el clima de ruptura que se vivía en el mundo con las formas anquilosadas de las relaciones sociales. El rock, los hippies, la recién estrenada píldora anticonceptiva, los movimientos feministas, la nueva visión sobre las relaciones sexuales, la antisolemnidad, las diversas expresiones de la contracultura, el clima de aquellos años, pues, propiciaban el compromiso con las causas transformadoras. Entre ellas, el movimiento integracionista en Estados Unidos al grito de Black is beautiful o la marcha sobre Washington encabezada por los estudiantes de Berkeley que se negaban a enrolarse en la Guerra de Vietnam y quemaban sus hojas de reclutamiento, la defensa de la Revolución Cubana que resplandecía para toda Latinoamérica, ocupaban lugar central en las preocupaciones y el activismo de los jóvenes. En las manifestaciones, durante el 68 y después, junto al grito de “no que no, ya volvimos a salir”, era infaltable que el contingente de Economía emprendiera una corta carrera y mientras saltaba para caer en cuclillas coreara Ho, Ho, Ho, Chi Minh. Por eso no es extraño que para este auditorio se eligiera precisamente el nombre del revolucionario vietnamita, y que el joven creador Mario Falcón pintara en dimensiones semejantes a las de Rivera, el retrato del héroe del tan lejano y tan cercano Vietcong.

En ese auditorio ya reconocido por su nombre y presidido siempre por la mirada alerta y bondadosa del Tío Ho, asistí a innumerables asambleas, que fueron construyendo mi aprendizaje personal de la política. Primero, en total silencio, sólo escuchando las precisas intervenciones de Alejandro Álvarez, las discusiones con el terco de Pablo Gómez, los fogosos discursos de Salvador Martínez de la Rocca, al que, por cierto, nunca me dirigí por su popular apodo de El Pino. Más tarde, ya más segura, participando con voz propia en el análisis de la coyuntura política.

Tercer Flash: El Plan de estudios del 74

Por supuesto que fue aquí donde se discutió, con toda la comunidad de la Facultad el plan de estudios que constituyó un avance en la enseñanza de la Economía, al margen de las tecnocracias que ha traído el neoliberalismo, pero estoy segura que Andrés Barreda recuerda mejor y con mayor detalle esa etapa de auge de la participación democrática.

Cuarto flash: los símbolos peligrosos

Ni yo, ni Alejandro recordamos ya en qué momento alguno de los directores consideró que la presencia, aunque fuera en retrato, del poeta Ho constituía una mala influencia para los estudiantes, demasiado alborotadores para los intereses de la Rectoría y del gobierno, y mando pintar de blanco las paredes del auditorio, borrando con brocha gorda el mural con el retrato de Ho Chi Minh. Por supuesto, la indignación de todos, estudiantes y maestros, fue enorme y al poco tiempo el propio autor original, Mario Falcón, volvió a pintarlo. Para que fuera idéntico al anterior, se valió de una diapositiva que proyectó hasta alcanzar  dimensiones similares a las del mural destruido y reprodujo detalle por detalle el anterior y ése es el que todavía hasta hoy, aunque sobre un lienzo, preside las discusiones, las conferencias y las asambleas en este auditorio nombrado Ho Chi Minh en su honor.

 

Quinto flash: La mesa redonda más impresionante

Era septiembre de 1982, el Presidente López Portillo acababa de decretar la nacionalización de la Banca. Algunos economistas ya para entonces maestros de esta Facultad, que formábamos parte de la organización política Convergencia Comunista 7 de Enero, decidimos organizar una mesa redonda en la Facultad para analizar el acontecimiento. Invitamos, entre otros, a Fernando Carmona, Alonso Aguilar y al legendario líder ferrocarrilero de la corriente comunista Valentín Campa. La asistencia fue multitudinaria, no sólo no quedó un lugar libre, sino que entre fila y fila había otra de gente sentada en el suelo, todos los pasillos estaban igualmente ocupados y la propia tarima estaba copada por estudiantes y maestros. Me tocó la suerte de que cuando me correspondió mi turno y estaba yo hablando, las autoridades, con una total irresponsabilidad, mandaron quitar el switch y dejaron a oscuras la sala y eso quiere decir, puesto que entonces como ahora se trata de un auditorio sin ventanas, que la sala quedó absolutamente negra. En ese hacinamiento y con una oscuridad total se empezó a levantar un rumor de pánico. Por mi parte, me quedé al mismo tiempo, sin micrófono y sin mis notas para hilar mi intervención. Me puse de pie, lancé la voz lo más fuerte y después de un guarden la calma voy a seguir hablando, continué con mi intervención, mientras Edur Velasco, que estaba a mi lado, prendió un encendedor con el que sólo podía alumbrar un poco mi rostro, a fin de que la gente se tranquilizara y permaneciera en su sitio. Cuando terminé, los muchachos ya habían logrado restablecer la luz, de modo que Valentín Campa que era el siguiente orador ya pudo hablar sin sobresaltos.

 

Sexto flash: Por la educación pública y gratuita

En 1986, cuando el movimiento del llamado CEU histórico, en batalla contra la reforma del entonces Rector Jorge Carpizo, que entre otras medidas intentaba imponer cuotas en la UNAM y disminuir la matrícula, el centro de las reuniones y donde se desplegó el diálogo entre los representantes del Rector y los de los estudiantes fue el auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras, al que los estudiantes del 68 habían renombrado, eliminando el antiguo título de Justo Sierra. Aquí en el Ho Chi Minh se dieron las discusiones sobre la posición de la Facultad de Economía de las que todavía recuerdo una discusión con Mario Benítez sobre el levantamiento de la huelga para dar paso a la realización de un Congreso Universitario, cuyos acuerdos fueron escamoteados después por las autoridades universitarias.

 

Séptimo flash: otros atentados contra el activismo político

Según me dicen, por una línea que venía desde la administración central, por ahí de los ochentas, decidieron que la manera de combatir el activismo político de los estudiantes y maestros era cerrando los auditorios y salones donde se reunían. Así, en el Ho Chi Minh se desmontaron las butacas y se le convirtió más que en bodega, en un gran cuarto de cachivaches, donde se guardaban desde escritorios hasta retretes rotos, palos, pedazos de ventanas y demás. En algún momento, el cerrarlo con candado ya no pareció suficiente, y algún director mandó soldar las puertas para que los estudiantes no pudieran abrirlas.

La verdad es que, con soldadura y todo, los estudiantes terminaron por reabrir el Ho Chi Minh y después de un trabajo hercúleo de limpieza, volvieron a realizar reuniones aquí mismo. Lo que no consiguieron fue restablecer las inexistentes butacas, de modo que durante algún tiempo los asistentes al Ho Chi Minh tenían que estar en un auditorio, ya vacío y acomodarse en el ya limpio suelo. A ese Ho Chi Minh vacío, por ejemplo, vino la caravana del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y oímos la voz de la dignidad y la indignación indígena.

Aquí hemos oído los testimonios de innumerables luchadores sociales y aquí, en un Ho Chi Minh ya habitable seguiremos viviendo, nosotros y los que vengan después, las manifestaciones de las luchas del pueblo mexicano.