Carlos Guevara Meza
El pasado 2 de marzo el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu se reunió con el presidente Shimon Peres para solicitar una prórroga de dos semanas para formar un nuevo gobierno. Ha pasado poco más de un mes desde las elecciones y Netanyahu aún no logra acuerdos con los partidos políticos para lograr la mayoría parlamentaria que le permitiría gobernar. Se le acaba el tiempo: la visita de Barak Obama está programada para el 20 de marzo (sería su primera visita y apenas la quinta de presidentes norteamericanos en toda la historia de Israel) y ya se ha hecho del conocimiento público que, de no haberse formado gobierno para entonces, se cancelaría.
Y no sería todo. Si Netanyahu no logra acuerdos pronto, Peres podría citar al líder de la segunda fuerza para pedirle que formara gobierno, dejando a Netanyahu fuera de la jefatura de gobierno.
Las elecciones del pasado enero, convocadas con adelanto por el propio Netanyahu con la idea de obtener una mejor posición, le resultaron todo un tiro por la culata. Su partido y el del ultraderechista Avigdor Lieberman en coalición ganaron el primer lugar, pero quedaron lejos de la mayoría simple con la que soñaban y de hecho perdieron nueve escaños respecto a la legislatura que disolvieron. Un partido de centro-izquierda (“Hay futuro”), formado apenas el año pasado dirigido por un periodista de televisión y que apostó en sus listas de candidatos por personas sin antecedentes en la política, obtuvo el segundo lugar y el Partido Laborista, también de centro-izquierda, quedó en tercer lugar remontando su posición anterior en cuanto al número de bancas. En cuarto lugar quedó el partido ultranacionalista del millonario Naftalí Bennet. Y Tzipi Livni (que había ganado con el partido Kadima la anterior elección pero no pudo formar gobierno) quedó siguiente con un nuevo partido (“El Movimiento”, formado a partir de que perdió las primarias en Kadima). Éste último salió perdiendo con la salida de Livni pues apenas obtuvo 2 escaños, lo que representa un desplome fatal. En mejor posición, pero también minoritaria, quedaron los partidos ultraderechistas religiosos judíos de los colonos de los asentamientos ilegales que en los últimos años, a pesar de sus escasos votos, han ejercido un enorme protagonismo debido a la política de alianzas.
Pero esto ya no alcanza a Netanyahu. Sus escaños y los de la ultraderecha no consiguen la mayoría simple de 61 diputados que necesitaría para formar gobierno. Y aunque logró un acuerdo con Livni aún se queda 6 escaños abajo. Los laboristas prefieren la oposición (sus alianzas con la derecha en el pasado los divorciaron de su electorado con resultados desastrosos), y “Hay Futuro” de Yair Lapid y el partido de Bennet que se declaran laicos, vetan cualquier alianza con los partidos ultraortodoxos. Netanyahu podría formar gobierno con Lapid, Livni y Bennet, pero tendría que conciliar a dos partidos que quieren negociaciones con los palestinos con dos (el suyo y el de Bennet) que no quieren, y tendría que hacer concesiones en la política social más a la izquierda de lo que él quisiera.
No la tiene fácil, pero quizá lo más importante de todo esto es un corrimiento hacia el centro del electorado israelí, después de muchos años de estar apoyando a la derecha y la extrema derecha. Incluso cierta tendencia hacia la izquierda. Habrá que ver.