Adriana Cortés Koloffon
Para Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1975), la novela es “un espacio maravilloso para suponer, contraponer y resolver circunstancias vitales o preocupaciones acerca de la condición humana”. Su primera novela, El animal sobre la piedra, fue una de las mejores novelas mexicanas del 2009, según la crítica. En El beso de la liebre (Alfaguara), su segunda novela, Hipólita Thompson muere varias veces y revive para emprender nuevas batallas como una amazona del siglo XXI. Daniela Tarazona, quien estudió cursos de doctorado en la Universidad de Salamanca, se confiesa pesimista: “Es un modo de ver el mundo que tengo desde niña. La escritura es lo único que me permite reelaborar ese pesimismo. Al indagar en la imaginación surgen matices: a veces, el pesimismo se acrecienta pero el ímpetu de mis personajes me salva”. —En El beso de la liebre está presente el tema de la enfermedad, con referencias a La peste, de Camus. ¿Hay una alusión al vínculo entre enfermedad, abuso de poder y miseria? —Por supuesto. La Gran Peste que aparece en la novela está inspirada en los días que vivimos en México durante la aparición del virus H1N1. La novela incluye puntos de vista críticos ante innumerables asuntos del mundo contemporáneo y sí: uno de ellos es la enfermedad, las epidemias, y el terror que representan para nuestra sociedad. Sobre el abuso de poder, en la novela el Estado, como fuerza del orden, es casi un personaje, que pretende dictar el sentido de las acciones humanas y que pareciera no poder existir sin fomentar la guerra, la injusticia y la miseria. —Hipólita Thompson: ¿antiheroína y heroína a la vez? —Es ambas cosas. La posibilidad y la ruina. La debilidad y la fuerza. Sus aventuras se desarrollan casi siempre entre dos polos en tensión. Simboliza una búsqueda de satisfacción, de realización humana pero se enfrenta a muchas dificultades, como si la idea que tiene del mundo no correspondiera a la realidad. Está extraviada o ha sido arrojada al mundo y no comprende cómo debe proceder. Ella, Dios y el propio emisario son personajes dislocados; la disposición formal de la novela también lo es. Yo procuré desde el comienzo escribir y, a la vez, desescribir la historia. Por eso, también, Hipólita es antiheroína y heroína, sus impulsos se desarrollan en un mundo donde todo se ha movido de sitio. —¡Y se enamora! El amor ¿provoca su autodestrucción? —Provoca su distracción. Pero no se trata de un asunto menor. Ella va perdiéndose de vista como consecuencia de su enamoramiento, y esa pérdida de sí misma la lleva a accidentarse con mayor frecuencia o a no ser crítica ante las palabras de Dios, que son, además, una metáfora de la potencia de la propia palabra. Quizás es, en cierto sentido, que el emisario a través de su voz se mete dentro de ella, su lengua está dentro de su boca y así la posee. El emisario también es un personaje confundido que sigue las instrucciones de Dios sin cuestionar esos designios. —El nombre de Hipólita tiene acaso resonancias míticas… —Tiene que ver con Hipólito con respecto a la simbología de los caballos y a la caza; también con los aspectos recuperados sobre las características de las amazonas. Para la construcción del personaje de Hipólita Thompson leí acerca de las mujeres en la mitología griega, vi series de televisión de los años setenta sobre mujeres con capacidades especiales, como Wonder Woman y La mujer biónica. Me interesaba que parte del carácter de Hipólita contara con el impulso de estos personajes de televisión y que, además, recordara —del mismo modo que los demás personajes de la novela— a los héroes de textos mitológicos y, en su caso, a las heroínas de grandes novelas cuyo destino está signado por la fatalidad, como Madame Bovary y Naná. —El hambre y la pobreza de la ciudad donde vive Hipólita, además de situaciones terribles que ella vive, podrían hacer de esta novela una tragedia y no lo es ¿por el recurso de la ironía? —Quise burlarme de la condición de víctima y de la fatalidad en la vida de los personajes. Mientras iba narrando, buscaba siempre burlar “la verdad” de los hechos, esquivar lo que yo misma podría esperar que sucediera en la historia, pretendiendo perder de vista todo aquello que pudiera ser lamentable. En la novela hay situaciones sumamente terribles, pero siempre se pueden leer de otra manera, es posible burlarlas, esquivarlas, gracias a la ironía. —En cuanto a la estructura: creo que podría ser una novela por entregas, inclusive publicable en un blog. ¿Qué piensas acerca de las nuevas tecnologías para la escritura de novelas? —Como habitante de este siglo, supongo que la estructura, además de responder, sobre todo, a una necesidad de congruencia entre el fondo y la forma, guarda los ecos de los mundos virtuales, informáticos o mediáticos, con respecto a la inmediatez, la rapidez, la fugacidad, la multiplicidad de lecturas. La escritura a través de Internet es un ejercicio interesante, en movimiento, sin embargo, son escrituras distintas a las fijadas en las páginas de los libros. —¿Cuál es el legado de Clarice Lispector en tu narrativa? —La lectura de las obras de Lispector marcó mi manera de enfrentarme a la escritura. Creo que el mayor legado es saber, como ella decía, que se escribe para alcanzar el “it”, ese instante microscópico, ese núcleo de la emoción, el centro mismo de la palabra cuya virtud es escaparse. Entiendo a Clarice cuando dice que escribe para nombrar lo que no se puede nombrar.

