Pugnas históricas

Teodoro Barajas Rodríguez

Aún se habla, discute y ponderan muchas cosas en torno al papa Francisco, el latino investido como sumo pontífice quien como práctica recurrente rompe protocolos, para proyectar una imagen distante de la siempre fría de su antecesor.

El presidente Enrique Peña Nieto estuvo en El Vaticano, fue testigo de la entronización del nuevo pastor de la Iglesia católica, una vez de vuelta en nuestro país asistió al homenaje a Benito Juárez, efeméride venida a menos durante el sexenio panista.

El tema del Estado laico siempre despierta debates, a veces enconados para  evocar viejos fantasmas trasnochados, los que apuntan a una era de tinieblas, de allí al maniqueísmo más común y corriente.

El reconocimiento pleno de relaciones Iglesia-Estado es reciente, por obra de Carlos Salinas de Gortari, para muchos fue una coartada utilizada por el mandatario para abonar a favor de su legitimidad que las urnas le negaron, si para un monarca París bien valía una misa, para Salinas valió modificar nuestra Carta Magna.

La relación Iglesia-Estado ha dejado una huella bien definida, las pugnas y una larga lista de abusos no pueden desaparecer, la sinrazón del fanatismo han marcado épocas en nuestro país. Benito Juárez, el masón del Rito Nacional Mexicano hizo bien en definir claramente los linderos entre el poder temporal y el celestial, aunque la tentación por alentar regresiones aún vive.

De lo que prevalece en la memoria figura la guerra de Reforma, una prueba palpable de los desencuentros históricos.  El enfoque y planeación del Estado laico es incluyente, por el contrario si fuese de inspiración teocrática sería eminentemente excluyente, se tiene, en el diseño del Estado actual reconocido el derecho de creer o no creer.

Cada vez que un mandatario mexicano se reúne con el papa en el ámbito temporal que sea, siempre habrá quien evoque los añejos recuerdos de las pugnas históricas.

Otro episodio que ilustra estos asuntos de los desencuentros fue la Cristiada, una guerra civil en la que se blandió el fanatismo como arma, la cerrazón como argumento y la manipulación por sistema. Son tantas las historias que se tejieron en torno a ese movimiento sangriento que ambas partes en pugna, religiosos y gobierno, fueron artífices de excesos graves. Al final se llegó a los arreglos entre las cúpulas gubernamental y eclesiástica, nadie tomó en cuenta el sentir de los cristeros combatientes en una amplia porción de México, principalmente el Bajío.

El estado laico tiene razón de ser, ello no implica asumir una posición jacobina porque implicaría beligerancia e intolerancia, bajo ese esquema los argumentos suelen ser vetustos, nada nuevo bajo el sol. Tenemos un Estado laico que debemos defender, no se trata de excluir libertades ni creencias, tampoco de imponer un culto. La libertad es para vivirla.

Sería un grave error regresar a un pasado maridado con la era medieval, distante de corrientes como el positivismo y el humanismo, en que se aborrecía la ciencia para invocar fatalidades.

Benito Juárez fue el arquitecto de la separación Iglesia-Estado, nunca demostró fanatismo, más bien fue una visión de avanzada que vislumbraba otros tiempos, estadista. Juárez prevalece, más allá de formas y rituales.