Carlos Guevara Meza

Las buenas noticias huyen de Siria. La guerra sigue y se mantiene estancada, mientras la situación política nacional y regional se complica progresivamente. En cuanto a la situación militar sigue como estaba hace semanas. Los rebeldes no logran tomar el control de las ciudades importantes (Damasco, Aleppo, Idlib, Hasaka), pero el gobierno tampoco puede expulsar a los rebeldes de las zonas que controlan ni asestarles un golpe definitivo.

Los frentes están pues estabilizados y la guerra se ha convertido en la forma de vida. Cesaron las deserciones en el ejército sirio y los rebeldes no han logrado unificarse ni en lo político ni en lo militar. Al mismo tiempo, crece la participación de milicias yihaidistas, se dice que formadas por diversos grupos tanto sunitas como chiitas (al menos uno ligado a Al Qaeda), de manera que se multiplican los ataques terroristas.

Uno de los más recientes fue una serie de atentados (3) con coches bombas nada menos que en Damasco, uno de los cuales se realizó a las afueras de la sede del Partido Baas, el del Presidente, en la zona de la ciudad que se considera el bastión del régimen. Un bastión que se ha venido reduciendo ante la presencia cada vez mayor de rebeldes en la ciudad. Sin embargo, el centro había permanecido casi intocado por los combates y los bombardeos, al grado que la élite política y económica de Damasco puede aún sentarse tranquilamente en los cafés de la calle. El atentado, en el que se utilizó un automóvil cargado con una tonelada de explosivos, muestra una gran capacidad organizativa y de infiltración por parte del grupo que lo llevó a cabo, y que bien podría ser una de las milicias islamistas, pues la oposición agrupada en el Consejo Nacional Sirio (aposentado en Turquía) se deslindó de los hechos y los condenó. Pocos días después, el gobierno sirio lanzó ataques con misiles Scud contra Aleppo, causando también decenas de muertos.

En lo político, la falta de unidad de la oposición deja mucho campo libre a la participación de grupos radicales, algunos extranjeros, en el conflicto. El Ejército Sirio Libre, que encabeza los combates contra el régimen, muestra mucha desconfianza ante el Consejo Nacional, y da la bienvenida a las milicias que, sin coordinarse con ninguno de los dos, asesta importantes golpes contra el gobierno. Y con el fin de no distanciarse de esos grupos, evade cualquier discusión sobre el futuro político de Siria con el argumento de que lo importante ahora es derrocar al presidente Bashar el Assad, y que luego se verá si el nuevo régimen es democrático o fundamentalista. El Consejo Nacional Sirio, por su parte, también se encuentra dividido en lo interno y, sobre todo, no logra atraer la ayuda internacional que le permitiría tener mayor presencia y protagonismo en la guerra y en el futuro.

Y este caos resulta peligroso para los países vecinos. Turquía y Jordania apenas se dan abasto con los refugiados que les llegan (ya superan los 800 mil), mientras Israel ya comienza a dar signos de preocupación ante el posible escenario de que el régimen de El Assad en su caída transfiera más armas a la milicia libanesa Hezbollah, al mismo tiempo que se corre el peligro de que los grupos islamistas contrarios al régimen obtengan más poder y quizá la hegemonía cuando acabe la guerra. La mejor solución para ello sería una alianza con los países árabes moderados como Turquía y Egipto que, sin embargo, tendría que pasar por un acuerdo con los palestinos. Se ve difícil.