Desagravio cultural
Las artes, la educación y el pensamiento
son el baluarte más firme de la seguridad nacional.
Jaime Torres Bodet
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
La restauración de la oficina de México a rango de embajada, anunciada por el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet Chemor ante la directora general de la Unesco, la búlgara Irina Bokova, en su reciente visita al país, es un importante acto de congruencia con la historia cultural de México y un claro reconocimiento al papel que jugó nuestro país en la conformación de este importante instrumento pacifista auspiciado por la ONU.
Esta decisión restaña la barbarie desplegada por Felipe Calderón Hinojosa, quien acorde con su beligerancia en enero de 2010 ordenó a la Cancillería retirar del cargo de embajador ante ese organismo educativo y cultural al poeta Homero Aridjis, al tiempo de encargar del despacho de esos asuntos al atribulado embajador Carlos de Icaza, representante de nuestro país ante el gobierno francés del entonces presidente Nicolás Sarkozy, mandatario profundamente indignado con México por el controvertido caso Cassez.
Pretextando necesarios recortes financieros, el michoacano intentó evadir la crítica que desató uno más de sus desaciertos diplomáticos, que, en este caso, demostró el desdén que le provocan los aportes culturales del México del siglo XX, cuya dinámica presencia en el mundo se evidenció desde la fundación misma de la Unesco en 1945, organización que reconoció los aportes mexicanos en 1948 al confiar la conducción del organismo a don Jaime Torres Bodet, insigne mexicano que ocupó la Dirección General del organismo hasta 1952.
La vigorosa presencia mexicana enriqueció el quehacer del más importante brazo pacificador de la ONU, cuya convicción en la educación y la cultura como herramientas de paz sostiene las diferentes acciones que se gestan al seno de la Unesco a favor del hermanamiento entre las naciones del mundo.
Ante el fructífero periodo directivo de Torres Bodet, la ONU patentizó su agradecimiento al reconocerle rango de embajador al representante de México y, consecuentemente, a contar con oficinas permanentes en la sede parisina de la avenida Suffren, cuyo espacio ha albergado a mexicanos de la talla de Antonio Castro Leal, Silvio Zavala, José Luis Martínez, Porfirio Muñoz Ledo, Víctor Flores Olea, Luis Villoro, Miguel León Portilla, Pablo Latapí Sarré y Homero Aridjis, por señalar sólo a algunos de los más brillantes intelectuales que tan dignamente nos han representado ante este órgano internacional.
No obstante el caudal de prestigio diplomático construido por esta pléyade, el calderonismo no cedió un ápice a las presiones nacionales e internacionales y llevó a cabo el desmantelamiento de la oficina de México ante la UNESCO, y retiró el rango de embajador al poeta Aridjis, quien calificó la decisión del gobierno de su paisano Felipe Calderón, de profundo error, acertada definición ante la lectura del acto —en un México sumido en la violencia criminal desatada por la declaratoria de guerra emitida por el titular del Ejecutivo—, el cual patentizó un contundente mensaje en contra de la cultura de paz que auspicia el organismo internacional.
Por ello, es deseable que el anuncio del secretario Chuayffet aliente la esperanza de rescatar y recuperar el legado de don Jaime Torres Bodet, para quien las artes, la educación y el pensamiento, son el baluarte más firme de nuestra seguridad nacional, como lo expresó el 1 de abril de 1949 ante los comisionados estadunidenses para la Unesco en Cleveland.
