Ricardo Venegas

Este 2013 se cumplen catorce años sin Ricardo Garibay y noventa de su nacimiento. Bastión fundamental en la literatura mexicana, con una obra que abarca distintos géneros y temas (más de cuarenta libros publicados) Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 1923-1999), el autor de Beber un cáliz (1965), La casa que arde de noche (1971) —Premio al mejor libro publicado en Francia—, Triste domingo (1991), El joven aquél (1997) y Feria de letras (1998) entre otros, concedió al que esto escribe una serie de entrevistas en 1997. De esas conversaciones sobresale ésta, dedicada a las mujeres.

—¿Por qué las mujeres?
—Jacobo Wasserman, un judío alemán, demostró en su obra que una mujer se forja sólo a través de varios hombres. Ninguna madura a través de la soledad o a partir de otras mujeres. Con el hombre sucede lo mismo, necesita conocer a varias mujeres y pasar por un diálogo intenso. He tenido una constante obsesión por el machismo, por eso he querido dar lo que son las mujeres, escribir que ellas han sido así; están sometidas al hombre, es un hecho que observo y que mi literatura retrata. En este sentido no hay misoginia, ningún odio a las mujeres, mi actitud es de un profundo respeto; es el lado secreto de la luna.
Si hay ironía en las mujeres es porque ellas lo propician, todas tienden a contar lo que traen dentro, ellas quieren contarlo. Escuchar a las mujeres es descubrir su palabra, se la arrebatan ellas mismas y no paran, algunas no dicen nada inteligente. El mundo de la mujer es bidimensional. Cristianne Olivier dice, acertadamente, que las mujeres son orales, su intelección del mundo se da oralmente por la palabra hablada en voz alta; hay un vacío interior en ellas, quizá son seis mil años de vacío interior que llenan hablando; es una compulsión similar a la del niño que, al nacer, tiene que llorar. Ellas tendrán, toda la vida, dos dimensiones: la visible y la secreta.
—¿Se ha referido siempre a la mujer mexicana?
—Sí. Una mujer mexicana probablemente tenga un amplio margen de intimidad respecto a las nórdicas o europeas, porque es más escondida o embozada. Han tenido poco comercio intelectual con los hombres, enfrentan un silencio y estoicamente los tropiezos en la vida. Se reconoce a una norteamericana, a una francesa, a una española por su apertura para decir lo que piensan; puede ser estoicismo, esclavitud, humildad, pero es innegable la escasa apertura de nuestras mujeres con los hombres.
—Particularmente hablamos del temperamento de ellas…
—Eso las unifica, aunque ninguna mujer es intercambiable, ninguna se parece a la anterior, ninguna es olvidable. El temperamento se da por una larga formación del carácter, es la manera de ser, atrás del carácter está el temperamento con el que se nace, el impulso vital de cada uno.
—¿Influye en esto la educación?
—La mujer mexicana no ha acabado de formarse, por eso tiene más secretos que las extranjeras. La timidez y la enseñanza católica, reducida esta última a una virginidad permanente, las hace personas de poco trato, desconocidas. La Iglesia centra acaso su aspecto más importante en el sexo como pecado, son instruidas en el terror al pecado desde muy pequeñas; esto significa que existe una gran lentitud en su desarrollo. Esto no quiere decir que la prostitución del cuerpo sea sabiduría, pues en la medida en que embrutece al espíritu, lo empobrece.
—Sin embargo, la mujer actual es distinta, no sólo tiene derecho a votar, sino a dirigir en la política, algunas ocupan sitios importantes.
—En mi obra no reflejo el cambio en la mujer, las que cambian están muy jóvenes. Hoy en día los divorcios se multiplican y son promovidos por ellas, deciden separarse por la evolución que experimentan. Le ponen fin al matrimonio tradicional mexicano. No soportan al macho que decide, sin posibilidad de contradicción, cómo ha de ser su vida. Los jóvenes mexicanos son casi iguales a sus padres o a sus abuelos, no admiten diferencias, las mujeres sí. Es a partir de ahora cuando posiblemente cambie la sociedad mexicana.
—¿Le interesa la opinión de los lectores sobre esta temática en su obra?
—En el lector parece natural la realidad de las mujeres. Cada vez hay mas escritoras, vemos una nueva sociedad mexicana en la que las mujeres miran, porque lo que tradicionalmente hemos visto ha sido con la óptica del hombre; en la literatura y en el teatro, por ejemplo. A la mujer sólo se le ha considerado bella, hermosa, y pocas veces inteligente.
Con Ruiz Cortines, en los años cincuenta, se logró el derecho de voto de la mujer en México; se reconoce su existencia de ser pensante, capaz de decidir su destino. En nuestro país este hecho se dio con un énfasis muy grande, pues el hombre ha sido, entre nosotros, primitivo y brutal. Este es un país un poco mugroso, es del tercer mundo. Nos espanta la desnudez; no nos espanta la prevaricación, el peculado, la corrupción que nos invaden por todas partes. Eso está bien. Ah, pero la desnudez, ¡Dios nos ampare! El gobernador del PAN ha ordenado que las mujeres no anden con minifalda, esto es el colmo de ser imbécil, hipócrita y falaz. País de tercer mundo que todavía se espanta ante la desnudez de los seres humanos. No se espantan de los linchamientos, ante los abusos de la Policía Judicial, ante los abusos del poder en todos los órdenes del poder en México, ante los abusos de los empresarios, de los financieros, ante la mortandad de hambre que padecen los pobres en nuestro país, de eso no se espantan. “Que le tapen a esta muñequita las nalgas porque esto es terriblemente pecaminoso”, ¡por Dios!, mejor dejemos ese tema…