Los últimos días de Jesús
Mireille Roccatti
La llamada Semana Santa o semana mayor en la religión cristiana nos invita a reflexionar, en ella se conmemora la última semana de vida de Jesús, que inició con su entrada triunfal a Jerusalén montado en un burro nunca cabalgado por hombre alguno. Esta visita a la capital del Reino de Judea con motivo de la celebración de la Pascua Judía, obedece en la tradición judía, al cumplimiento de los designios de Dios establecidas en las sagradas escrituras.
Su estancia en la ciudad santa transcurrió con diversos episodios desde el lanzamiento de los mercaderes del templo, que motivó el aforismo de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, la celebración de la pascua judía en la última cena, su detención, el enfrentamiento con los sacerdotes integrantes del Sanedrín, su comparecencia ante la autoridad romana, y posteriormente luego de lavarse ésta las manos para excluirse de la responsabilidad en cuanto a la sentencia contra Jesús, liberó a Barrabás de acuerdo con la tradición judía, Jesús fue martirizado sufriendo crueles torturas que finalizaron con su muerte en la cruz, junto a los dos ladrones, Dimas y Gestas.
Estos días, desde la Colonia en nuestro país, se han conmemorado por la comunidad cristiana, que representa 90% por ciento de la población, con un espíritu de reflexión, meditación e introspección, así como, con representaciones de la pasión de Cristo, algunas de las cuales son famosas en el mundo entero, como: la procesión silenciosa de San Luis Potosí, los penitentes de Taxco, la pasión de Iztapalapa en el Distrito Federal, la de Metepec o la de Tenango del Valle, en el Estado de México, por sólo citar algunas.
A la par de las celebraciones religiosas dentro de un “sincretismo religioso mexicanísimo” estos días se convierten en temporada de, esparcimiento, holganza, diversión y hasta de excesos, de vacaciones en distintos lugares, en playas -quienes pueden- otros disfrutan de museos o visitan los templos de su lugar de residencia. En suma tenemos nuestra propia tradición.
Rememoro esto, porque creyente como muchos mexicanos, respetamos y cumplimos con los principios y valores de nuestra religión, misma que hemos logrado se respete tanto en nuestra libertad de credo, como en cuanto a la celebración de culto, aunque lamentablemente, la Jerarquía de nuestra Iglesia que no entiende de la convivencia en un Estado laico, así como de los límites e impedimentos legales de no inmiscuirse en la Política previsto tanto en la legislación de nuestro país, como en el propio Código Canónico, se empeña en violentarlos y llevarlos al filo de la navaja en la búsqueda de sus propios intereses particulares, en especial en tiempos electorales.
Al respecto, son muchos y cada vez más, los mexicanos que nos oponemos a la pretensión de intervenir en política electoral por parte de la jerarquía de las Iglesias, que condenan y anematizan a candidatos y partidos, o se mezclan en saraos y celebraciones con el poder, olvidando su misión pastoral.
Dicho lo anterior, sin ánimo de imponer candados o tapabocas a los ministros, pastores y párrocos que al querer o no juegan un papel importante en nuestras comunidades. Pero una vez más, a Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César.
Desde luego que la conmemoración de la Pasión de Cristo tiene otras lecturas filosóficas y de mayor trascendencia que afectan el paso del hombre en el tiempo infinitesimal de la vida humana, por eso quisiéramos descenderlo al tiempo en que vivimos en verdad, lástima que la mayoría —más del 50%— de nuestros compatriotas sufran algún grado de pobreza y un 25 por ciento se ubique en pobreza extrema. Por ello la posición del recién asumido Papa Francisco en favor de los pobres reconforta a las personas de buena voluntad.
En razón de lo anterior, el México de hoy requiere de políticos que lejos de la cortedad de miras, la ausencia de visión de futuro, que sean verdaderos estadistas capaces de plantear un futuro viable para los mexicanos, en suma capaces de construir una rúa por donde transitar hacia una sociedad más justa. Un mundo mejor, como el que Jesús soñó para toda la humanidad.