Alberto Híjar
El domingo a medio día, un motociclista atropelló y mató a Roberto Segre en una calle de Rio de Janeiro. Aunque disminuido por la muerte repentina de Fernando Salinas en 1992, Segre procuró reproducir su concepción de la práctica arquitectónica que plantea tanto el diseño ambiental, como la construcción del territorio despojado del tráfico mercantil característico de la urbanización capitalista. Para concretar esta práctica arquitectural, el texto de Salinas La Arquitectura Revolucionaria del Tercer Mundo funcionó como una especie de manifiesto a los pueblos explotados en los que tuvo una excelente recepción entre los constructores del hábitat sin subordinarse a la especulación de terrenos y a la imposición de necesidades consumistas que plagan el mundo de centros comerciales con todo y salas para la industria del espectáculo idiotizante, mientras el desalojo de los pobres procrea enclaves de miseria urbana con casas carcelarias y con pésima dotación de los servicios más urgentes, el agua en especial, la recolección de basura, la seguridad, el espacio público en estado de desastre.
Arquitectura y Urbanismo de la Revolución Cubana de 1989, es el libro que recoge las reflexiones de Segre. Todo empezó con los Ensayos sobre arquitectura e ideología en Cuba revolucionaria de 1970 donde el colectivo de profesores de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana plantea las necesidades del tercer mundo a partir de caracterizaciones tan vigentes como “la imposibilidad de alcanzar por parte del Estado una acción y un control sobre la propiedad privada y sobre la especulación de los terrenos que incrementa el déficit habitacional y propicia la formación de tugurios, favelas y barrios insalubres en la ciudad”. Otro punto se refiere a la miseria campesina. Importa destacar el sentido colectivo de esta caracterización y las que la acompañan porque la crítica al espacio y al tiempo urbanos tendría que ser liberada de los caprichos de los arquitectos, escultores y artistas de Estado financiados por políticos ignorantes enemigos del pueblo y por tanto, en busca del relumbrón de proyectos faraónicos y de contratos multimillonarios.
“De Benévolo a Malévolo” titula Carlos Vejar la crónica de su encuentro con Segre en 1967. Se encontraron en Helsinki y en la Embajada de Cuba compartieron una sesión de transparencias sobre la vivienda en Cuba revolucionaria y las escuelas de arte de Cubanacan, interesantes por aprovechar las instalaciones de lo que fue un club de golf con todo lo que implica. En México y en Cuba la presencia de Segre fue constante difundiendo el libro Arquitectura y Urbanismo Modernos editado en Cuba y en España. Lo del Malévolo recoge la broma estudiantil cubana respecto a la Historia de la arquitectura moderna de Leonardo Benévolo editado en Cuba cuando se apropiaban de los textos necesarios sin respetar derechos de autor y regalías, procedimiento efímero por las dificultades que probaron el dominio capitalista en la circulación y la valoración.
Segre fue desde los setenta, una presencia de vanguardia en conferencias y congresos de América y Europa. Era la prueba del mejor internacionalismo por su nacimiento en Milán, su formación en Argentina y su instalación en Cuba desde 1963. Alcanzó el doctorado en Cuba donde Fernando Salinas hizo de la replica académica un manifiesto de solidaridad y compañerismo socialista. Fue lo justo ante el trabajo mutuo vertido en libros colectivos y personales, los de Segre más que los de Salinas que aceptó dirigir la organización del espacio público con proyectos tan efectivos como la macrográfica y la rehabilitación de baldíos para llenar de color, juegos infantiles con llantas, tubos y cuerdas, las calles de La Habana. Cuba Arquitectura se cuenta entre las revistas de gran formato más importantes que hayan sido y su dirección dio lugar a la discusión del sentido colectivo y la firma de los artículos hasta decidir que los autores se hagan responsables de sus propuestas y críticas.
En el Autogobierno de Arquitectura en la UNAM, Segre y Salinas fueron presencias necesarias y fraternas y de ahí resultó el libro de Segre y Rafael López Rangel, el combativo arquitecto del Instituto Politécnico Nacional que influyó en la transformación de las escuelas de arquitectura y diseño en México y en América. Architettura e Territorio nel América Latina se llama el libro publicado en 1982. En fin, cuando arquitectos, urbanistas, diseñadores y artistas optan por el silencio ante los desastres urbanos y ambientales, el ejemplo teórico-práctico de Roberto Segre exige reproducción.


