Líder estudiantil en 1968, fallece a los 70 años

Raúl Jiménez Vázquez

Hace unos pocos días, falleció Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, personaje insignia de la otrora Escuela de Agricultura de Chapingo dentro del Consejo Nacional de Huelga del Movimiento Estudiantil de 1968, insubordinación cívica plena de dignidad que en escasos dos meses y amparada en un sencillo pliego petitorio fue capaz de desafiar al régimen y mostrar al mundo su talante autoritario y antidemocrático.

Su perfil existencial y político quedó arropado en la leyenda y a su vez fue magistralmente descrito por Carlos Monsiváis con las siguientes palabras: “Valiente en grado superlativo y activista de tiempo completo”. A unos días de su partida, a los 70 años, Cabeza de Vaca tuvo todavía el aliento suficiente para dejar asentada su última, estrujante y poética lección de vida: “Me niego a fallecer, todavía tengo mucho que aprender, tanto que dar, mucho por ver, más por hacer, tanto a quienes amar, tanto en qué soñar, tanto por qué luchar, mucho por vivir y por quien vivir… ¡que ni muerto me doy por muerto!

Debido al papel que desempeñó en el Movimiento Estudiantil, fue objeto de un proceso penal totalmente apócrifo cuya mayor aberración consistió en el hecho de que el auto de formal prisión, la sentencia definitiva y otras determinaciones relevantes fueron artificiosamente confeccionadas en las oficinas mismas de la Procuraduría General de la República.

Más aún, durante su estancia en el antiguo Palacio Negro de Lecumberri sufrió tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes, tales como simulacros de fusilamiento, intentos de castración, limpieza de paredes con la lengua e infames apandamientos.

Cabeza de Vaca, como se le conocía popularmente, perteneció a la heroica generación del 68, conformada por mexicanos dignos del mayor respeto, aprecio y admiración como Raúl Álvarez Garín, Félix Hernández Gamundi, Ana Ignacia Nacha Rodríguez, Roberta Tita Avendaño, Myrthokleia González, Margarita Castillo, la voz institucional de Radio UNAM, Pablo Gómez, Gilberto Guevara Niebla, Salvador Martínez Della Roca, Roberto Escudero y otros muchos más.

La indeleble huella que esta impresionante pléyade de luchadores sociales dejó impresa en la historia nacional resulta más que evidente dentro del dictamen que antecedió a la aprobación en el pleno de la Cámara de Diputados de la reforma al artículo 18 de la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, por la que se agregó a la lista de días de duelo nacional la fecha del 2 de octubre: aniversario de los caídos en la lucha por la democracia de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en 1968.

Ahí quedó señalado con absoluta precisión que el Movimiento por ellos encabezado significó la lucha en pro de las libertades democráticas, la lucha de lo nuevo, de una nueva clase política contra la vieja sociedad; razón por la cual la culminación de la acción represiva desplegada en su contra, la cruel e inaudita matanza de Tlatelolco, ha de ser un recordatorio permanente de lo que nunca más debe ocurrir en nuestro país.

El deceso del activista y fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores conlleva ineludiblemente el surgimiento de la necesidad de dar continuidad al reconocimiento del mea culpa gubernamental hecho por el Poder Legislativo Federal; en adición a dicha reivindicación se deben dar los subsecuentes pasos prescritos en la Convención Americana sobre Derechos Humanos y otros tratados internacionales ratificados por el Senado de la República.

Antes que nada, el Estado tiene que asumir explícitamente la responsabilidad inherente a las violaciones a los derechos humanos y pedir públicamente el perdón a las víctimas y a sus familiares; igualmente, será menester otorgar a éstas las reparaciones integrales a las que tienen derecho, incluyendo las llamadas reparaciones honoríficas y de preservación de la memoria histórica. También debe garantizarse la no repetición de los hechos y promover el castigo a los responsables de lo que el Poder Judicial de la Federación calificó jurídicamente como un genocidio, crimen propio del derecho penal internacional al que no le es aplicable plazo alguno de prescripción.

Éste es sin duda el más elocuente de los homenajes que puede tributarse a Cabeza de Vaca y demás miembros de la generación del 68, cuya epopeya constituyó la base de profundos cambios políticos, sociales y culturales que propiciarían el surgimiento de la pluralidad y el pensamiento crítico que hoy  permea en distintos ámbitos de nuestro país.