Hugo Rius 

El 4 de febrero el cuerpo del ex rey de Cambodia, Norodom Sihanouk, se convertía en cenizas, con toda la pleitesía del tradicional rito a la desaparecida figura que llenó dos cruciales tercios de siglo de la vida de la nación.

Y con ese acto también terminaba de perder el peso de la otrora monarquía, que hoy sobrevive como símbolo de la jefatura del Estado sin real poder de decisión.

Otro es el tiempo que corre en este país indochino de 181,040 kilómetros cuadrados que alberga unos 14 millones de habitantes en su abrumadora mayoría khmer; después de dejar atrás décadas de lucha anticolonial, golpe militar, bombardeos estadounidenses, régimen genocida y turbulencias políticas internas, se enrumba hacia el desarrollo y la modernidad.

Todavía se cierne aquí la trágica sombra del pasado, sobre todo las huellas dejadas por el cuatrienio infernal (1975-1979) de los khmer rojos en el poder, que exterminó a unos dos millones de personas y sólo terminó gracias a la intervención militar solidaria de Vietnam, lo cual los cambodianos siempre recuerdan con gratitud.

La reconstrucción total de un país que quedó tan devastado y perdió a manos de los insaciables verdugos de aquel régimen y en hambreados campos de trabajo forzados prácticamente a todos sus intelectuales, artistas y profesionales, merece sensible reconocimiento.

Sin embargo aún permanece pendiente la aplicación de la justicia a los principales responsables de las matanzas que quedan con vida, ya octogenarios, sujetos a un dilatado proceso a cargo de un tribunal especial patrocinado por la ONU, las más de las veces con interrupciones causadas por penurias de fondos para sostener su desmesurado aparato internacional.

Ni siquiera las víctimas sobrevivientes han podido rendir sus testimonios, lejos del ejercicio de sanación que presuntamente se buscaba con la creación de dicho órgano.

El eje central de los progresos socioeconómicos alcanzado en los últimos tiempos radica en el Partido del Pueblo de Cambodia (PPC), que gobierna desde 1998 con el primer ministro Hun Sen al frente, y que marca un período de estabilidad en mucho tiempo no experimentado, aún con sus propias reconocidas insuficiencias y de las críticas opositoras frecuentemente exageradas en medios estadounidenses hostiles.

A recientes censuras de tal procedencia sobre derechos humanos, Sen reconoció cuanto falta por avanzar, pero recordando la enorme diferencia con la situación opresiva dejada atrás. Amén de la abrumadora victoria del PPC en los comicios comunales del pasado año, a lo que se añade un pronóstico de igual talante para las elecciones generales de julio venidero, en contienda multipartidista.

El PPC acudirá a la consulta blandiendo un conjunto de realizaciones claves; sobre todo que al fin encaró con medidas concretas el sustancial problema de la posesión de la tierra, que ha estado acompañado de denuncias de desalojos a causa de concesiones otorgadas a corporaciones para el fomento de proyectos de desarrollo ajenos a la agricultura, dirimidos a veces en  litigios legales y choques violentos.

Sen puso en marcha un movimiento juvenil voluntario que movilizó hacia las zonas rurales para ayudar a resolver disputas, ponerse en contacto con cerca de cinco millones de campesinos con necesidades y realizar un catastro de superficies ociosas. En una fase posterior, comenzó a distribuir títulos de propiedad, al tiempo que revocó cuestionadas concesiones a magnates.

Organizaciones financieras internacionales coinciden en colocar a Cambodia entre los países asiáticos de más rápido crecimiento económico relativo.