Necesitamos acciones consecuentes y no las contradictorias
José Elías Romero Apis
Estoy convencido de la sinceridad de las intenciones de la política mexicana para el combate a la inseguridad. Creo que los encargados de la procuración de justicia y de la seguridad pública, en todo el país, son bien intencionados. Pero, también, nos consta que constantemente se contradicen a sí mismos. Esto hace aparecer su estrategia como sumergida en el absurdo.
Da la impresión de que los discursos de los diversos gobernantes, provenientes de los más diversos partidos, parten de distintos supuestos y, por lo tanto, llegan a distintas conclusiones. Pareciera como si hablaran de distintos países y no de un solo. O que los discursos los elaboran distintos amanuenses que no se ha preocupado por leer los de los otros funcionarios.
Así, en ocasiones, vemos, leemos o escuchamos, proclamas y programas que no coinciden ni en lugar ni en tiempo ni en circunstancias. Da la impresión de que hubiera piratería oratoria y que nuestras autoridades usaran, en ocasiones, un discurso del procurador mexicano de hace cinco décadas, cuando México era tranquilo, y entonces declaran que “todo está bajo control”, mientras el boletín de su propia dependencia anuncia que están infiltrados hasta el tope.
En otras ocasiones, aparece otro funcionario con un discurso con factura sudamericana y apela a la cooperación o hasta a la intervención internacional para detener un flagelo contra el cual no podríamos estando solos.
Recurro, para apoyarme, en el ejemplo que encuentro a la mano. El sistema nacional de seguridad pública se basa, ante todo, en la instalación de sistemas de coordinación y de cooperación, tanto en la acción como en la información. Estas medidas provienen de la idea de que la Federación, los estados, los municipios, cada uno de los poderes públicos y hasta la acción de la ciudadanía hacen lo que se les antoja sin contar con los demás.
Desde luego que la ausencia de coordinación y de cooperación es una parte de nuestro problema de inseguridad. Pero es una parte muy pequeña del problema, según lo que nos han venido diciendo y allí está el reinado de la ilógica.
Porque se nos ha informado, hasta el cansancio, que somos el país campeón mundial en impunidad. Se nos ha dicho que esto es porque no realizamos investigación y, por ello, no tenemos información. Un saludo efusivo por la sinceridad del gobierno pero, ¿entonces?, si no generan información, ¿cuál va a compartir? Si no despliegan acción, ¿en qué van a cooperar? He allí un botón de muestra del absurdo.
Pongo otro botón. Podría ser bueno que todos conocieran los datos de todos. Sus policías leales, sus infidentes, sus delincuentes, sus sospechas, sus investigaciones en curso, sus pruebas, sus informantes, sus testigos y hasta sus fracasos. Todo dependería de quién fuera el receptor de tan privilegiada información. Pero si nos han dicho que sus joyas de la investigación están batidas en un grado de infiltración que ya amenaza con riesgos de metástasis, ¿vale la pena asociarse con ellas?
Aclaro que tan sólo me estoy basando en declaraciones oficiales y no en datos que yo, desde luego, ignoro. Pero que nos dejan en claro el nivel de contradicción que mencioné al principio. Porque, con esas declaraciones, lo primero que se ocurre que ante tales perversiones lo único bueno ha sido su descoordinación. Si las instituciones están tan mal como nos lo dicen, y yo creo que tienen razón, no se van a componer porque las juntemos. Mil kilos de estiércol nunca darán una tonelada de oro sino, tan sólo, una tonelada de estiércol.
Es cierto que la falta de coordinación es, en ocasiones, el meollo de un problema. Pero eso sólo cuando la excelencia particular de cada componente está más que probada. Un equipo deportivo integrado por la selección de las más grandes estrellas mundiales podría dar un gran conjunto, después de un tiempo de identificación y de adaptación recíproca. Pero la selección de los jugadores más mediocres nunca dará un buen equipo.
Si es veraz el discurso de que todo está tan mal, entonces lo que se requiere es un plan básico del cual derivarían todos los demás programas. Soy de los que cree que esa fase del discurso es franca y esa franqueza la aplaudo. Más aún, creo que hasta se queda corta. Pero, entonces, hay que dotarla de lógica con las acciones consecuentes y no con las contradictorias.
Primero habría que refundar tales instituciones. Nada de cambiar, nada más, las siglas o el edificio o los discursos o los jefes. Por el contrario, cambio total. Desaparecer las existentes y sustituirlas con otras nuevas, con gente nueva, con filosofía nueva, con reglas nuevas y con métodos nuevos.
Pero si ese discurso es falso, tan sólo elaborado para denostarse unos a otros en un pleito interno y, en realidad, nuestras instituciones son excelentes, lo cual no creo, entonces sí hay que sumarlas, coordinarlas, asociarlas, hermanarlas o hasta casarlas.
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