Rubén Bonifaz Nuño
(Fragmento sobre la verdad de las piedras y la mentira de los textos))
…Ahora bien: en este estado de la religión, acontece la conquista española. Sobreviene la catástrofe. Llegan los misioneros, que sabiamente procuran que algo escape a ella, y buscan conservar los testimonios de la religión vencida mediante la información que solicitan de quienes habían sido sus fieles. Y éstos, comprensiblemente, no les revelan, o porque no lo tienen o porque no quieren compartirlo, el conocimiento mayor, el de quienes he llamado expertos. Entonces comunican sólo aquello que es patrimonio cognoscitivo de la comunidad: rasgos físicos, cualidades generales como que la entidad Tláloc es dios de las lluvias o fomentador de la fertilidad. Esto es lo que consta en los textos entonces recogidos.
Los cronistas e historiadores posteriores toman esta imagen, decididamente mutilada, ya que al destruirse la comunidad religiosa, el conocimiento de los expertos dejó de transfundirse en ésta, dejándola sin fundamentos y con una verdad fragmentada.
Ahora llegan los estudiosos siguientes. Llevados posiblemente por su incapacidad de comprender los llamados testimonios arqueológicos, esto es, las imágenes en que los miembros de aquella comunidad plasmaron su secreto, han ido a lo que les es comprensible: las fuentes escritas. Y han tomado por verdad íntegra el conocimiento superficial, privado de raíz, que en ellas se contiene. De allí la pobreza, la incesante repetición de errores, contradicciones y superficialidades reiteradas que se manifiesta en sus obras.
Y también, fruto así mismo de su incomprensión de las imágenes, las falsas atribuciones iconográficas, que han venido, al ser irreflexivamente repetidas, a integrar una red insoslayable de mentira y confusión, de la cual resulta difícil escapar.
Basta con leer lo dicho por los autores que en el tema se han ocupado, para percatarse de tal cosa.
Pero como los expertos no podían permitir el aniquilamiento de cuanto era fundamento espiritual de su mundo, fueron dejando, entre falsedades y equivocaciones, algunas palabras, alguna imagen donde se revelara su secreto; en lo que a sus vencedores comunicaban, quedaron así fragmentos de ese secreto, de esa verdad, dispersos en el fárrago de intencionadas mentiras.
La tarea de los investigadores actuales sería encontrar esos fragmentos de enseñanza en aquellos escritos, la única prueba indudable de cuya verdad, consiste en los testimonios arqueológicos que los apoyen y los aclaren.
Es conveniente para mí, en este punto, referirme al valor real de las llamadas fuentes escritas, para establecer uno de los principios metodológicos que guían mi trabajo.
A propósito de los Materiales arqueológicos, dice Jacques Soustelle (1982:46) que “comprenden estatuas de divinidades, bajorrelieves religiosos, frescos, estatuillas y vasos de arcilla, así como máscaras de piedra o de madera”. Y añade: “Dado que la mayor parte del arte azteca es sumamente simbólica, tales objetos pueden darnos informaciones importantes. Desde luego, en la interpretación a menudo plantean problemas delicados que sólo pueden resolverse por medio de una confrontación atenta con las fuentes escritas.” Esto es, las imágenes plásticas dependen, para su recta interpretación, de su conformidad con los textos literarios.
Mi punto de partida es, cabalmente, el opuesto. Por razones evidentes, tales textos o fuentes deben ser considerados dudosos. Todos ellos son posteriores a la conquista, y contienen datos proporcionados a los conquistadores —soldados o frailes— o consignados por indios ya sometidos y aculturados por ellos.
En cambio, los monumentos plásticos, grandes y pequeños, están libres de cualquier sospecha de contaminación.
Hechos antes del contacto con la cultura traída por los españoles, manifiestan en su pureza la concepción que sus autores tuvieron del hombre y del mundo, de sus relaciones entre sí y con lo que tenían por órdenes superiores. En esas imágenes está el único testimonio indudable de cuanto en realidad fueron; en ellas, pues, se encontrará su verdad.
En cuanto a los textos, tengo para mí que todos pueden ser considerados falsos en tanto que no sean reiteradamente confirmados por la existencia de testimonios plásticos que demuestren su veracidad.
Es decir, las fuentes escritas dependen, en su confiabilidad, de la multiplicada confirmación que le den los que Soustelle llama materiales arqueológicos.


