En un gran brete
Bernardo González Solano
Uno más de los países europeos en irse a pique es Italia. Antes que nada, México debería aprender del desprestigio e inutilidad en que han caído algunas instituciones públicas inventadas en el otrora adelantado imperio romano.
El jueves 18 del presente, los italianos vivieron una irresponsable maniobra que posiblemente un día se estudie en las facultades de ciencias políticas de las mejores (y peores) universidades del mundo: resulta que Pier Luigi Bersani, dirigente del Partido Democrático, cosechó estruendoso fracaso que puso en un tris de la ruptura al centroizquierda de aquella nación.
Expresidente del Senado, exjefe sindicalista, católico de centroizquierda, Franco Marini, de 80 años (en Europa, y en Italia específicamente, tal parece que sólo los septuagenarios y octogenarios son los únicos que aseguran un comportamiento asegurado en la política y en la Iglesia católica), parecía el mejor situado para suceder en la presidencia de la república italiana al octogenario Giorgio Napolitano, cuyo periodo de siete años se cumpliría el próximo miércoles 15 de mayo.
Acuerdo entre los partidos
El Partido Democrático, el Pueblo de la Libertad (derecha), de Silvio Berlusconi, y de Elección Cívica, Mario Monti, de centro, acordaron darle la mayoría de los mil 7 grandes electores (diputados, senadores y representantes de las regiones) en la elección que comenzaría el jueves 18 de abril, en la Cámara de Diputados.
En teoría, Marini dispondría de las dos terceras partes de los votos necesarios después de las tres primeras rondas de escrutinio para ser elegido. La mayoría absoluta sería inmediata. Esta selección dividió la izquierda del Partido Democrático, pues muchos se rebelaron contra el acuerdo de Bersani con Berlusconi —la bestia negra de la política italiana— y votaron a favor del juez Stefano Rodotà, candidato del Movimiento 5 Estrellas del ahora famoso excómico Beppe Grillo, cuya organización política quedó en segundo lugar en los comicios de fines de febrero pasado. Casi noventa parlamentarios anunciaron su propósito de no votar por Marini.
En la primera votación, éste ganó al abanderado de Grillo, pero ni de lejos pudo conseguir los dos tercios que necesitaba para asegurarse como sucesor de Napolitano. En la segunda ronda, Partido Democrático, Pueblo de la Libertad y Elección Cívica decidieron votar en blanco para llegar cuanto antes a la cuarta votación —en la que sólo se necesitaba la mayoría absoluta—, pero visto que el enfrentamiento entre los suyos sólo crecía, Pier Luigi anunció unas primarias de urgencia para decidir un nuevo candidato a presidente de la república.
Lo inevitable
Ahí fue la de Dios es Cristo. Pero, el jueves 18, en la entrada de la Cámara de Diputados y en las ahora inefables redes sociales, el asunto fue peor. Algunas pancartas de último momento decían: “Rodotà significa el cambio. Marini, el fracaso”. Los 45 parlamentarios de Izquierda, Ecología y Libertad, dirigidos por Nichi Vendola se atenían a lo que decía su líder: “La gente nos pide buena política… y hoy el perfume de buena política lleva el nombre de Stefano Rodotà”. Pero, una cosa es lo que se dice y otra la realidad.
Incapaces de llegar a un acuerdo para formar un nuevo gobierno y después de cinco votaciones para elegir a un nuevo presidente de la república, los tradicionales partidos de Italia el sábado 20 del presente tuvieron que renovar su confianza en el presidente Napolitano. En una inédita decisión, los grandes electores reeligieron al anciano político como jefe de Estado, quien en sus primera palabras como su propio sucesor pidió ayuda para superar “una prueba difícil en un momento crucial”.
Al anunciar la reelección de Napolitano en el Parlamento de Italia, Bersani no pudo retener las lágrimas. Poco después, el líder que dirigió el Partido Democrático desde 2009 renunció al cargo, acompañado por el conjunto del secretariado político de la propia organización.
Desde hace dos meses, Bersani estaba inmerso en una situación política inextricable. Incapaz de formar gobierno aunque recibió 8.5 millones de votos en las elecciones del 24 y 25 de febrero último, Bersani era impugnado por su desafortunado adversario desde las primarias de izquierda, el joven alcalde de Florencia, Matteo Renzi.
Por turno, Bersani trató primero de hacer alianza con Grillo (21 de julio de 1948, Génova), al que siempre trató con desconfianza, después con Berlusconi que a cambio le pedía demasiado, como acostumbra el desprestigiado Cavaliere. Bersani fue incapaz de imponer su propio candidato en el Quirinal, fuera el exlíder sindical Marini o Prodi.
La vieja guardia estaba decapitada y el partido corría peligro real de fracturarse. Renzi, que representa el ala moderada del partido, llamó a abrir “una fase política nueva… el partido tiene la ocasión de renovarse verdaderamente”, dijo.
De tal suerte, un partido democrático decapitado, un presidente de la república que en menos de dos meses cumplirá 88 años y que acepta prolongar su permanencia en el Palacio del Quirinal “por sentido de responsabilidad hacia la nación”, el espectro de elecciones anticipadas en el próximo mes de junio que parecen muy lejos y un jubiloso Berlusconi que aparece como el vencedor de esta vencida con la izquierda: todo esto se desarrolló en un fin de semana de fiebre política como Italia raramente ha conocido.
Breve respiro
Al aceptar asumir un segundo mandato presidencial —algo que nunca había sucedido en Italia—, el presidente Napolitano ofreció un momento de respiro a un país que, a falta de mayoría clara en el Parlamento, se hunde desde hace dos meses (por decir algo, pero la verdad es que el problema se arrastra desde el fin de la Segunda Guerra Mundial) en una crisis política sin paralelo. Ninguno de los candidatos estaba en posibilidades de recibir la votación suficiente.
Napolitano recibió el sábado 20 el apoyo de 738 votos de un total de 997 grandes electores, con excepción de unos cuantos francotiradores del Movimiento 5 Estrellas, que insistió con su candidato Rodotà, mientras que su líder Grillo llegó a hablar el domingo 21 en la Plaza de los Santi Apostoli, de Roma, de golpe de Estado y conminó a los políticos italianos: “¡Ríndanse!”, y al final de cuentas rebajó sus calificativos a “pequeño golpe de listillos” que va a servir para “salvar el culo a Silvio Berlusconi y al Partido Democrático”.
Asimismo, agregó que lo sucedido el sábado 20 en el Parlamento “ha sido un intercambio de favores” y afirmó que “están robando otro año al país”, pues el gobierno que se formará “no durará”.
Precisó, incluso, que el Movimiento 5 Estrellas es una organización que “está calmando los ánimos del país en estos momentos de crisis”, “la gente quiere marchar a Roma con los fusiles. Nos tendrían que agradecer que somos nosotros los que mantenemos la calma. En Francia o en Grecia surgen los partidos nazis y menos mal que aquí están los grillini… Temo un levantamiento popular. Estamos sentados sobre una bomba”.
En fin, la elección de Napolitano fue casi un plebiscito, que el periódico Corriere della Sera calificó de “mejor solución para salvar el país de la peor de las crisis”.
Vale la pena abundar en las razones de Napolitano para aceptar su reelección. No fue por ambición personal que el anciano mandatario aceptó seguir en el Quirinal. Napolitano, cuyo septenato teminaría el 15 de mayo próximo, tomó la medida de la crisis. Presionado en la mañana sabatina por los líderes partidistas —Bersani, Berlusconi y Monti— de salvar la república permaneciendo en su puesto, el excomunista Napolitano, el político más respetado por los italianos, aceptó “asumir plenamente sus responsabilidades hacia el país” y ordena a todas las fuerzas políticas “hacer otro tanto”. En otras palabras, poner término a sus discordias para que Italia salga de la crisis.
Napolitano prestaría juramento el martes 23 de abril y en tal ocasión ilustraría las condiciones puestas para aceptar su reelección. En dicho contexto, en el momento de redactar este reportaje, no se puede excluir la posibilidad de que fijaría un plazo para ejercer su segundo mandato (no es fácil pensar que acepte hacerlo durante siete años más, pues a su término contaría 95 años, nada fácil), en el que el próximo gobierno tendría que realizar las reformas más necesarias y urgentes, tomando en cuenta, en primer lugar, la difícil situación económica por la que cruza el país.
En los medios allegados a Napolitano saben que no pretende eternizarse en el Quirinal. Aseguran que abandonará su cargo una vez que se realicen las reformas obligadas aprobadas por el Parlamento, para disfrutar, en compañía de su esposa, Clío María Bettoni, y sus hijos Giulio y Giovanni, un retiro bien merecido.
Es probable que en su juramento del segundo mandato señale lo necesario para formar un nuevo gobierno: que el Partido Democrático llegue a un acuerdo con el partido del desprestigiado Berlusconi. Si no media un acuerdo de este tipo, será muy difícil que nazca un gobierno sólido y estable. Y se volvería al cuento de nunca acabar, dándole la razón a Grillo.
La reelección de Napolitano es una demostración clara de que debe renovarse el sistema político italiano. La sola presencia del respetado anciano no será suficiente.