Aunque el panorama no es nada promisorio
Teodoro Barajas Rodríguez
El 23 de abril es Día Mundial del Libro, actualmente estamos atiborrados de efemérides multitemáticas acaso como rasgo típico de la denominada posmodernidad. Situarnos en el tema del libro nos invita, automáticamente, a la lectura, a los océanos de letras interminables, idiomas, signos que conforman conocimiento, sueños, utopías e historias. Ciencias, humanismo.
México es un país en el que los niveles de lectura son bajos, paupérrimos, deprimentes. No se han construido los diseños para no solo fomentar sino incidir en la comprensión de la lectura. Para adquirir la vocación por los libros resulta clave la primera infancia, el binomio familia-escuela juegan un rol fundamental.
El panorama es nada promisorio si revisamos los conflictos magisteriales, mismos que motivan el abandono de aulas por los docentes con el daño colateral por dejar huérfanos a miles de niños de sus escuelas.
Reviso en la historia reciente cuáles fueron las políticas, diseños y labor desarrollada por diversos gobiernos para cultivar la lectura para forjar una cosecha mejor traducida en desarrollo; de gran calado ubico a dos personajes que desde el alto ministerio educativo promovieron la lectura: José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet. Aunque usted no lo crea, un expresidente destacado por su desdén a la cultura general también impulsó la lectura, me refiero a Vicente Fox, bajo su gobierno se crearon las bibliotecas de aula, las enciclomedias y novedoso programas de becas. El sexenio de Felipe Calderón se distinguió por no hacer nada relevante en materia educativa, se centró en la guerra contra el narcotráfico.
Dos libros por año se ha dicho que es el nivel de lectura promedio del mexicano, a ello habría que agregar qué es lo que se lee, en ocasiones se hace por necesidad de concluir estudios, investigar en un posgrado pero el asunto que debiera ser ideal es brindarse a la lectura por placer. Releer libros es una grata actividad, regresar por el túnel del tiempo y las letras es toda una experiencia.
El fomento a la lectura no debe ser una actividad coyuntural que se estile en conmemoraciones sino toda una política de estado que lleve la poesía a las calles, las crónicas a las colonias, las narraciones en el Metro, llenar muchos vacíos a través de la cultura y el arte. Todo ello es posible si la voluntad se manifiesta.
Somos un país de muchos escritores aunque no de tantos lectores. Podemos revertir ese problema que ya está hace mucho tiempo detectado.
Ante la escalada de violencia que en muchos puntos de nuestro país se padece, un tejido social vulnerado y en muchos casos con la desesperación mostrando el músculo es momento para impulsar la lectura porque el arte sensibiliza, abre otras puertas y ventanas para que el pensamiento libre se oxigene.
Los libros son buenos amigos, eso lo escribió en una dedicatoria mi padre hace muchos años, una noche que me obsequió El hombre mediocre del maestro José Ingenieros y lo he comprobado con el transcurrir del tiempo.
El Día Mundial del Libro es un motivo más para alentar esa experiencia de navegar entre letras, palabras, cabalgar en las imágenes y vigorizar los asombros.
