Absoluta novatez política en el DF

Alfredo Ríos Camarena

El proceso del desarrollo político del Distrito Federal ha sido complicado y diverso, pues durante los gobiernos priistas la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal fue una extensión del poder omnímodo del presidente en turno; sin embargo, destacaron personalidades muy importantes en el ejercicio de este cargo: Fernando Casas Alemán, el inolvidable Ernesto P. Uruchurtu, Alfonso Corona del Rosal, Carlos Hank González. Todos ellos, de una u otra forma, realizaron trabajos que permitieron el desarrollo de la infraestructura de la ciudad y la tranquilidad de la misma, pues la seguridad pública no era un problema tan grave; hoy lo es en toda la república.

A partir de que la ciudad se convirtió en un irreductible bastión político del PRD, quien para conquistarlo utilizó las mismas tácticas que en el pasado en el PRI tuvieron éxito, los priistas se manejaron con inteligencia y capacidad cuando Rodolfo González Guevara fue su líder. Más tarde, los mismos operadores que hoy apoyan al PRD fueron manejados por Manuel Camacho Solís, Manuel Aguilera, Marcelo Ebrard, y mantuvieron el poder priista que se derrumbó cuando se realizaron elecciones directas para jefe de Gobierno en el Distrito Federal, cuyo primer vencedor fue Cuauhtémoc Cárdenas. A partir de ahí, las tribus perredistas, utilizando los beneficios de la política social, se fincaron como una fuerza invencible especialmente en Iztapalapa y Venustiano Carranza.

A pesar de sus divisiones internas, siguen ganando elecciones, así lo hicieron con López Obrador y el propio Ebrard; estos tres jefes de gobierno mantuvieron equilibrios importantes con el Poder Ejecutivo federal, representado por el PRI y más tarde por el PAN.

La última elección fue relativamente fácil para el PRD, pues tanto el PRI como el PAN estuvieron desorganizados, mal operados y sin ánimos de ganar la contienda por la gran metrópoli. El PRD tampoco tenía clara la candidatura de quién sería su abanderado, pero la negociación por la candidatura presidencial para que ésta fuera apoyada por Ebrard, a él se le entregó la decisión casi total del nombramiento del candidato, que finalmente recayó en un personaje de formas finas, de tono agradable, pero de absoluta novatez política, ni siquiera militancia partidista ha tenido, lo cual electoralmente le favoreció.

A partir de ahí, este nuevo gobierno ha cometido muchos desatinos y desaciertos: modificar la ley para que obtuvieran su libertad los alborotadores del 1 de diciembre —hubiera sido más fácil el desistimiento del ministerio público—; seguir la política privatizadora de las calles de la ciudad, otorgando concesiones de parquímetros a empresas que ganan enormes cantidades de dinero utilizando un bien público; permitir las alzas de los nuevos puentes y periféricos, que si bien dan un servicio público importante, cobran de manera desproporcionada; desaparecer la planta de asfalto de la ciudad, lo que va a permitir el alza de los precios y la falta de calidad, en vez de haber modernizado dicho instrumento que ayuda a controlar las obras en bien de la ciudad; aumentar cuando menos la percepción de la inseguridad y de la violencia en el Distrito Federal; desaparecer de tajo, y casi sin explicación, las medidas populistas de Ebrard como las playas de Semana Santa; realizar una visita al Vaticano cuya única relevancia fue la pifia de afirmar que había sido invitado por las autoridades eclesiásticas, quienes lo desmintieron; en fin, la novatez del nuevo jefe de Gobierno está destruyendo la enorme popularidad con la que llegó al poder.

Mancera ha sido profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM y tiene que imponer su criterio jurídico para convertir el Distrito Federal en un estado de la república con todas sus capacidades soberanas; puede y debe controlar el fenómeno de la inseguridad; y seguramente podrá, si se rodea de los asesores adecuados, realizar un mejor gobierno.

Por ahora, comeremos menos sal y seguiremos teniendo un gobierno sin sal… ni pimienta.