Combatiente en la arena de la palabra

Teodoro Barajas Rodríguez

Casi se han cumplido cuarenta años del golpe de Estado en Chile, nación hermana que enfrentara en 1973 un cataclismo que destruyó un proyecto popular encabezado por Salvador Allende, un izquierdista no ortodoxo tal vez adelantado a su propio tiempo. Los daños, las muertes, el autoritarismo  adquirieron niveles demenciales como suele ocurrir al registrarse tales actos al margen de la ley.

México fue un país solidario con los perseguidos, rompió relaciones diplomáticas con el gobierno espurio de Augusto Pinochet. Las últimas palabras pronunciadas por Salvador Allende mantienen el toque emotivo, espontáneo y valiente.

Entre las miles de víctimas del oprobioso golpe de Estado figuraron artistas, intelectuales y mucha gente que enarboló banderas de cambio para hacer que la poesía estuviese en las calles, así como los versos y acordes de las canciones. Víctor Jara, por ejemplo; Pablo Neruda, igualmente.

Amigo cercano de Salvador Allende, combatiente en la arena de la palabra, el poeta chileno murió unos días después de la muerte del presidente, allí culminó una vida que fue pródiga en sembrar palabras para fecundar imágenes detonadas en versos.

El golpe de Estado en Chile fue el 11 de septiembre, la muerte del prolífico poeta fue el día 23 del mismo mes.

La buena suerte estuvo ausente porque a instancias de la embajada mexicana en Chile ya se habían realizado los trámites para que Pablo Neruda se exiliara en México, la misma tierra que acogió a los republicanos de la Guerra Civil española, el territorio que recibió a León Felipe y a punto estuvo de recibir por igual a Federico García Lorca.

Neruda es, porque sigue vigente, un poeta popular, se adhiere al sentir, sus letras son frescas como una cumbre. Sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada se leen y releen bajo un ritmo incesante por los lectores de ayer, de hoy.

Dicen que murió de problemas derivados del cáncer aunque otros señalan que realmente falleció de tristeza. Con la afrenta al pueblo chileno aquel oscuro 11 de septiembre se mataron ilusiones, afanes; la persecución fue la táctica del espurio gobierno.

Actualmente se indaga la causa real de la muerte de Neruda, todo pudo haber sucedido bajo el poder de aquel sátrapa Augusto Pinochet.

Lo que sí sabemos es que los poetas siempre harán falta porque los motivos para convocar la palabra a la usanza de caballero andante es precisa para forjar caminos.

La memoria vive, el olvido no se ha llevado nada porque los símbolos que representan Salvador Allende y Pablo Neruda continúan como banderas para alentar mejores tiempos, acaso para dibujar utopías, pero sin ellas no iríamos a ningún lado.

Independientemente de lo que se investigue y señale en torno a las causas de la muerte del poeta, su partida fue orillada por los golpistas, esos entes que nunca entenderán qué es el arte, cuáles los motivos de la cultura así como la expresión máxima de la sensibilidad. Los tiranos no asimilan la grandeza humana, su pequeñez sólo aprende a mirar el polvo, nunca los astros del pensamiento avanzado.

Neruda vive a través de su poesía, de los cielos infinitos, en los versos tristes de una noche de sorbos de vino y nostalgias.