Carlos Guevara Meza
El flamante secretario de Estado norteamericano John Kerry ha realizado tres viajes a Medio Oriente desde que fue nombrado en febrero pasado, con la intención declarada de reactivar el proceso de paz entre Israel y los palestinos. El último, en la segunda semana de abril, se festejó (por él mismo) como un avance para el reinicio de las negociaciones directas entre el gobierno del premier israelí Benjamín Netanyahu y el presidente palestino Mahmoud Abbas, con base en la propuesta de Kerry de reactivar la deprimida economía palestina, logrando que Israel se comprometiera a devolver los recursos económicos que ha retenido a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en represalia por su ingreso a la ONU. Estos recursos no son donaciones ni nada por el estilo: son los impuestos palestinos que Israel cobra en los territorios ocupados y que está obligado a transferir a la ANP.
Pero a fines de esa misma semana (12 de abril) el primer ministro interino Salam Fayad presentó su renuncia y el presidente Abbas se la aceptó, pese a que Kerry le llamó personalmente para pedirle que la rechazara. Fayad ha sido el consentido de la diplomacia norteamericana, que lo ha visto como la opción y su mejor aliado al interior de la ANP. Educado en occidente y con puestos importantes en organismos internacionales, Fayad es presentado como el tecnócrata perfecto, sin ligas con las facciones palestinas y como un hábil administrador que podría construir las instituciones que harían del futuro Estado Palestino un “socio confiable”.
Pero el apoyo a Fayad no ha pasado de las declaraciones. Su presencia en el gobierno no ha facilitado un ápice el proceso de paz e incluso ha acrecentado los conflictos entre los grupos palestinos, particularmente entre Hamas (que ganó las elecciones de 2006 de una manera perfectamente democrática y cuyo líder Ismail Haniye todavía se considera el primer ministro auténtico) y Fatah (el partido de Abbas y la fuerza hegemónica en Palestina desde los tiempos de Yaser Arafat).
Fayad ha tenido conflictos fuertes también con Fatah y ha llegado el punto que Abbas ya no puede sostenerlo en el cargo, no importa cuántas llamadas reciba de Estados Unidos. La negativa de Israel a sentarse a negociar con los palestinos sin condiciones previas y las continuas represalias económicas, ponen a Fayad en la situación de no poderle ni siquiera pagar normalmente a sus funcionarios, lo que resulta catastrófico si pensamos que esos salarios son prácticamente el principal motor de la economía palestina.
La renuncia de Fayad abre la posibilidad de un gobierno palestino de unidad nacional (que de hecho Abbas ya comenzó a pactar con Hamas) que permita la realización de elecciones y la reunificación política de la Franja de Gaza con Cisjordania (divididas desde 2007), lo que le permitirá a la ANP recobrar una legitimidad ante su propio pueblo que no ha obtenido, como se llegó a pensar, de las negociaciones de paz que simplemente no se realizan.
Abbas sin duda ha comprendido que acciones por fuera del estrecho marco que tradicionalmente ha planteado Estados Unidos, como la lucha por el reconocimiento de la ONU como Estado, le dejan más en términos de política interna e incluso exterior, que estar atenido a que el gobierno israelí deje de poner pretextos para las negociaciones que invariablemente son apoyados por los norteamericanos. Sin embargo, es de esperar que el gobierno de Netanyahu, pese a las promesas hechas a Kerry, utilice esta situación para volver a retrasar su regreso a la mesa con los palestinos.


