Hartazgo en la sociedad
Teodoro Barajas Rodríguez
Sigo pensando que aún es temprano para evaluar seriamente el gobierno de Enrique Peña Nieto, las dificultades, en gran medida heredadas, no se remedian con decretos ni anuncios. La violencia no se ha detenido, no amaina, y no es que nos anclemos en el pesimismo, simplemente hablo por lo que escucho y leo en los medios de comunicación.
México enfrenta retos, desafíos que no se habían registrado en el pasado reciente, la delincuencia siempre ha estado presente aunque nunca en la magnitud de la última década. Las noticias de nota roja son contundentes, ya suman miles los ejecutados en los últimos meses. Las cifras, aunque no se diga, no disminuyen.
Una auténtica reingeniería en materia de seguridad pública es lo que se requiere para hacer retornar la confianza ciudadana en la autoridad, en estos tiempos casi agotada.
La autoridad pide tiempo, los ciudadanos de a pie solicitan —exigimos— garantías para vivir sin zozobra en este México enfermo.
Los altos índices de violencia reportados en el anterior sexenio, producto de una guerra mal planeada y peor operada, fueron sumamente impactantes, de ello se generan males colaterales, muertos, extorsiones, afectación a las actividades productivas por el pago de piso, etcétera.
La descomposición aflora, algo se rompió, a la fecha nuestro pendiente respecto de la inseguridad sigue con el mismo estatus: de alerta. Enrique Peña Nieto tiene logros significativos en otros rubros, eso es indiscutible, Elba Esther Gordillo, la representante icónica del sindicalismo corrupto, está tras las rejas, por esa acción los vítores no se dejaron de escuchar.
Se operó el Pacto por México, suscrito por las principales fuerzas políticas. Comienza a sentirse nuevamente la presencia mexicana en los foros internacionales luego de una docena de años perdidos e impregnados por notas bochornosas. En ese ámbito lo que imperó fueron las anécdotas chabacanas que provocaron impactos negativos en China (Terracota), Japón (robo de los kimonos) y sobre todo con el presidente Fidel Castro con el famoso: “comes y te vas”.
Sin embargo el tema de la seguridad es aún el nudo gordiano del gobierno nacional, el jinete apocalíptico, la angustia que prevalece, la obscuridad que perdura.
El Estado es un ente creado por el hombre como instrumento de protección, emana del temor, se pacta para evitar la autodestrucción, resguardar derechos a costa de una acotada libertad, relativa porque se renuncia a prerrogativas individuales para dar paso al poder omnímodo del Estado, quien se reserva el ejercicio de la violencia como una facultad especifica de su función.
La sociedad ideal, el estado perfecto, no existe porque es una utopía, evocando la ínsula de ese mismo nombre en la obra del inglés Tomás Moro. La condición humana es inefable, a veces parece de una decadencia acelerada lo que lleva el ritmo, el proceso y el fin.
El gobierno mexicano requiere tiempo, pero la sociedad refleja signos de hartazgo, los grupos de autodefensa que han emergido, no avalados por la norma jurídica, son un retrato de esta realidad, la misma que en muchos casos sólo manifiesta el caos.
Las secuelas de una ineficiente política en materia de prevención y combate a la delincuencia son obvias, no se trata de reinventar nuestro país en la medida finita de seis años, lo urgente es aplicar la ley, asumir plenamente las responsabilidades; de soslayar este punto los problemas se multiplicarán aún más que los peces en el relato bíblico.
