Que el peso de la ley caiga sobre ellos
Yazmín Alessandrini
En cierta ocasión, Salvador Allende (1908-1973), uno de los personajes políticos de mayor peso político en la historia de Latinoamérica, mencionó que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Sin embargo, a 40 años de la muerte del presidente chileno, sucede que en nuestro país, en México, los jóvenes han adulterado el término revolución a un estatus que los ha puesto a nivel de delincuentes.
Afortunadamente, no me refiero a todos los jóvenes mexicanos. La descripción anterior sólo es aplicable a un puñado de estudiantes (universitarios y normalistas) que de un tiempo a la fecha optaron por la violencia, la agresión y la destrucción como sus canales de expresión para hacerle saber a la sociedad que no están de acuerdo con las autoridades de las casas de estudio, en las que supuestamente toman clases para que, eventualmente, en un futuro no muy lejano, ellos sean los responsables de guiar los destinos de nuestra nación.
Los más recientes episodios registrados en las respectivas rectorías de las universidades Nacional Autónoma de México (UNAM), Autónoma Metropolitana (UAM) y Autónoma de la Ciudad de México (UACM), con seudoestudiantes destruyendo y vandalizando distintos campus, cuyo único fin pareciera ser enseñarle a México y al resto del mundo que su principal interés es autosabotearse.
Hace unos días, con motivo de la toma de la Rectoría de la UNAM, patrimonio de todos los mexicanos, el doctor José Narro propuso una mesa de diálogo para ofrecerles a los encapuchados que secuestraron nuestra máxima casa de estudios una opción para ventilar sus inconformidades.
¿Qué es lo que pretenden estos siniestros personajes que se hacen pasar por alumnos y se autoerigen en defensores de causas universitarias totalmente incongruentes?, ¿es en serio que un puñado de violentos puedan cambiar con la mano en la cintura los planes de estudio de una institución educativa (como ocurrió en octubre pasado en las normales de Arteaga, Cherán y Tiripetío, donde los muchachitos rehusaron que les impartieran clases de inglés y computación)?, ¿es posible que en cuestión de minutos emisarios del retrogradismo se apoderen del campus Iztapalapa de la UAM en exigencia a que desapareza el Tribunal Universitario de la UNAM y que violen el Estado de derecho porque cinco delincuentes fueron expulsados del CCH Naucalpan?
Y ya ni qué decir del auditorio Justo Sierra, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que lleva 13 años tomado por personas ajenas a la Universidad y que la han convertido en un nido de narcomenudistas…
Ya va siendo hora de que alguien les haga entender a estos delincuentes que la autonomía que inviste a nuestras universidades no es una carta abierta para que se apoderen de aquello que nos pertenece a todos los mexicanos.
Y que todo el peso de la ley caiga sobre ellos.
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