Pobre visión

 

Las mejores leyes nacen de las costumbres.

Joseph Joubert

José Fonseca

La sinrazón y la mala fe de la política salpican las discusiones políticas, legislativas y mediáticas.

Ausente en todas esas discusiones, incluidas las sostenidas por intelectuales con presencia en el periodismo y los medios de comunicación, es el dilema en el cual está la nación desde hace tiempo: ¿qué debe prevalecer en el quehacer de la política, la ideología o las exigencias de la realidad?

Son muchos, quizá demasiados, quienes suponen que antes que la eficacia de un gobierno que cumpla con su obligación de construir un mejor futuro para la nación, deben prevalecer las ideologías que se disputan el poder.

Por supuesto que cada quien tiene su visión particular sobre lo prioritario. Cada fuerza política, desde su óptica ideológica, tiene su particular proyecto. Sin embargo, el dilema por resolver es si en el ejercicio de la política, sea desde el gobierno o desde cualquiera de las fuerzas políticas, se debe privilegiar la ideología sobre las responsabilidades que tienen todos y cada uno de los políticos: contribuir a mejorar la calidad de vida de los casi 114 millones de mexicanos.

Es una pobre visión del quehacer político la que considera que para justificar su existencia necesariamente las fuerzas políticas tienen que estar en permanente conflicto. Pobre visión, pero también revela el abismo que hay entre lo que desean los ideólogos, sean políticos o académicos, y lo que desea la población.

En una nación como la nuestra, con persistentes y crónicos problemas de desigualdad y pobreza, los ciudadanos esperan que los políticos y los académicos tracen un rumbo que mejore, como se dijo antes, su calidad de vida, sus expectativas personales, familiares y comunitarias.

Una pena que las elites de la rep˙blica, otra vez, privilegien sus agendas ideolÛgicas y sus intereses sobre la responsabilidad social que asumen ellos, los privilegiados de la República, porque pese a todo, es un privilegiado todo aquél que ha cursado la educación superior. Esa circunstancia lo coloca por encima del mexicano promedio.

Empero, incumplen su responsabilidad social y política para privilegiar sus agendas políticas e ideológicas.

En el fondo existe un problema central: falta cultura de la legalidad. Por alguna razón que quizás expliquen los sociólogos y antropólogos a lo largo y lo ancho de la sociedad mexicana no se ha construido una cultura de la legalidad.

Mejor irán las cosas cuando todos, gobernados y gobernantes, respetemos las leyes vigentes, cuando no pidamos en aras de la justicia, de la indignación o de las veleidades de la opinión pública que para satisfacerlas se viole el marco legal.

Irán mejor las cosas cuando en México apliquemos la máxima de Montesquieu: “La ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie.

 

                                                               jfonseca@cafepolitico.com