Gerardo Yong

Margaret Thatcher es considerada como la mujer política europea más polémica de finales del siglo XX. Su calidad de mujer política fue detestada incluso por muchas de sus congéneres tanto como se odiaría a una madre prohibitiva. Fue el primer jefe de gobierno británico del siglo XX. Venció en tres elecciones consecutivas. Fue la primera mujer europea que desempeñó el cargo de primer ministro. La misma que dijo: “si quieres que se diga cualquier cosa, díselo a un hombre; si quieres que una cosa se haga, pídeselo a una mujer”. En efecto, es Margaret Thatcher. El símbolo del autoritarismo liberal británico que murió a los 87 años el pasado 8 de abril.

Saltó de ser investigadora en química a la política directamente a través de su esposo Denis Thatcher, magnate petrolero que la apoyó en sus gestiones dentro del Partido Conservador. Esta fórmula le valió haber conseguido en 1959 un escaño en la Cámara de los Comunes. En 1961, durante el mandato del conservador Edward Heath, detentó el cargo de secretaria de Estado para Asuntos Sociales, y luego ministra de Educación y Ciencia. A partir de ahí, la nación británica comenzó a vivir bajo el hierro de su carácter y lo primero que hizo fue eliminar la distribución gratuita de leche en las escuelas. Las protestas también comenzaron a ser su compañero de vida.

En el monte de la austeridad

Dicen que la decisión lo es todo, y logró quedarse con el puesto más alto del Partido Conservador, quitándole el liderazgo al propio Heath. Una vez en el pináculo del conservadurismo creó que un sistema riguroso para controlar una de las crisis económicas más fuertes que ha tenido el Reino Unido: la fórmula fue reducir la intervención estatal, el control monetario y el recorte de servicios sociales; tres pilares de la filosofía liberal.

En este último, se enfrentó a los sindicatos británicos de manera abierta y prácticamente consiguió inocularlos. La cantidad de obreros despedidos de sectores pesados como la minería y siderurgia fue enorme. Si de algo sirve, en este tiempo se circunscribe la película Full Monty, un grupo de desempleados que decidió hacer un show estríper para recabar dinero en tiempos difíciles.

Con estos antecedentes que agradaban a la clase pudiente, sólo era cuestión de tiempo para que pudiera llegar al poder del país, lo cual logró en 1979 y con un amplio margen de votos.

La dama de hierro, como la conocían, logró lo que hasta ese momento ningún hombre había conseguido: ordenar el país, reducir la inflación y elevar la cotización de la libra esterlina. Sin embargo, estos remiendos tienen un costo en alguien tarde o temprano y ocurrió en la producción industrial, que se vio afectada por sindicatos que se organizaron más fuertemente para contrarrestar la tendencia thatcheriana. La crisis se extendió hacia los bancos, los cuales comenzaron a declararse en quiebra. Sin créditos bancarios, el sector empresarial le siguió y el caos ya no sólo se respiraba, sino que se vivía.

La guerra de las Malvinas 

Había que hacer algo drástico para distraer a sus críticos y unificar a sus aliados. Una guerra no vendría nada mal para eso. Objetivo: las Islas Malvinas; ventaja, elevar el emotividad de un pueblo inglés alicaído por la crisis económica. En 1982, la primera ministra decide intervenir con toda la fuerza en esas islas reivindicadas por Argentina. La ventaja británica se dejó ver en todo su apogeo y esto le valió incluso volver a ser elegida en el cargo en las elecciones de 1984.

Ahora el enemigo no eran los argentinos, sino los trabajadores, sobre todo, los mineros que se fueron a huelga para lograr beneficios sociales. Una mano dura, no tardó en aplastar el movimiento. Aunque los sectores más conservadores elogiaban sus hazañas, otros no dejaban de expresar su rechazo al autoritarismo de la dama política, que nunca optó por ser delicada. En 1984, sufrió un atentado, uno muy parecido al que sufrió Hitler en los últimos años de su régimen. Un grupo de republicanos irlandeses favorable a la autonomía, fue el responsable. Al igual que Hitler, Thatcher salió ilesa, sin embargo, esto propició la apertura de conversaciones con los extremistas, aunque también reforzó la política terrorista.

El ocaso en la tercera base

Thatcher todavía pudo ver una victoria electoral más. Fue en 1987. A diferencia de las otras en las que había ganado de manera holgada, en ésta su victoria fue mínima y quizás hasta pírrica, porque parecía que todo le salía mal durante su tercera gestión. El caso más difícil fue su fracaso en imponer el poll tax, un impuesto tributo local que obligaba a los ciudadanos a contribuir por igual, independientemente de su nivel de ingresos y de la zona en que residieran. A sabiendas de que se trataba de un proyecto duro de alcanzar, ella simplemente dijo: no hay camino atrás. El abuso fiscal de las autoridades ya era algo que abrumaba a la población desde décadas anteriores. En los sesentas, el cuarteto de Liverpool lo denunció en una canción llamada Taxman (Cobrador de impuestos), donde lo decían así: Let me tell you how it will be
There’s one for you, nineteen for me
‘Cause I’m the taxman, yeah, I’m the taxman (Voy a decirles cómo va a ser esto: uno para ustedes y diecinueve para mí, pues soy el cobrador de impuestos, sí soy el cobrador de impuestos)

Su propio partido le dio la espalda para evitar lo que parecía una inminente pérdida del poder, por lo que prefirió dimitir en favor de alguien más moderado: John Major. Tras su muerte, ocurrida el pasado 8 de abril víctima de un padecimiento cardiovascular, el gobierno británico le confirió una onerosa ceremonia fúnebre, que miles de sus detractores condenaron al calificarla como una “traidora que predicó la austeridad, pero que recibió un funeral millonario”.