“No hay temas especiales para la poesía”
Roberto García Bonilla
La soledad de sus años en la Escuela de Medicina convirtió en poeta a Jaime Sabines (1926-1999). Fue hijo del militar libanés procedente de Cuba Julio Sabines, motivo del poema Algo sobre la muerte del mayor Sabines. Al provinciano procedente de Tuxtla Gutiérrez lo embargó la aspereza de una áspera ciudad de México con tres millones de habitantes. Cuando estaba por finalizar la carrera, le dijo a su padre que la abandonaría y que se dedicaría a las letras.
De nuevo en la capital, en 1949, escribió Horal; la autocrítica lo llevó a publicar menos de la tercera parte de los poemas, entre ellos Los amorosos uno de los populares de la literatura mexicana, escrito en medio de noches en vigilia a los que alude cuando anota que los amorosos “encuentran alacranes bajo la sábana/y su cama flota como sobre un lago”.
A ese primer libro —publicado el mismo año en que aparecio El laberinto de la soledad— le seguirían una docena más de títulos como La señal (1951), Tarumba (1956), Yuria (1967), Otros poemas sueltos (1973-1994), Nuevos recuentos de poemas (1977).
Pilar Jiménez Trejo, en Jaime Sabines. Apuntes para una biografía, concentra un texto de largo aliento. Luego de siete años de conversaciones, la periodista logra la venia del poeta para grabar sus conversaciones; recordar que éstas ocurrieron durante los últimos tres años de vida del escritor nos sitúa mejor ante la primera persona que evoca casi desde la inmovilidad física: hacia 1989 el poeta tuvo un accidente y se fracturó una pierna y desde ese momento nunca más caminaría con plena libertad. Contaba con 63 años.
En cada pronunciamiento conjugan la reflexión, el autoexamen, el recuento de vida y de obra; el anecdotario es sólo la antesala a las preguntas y respuestas —ya sean directas y ordinarias, intelectulizadas o poéticas— alrededor de la vida, el placer, la familia, la amistad, el campo, la ciudad, el amor, las mujeres, instantáneos presagios de muerte; así como la creación y sus bifuraciones: las lecturas, las influencias, los rituales de la escritura y sus momentos de sordidez y aislamiento, sombreados en una disiciplina que, en opinión de Sabines, no se adquiere sino sólo se desarrolla.
La sencillez distingue la obra sabineseana y define el habla de la primera persona del poeta; se revela con espontaneidad, incluso, al aceptar sus prejucios y proclividades. Esta franqueza es habitual en familia y entre amigos muy cercanos; se necesitará un entrevistador sagaz, perserverante y familiarizado personalmente con el personaje.
En las literaturas del yo, la primera persona ejerce la libertad e intimismo siempre en una balanza en la que cada confesión es parte de la construcción de un yo —un autorretrato— que aspira proyectarse ante los futuros lectores, es decir, ante la posteridad.
El texto es un ejemplo testimonial que da cuenta, sobre todo, de la vida anímica, emotiva y creativa del poeta chiapaneco; en la recuperación hay un propósito estético que no sólo se advierte en una narración puntual hasta la minucia. La fluidez del texto oculta un complejo artificio que significa el trabajo de sastrería del entrevistador; el proceso escritural de Jiménez Trejo es mucho más elaborado.
En el proceso de transcripción-edición-estructuración, además de preservar los contenidos originales, recrea la atmósfera anímica que rodea a la primera persona; deja al lector los rastros, sobre todo creativos, relacionados con su formación asentada en una poderosa intuición lectora y búsqueda del habla cotidiana en la exterioridad del discurso, cuyo autor se negaba a que lo considerdaran fatalista y sumergido en la muerte. Sabines acepta los infortunios pero sobreproclama su optimismo ante la vida.
El poeta no tenía fe en la realización de los textos biográficos (“nadie puede hacer una biografía ni siquiera de uno mismo; hay cosas que se pierden, que se olvidan”); sugirió a Jiménez Trejo que, mejor, escribiera unos “apuntes biográficos”.
Estos Apuntes por sus contenido, estructura y narración superan la restricción de bosquejos o borradores. Virtud y valía y creación convergen: la recuperación de un testimonio —con un sinfín de preguntas suprimidas en el texto final— que en el proceso a una vida para contarla adquiere —en el proceso artesanal de edición e integración tematico-temporal— su estatus literario.
Jiménez Trejo se alejó de la entrevista como medio narrativo. Cedió la revelación unísona al poeta. En rigor no es un texto autobiográfico porque aunque el material textual proviene de la primera persona del poeta, su intertlocutora prosiguió el proceso que fructificó en los Apuntes para una biografía; sí lo es por la atmósfera intimista y la narración en primera persona; el ritmo de las memorias se atiene más a la esencialidad de los hechos que su inserción en tiempos pormenorizados.
Estos Apuntes recuerdan Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947) contada a Fernando del Paso (1994) y, sobre todo, El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, de Orso Arreola (1998).
Jiménez Trejo logra que Sabines manifieste los cimientos y los rumbos de su proyecto poético; encontramos claves sobre el origen y la conformación de su obra; de sus afinidadades y disentimientos con compañeros, colegas y sus amores.
El título Jaime Sabines. Apuntes para una biografía, por la tipografía y las viñetas, tambien puede leerse como un texto en que el poeta y la periodista aceptaron la coautoría de estas memorias o autobiografía en las que él cede su alter ego a ella tras un largo proceso que nació en el reconicimiento, la identificación y participación en una obra, postrero canto del poeta para quien “No hay temas especiales para la poesía, se puede hablar de todo, en todo se puede encontrar poesía”.
robertogarciabonilla@gmail.com
Pilar Jiménez Trejo, Jaime Sabines, Apuntes para una biogrfía, México, Conaculta/Chiapas, 2012.